Ocurrencias: Gran Hermano hace escuela
| 6 de Noviembre de 2022 | 03:23

Alejandro Castañeda
afcastab@gmail.com
Gran Hermano arrasa con el rating, sin libro y sin estrellas. Es un fenómeno que atrapa mientras avanza hacia la nada. Como los famosos no convocan, se apela a gente a la que uno no aguantaría más de cinco minutos, pero a quienes las cámaras transforman en interesantes. Tenía razón Mac Luhan: el mensaje es el medio, no el contenido, desmintiendo otra vez al Pincipito: lo esencial, al final, es sólo lo visible. Y en nuestra zamarreada actualidad pasa lo mismo. Gran Hermano en otra clave se traslada a la Casa Rosada y adyacencias. Y sus participantes animan un show dedicado a honrar la espontaneidad manipulada. El sociólogo canadiense Erving Goffman sostiene que “todos somos actores y dramaturgos de nuestra propia obra de teatro, y que se desempeñan mejor las personas capaces de usar varias máscaras. Actuamos para vivir. Los reality shows no inventaron nada”. Su método es la consagración de la improvisación revulsiva. Un examen de ingreso para integrar esa lista, rendidora pero efímera, de celebridades repentinas que alcanzan la fama por el simple hecho de estar donde pueden ser mirados por muchos.
La espontaneidad genera adherentes. Suerte que en el manual para hablar en Qatar que lanzó el Inadi no intervino la delicada Patricia Bullrich. Porque la advertencia que le formuló a un compañero de ruta de la Coalición, merodeó entre el reproche y la venganza: “si me cruzás otra vez en la televisión, te rompo la cara”. Otra contribución al diálogo. Parece que esta gente ve mucho Gran Hermano y persiguen la frescura callejera jugando de sinceros. La Bullrich viene ganando posiciones en las encuestas internas y no sería raro que algún coach atento haya visto que cuanto menos femenina sea, más chances tiene de avanzar en las mediciones. Ella no necesita esfuerzo para restarse coquetería. Pero el mensaje a su enemigo de estos días – Rodríguez Larreta- chapalea por el dialecto de los narcos: “que venga él, que no me mande soldaditos”. Hay tanta crueldad en la calle, que más de un exagerado quisiera ver a Berni y doña Patricia compartiendo denuedos, helicóptero y modales.
Alberto se refugió en la discreción para tratar de revivir la fantasía de cuando era presidente.
Macri escribió otro capítulo de sus excusas tardías
Todas las semanas la actualidad renueva cartelera y estrena algo. Esta vez, la reaparición de la vicepresidenta en un acto público obligó a los escribas y descifradores de enigmas a esmerarse más de la cuenta para ir adivinando lo que quiso decir. No es fácil decodificar entre su amabilidad de nunca y su enojo de siempre. Y poder interpretar, como decía Cocteau de los mensajes del Papa, “su cuchillo de claridades”. Máximo debería aprender a leer los silencios de la mami y hacer a un lado la idealización de sus ausencias. Cada uno juega el partido de acuerdo a las armas que imagina tener. A Macri se le dio por la literatura. Seguramente apeló a sus tres mosqueteros, (Peña, Lopetegui y Quintana) que fueron sus ojos, sus oídos y su cabeza, (y así le fue) para escribir otro capítulo de su excusas tardías. Massa maneja con destreza la alta exposición y busca tramitar una estrategia de supervivencia en medio de la catástrofe. Cristina suele ser más expresiva con sus calculados mutis que con sus reapariciones, aunque esta a vez la novedad fue que hizo a un lado su rol de oráculo patrio para recuperar los hábitos de gentileza sobreactuada que había inaugurado cuando jugó de candidata.
Gran Hermano tiene un alto rating y de alguna manera sus improvisaciones y su desfachatez son fuente de inspiración de un palacio presidencial donde todas las semanas por eliminación desaparece algún funcionario. Alberto se refugió en la discreción y la distancia para tratar de revivir la fantasía de cuando era presidente. Los radicales y el macrismo se sacan chispas en medio de una coalición recargada que, como pareja, falló y a la hora del divorcio se matan por el reparto. Los que están en el poder y los que pueden llegar, enseñan que lo más sano es empezar a olvidar el futuro. Y el campo implora por lluvia en medio de un país deudor y tormentoso al que ni el mismísimo cielo se anima a prestarle unos chaparrones. Ya lo decía el lejano Pepe Biondi en la piel de un argentino de la calle: ¡Qué suerte tengo para las desgracias!
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