Se reiteran picadas y los ruidos molestos en las madrugadas del Bosque

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Resulta llamativa la reiteración en la Ciudad de actitudes antisociales, que perjudican a los vecinos y que dañan la calidad de vida de la población, sin que, pese al transcurso de los años y de las sucesivas administraciones municipales y provinciales, se adviertan reacciones eficaces por parte del poder público.

Estas consideraciones tienen que ver –entre otras situaciones negativas- con las noches y madrugadas de ruido que deben soportar los vecinos del Bosque, a partir de las picadas y de las verdaderas mareas de motocicletas que ocupan ese paseo los fines de semana, tal como se reflejó en este diario.

La denuncia formulada ahora señaló que hace varios fines de semana que las picadas de motos y también de autos parecen no tener fin en el corazón verde de la Ciudad. Los ruidos comienzan a escucharse en horas de la noche y se prolongan hasta altas horas de la madrugada.

La actuación policial y municipal constituye una omisión indisculpable, en una ciudad que, como la nuestra, bate récords en materia de víctimas fatales y heridos en distintos incidentes de tránsito. No surtieron tampoco efecto, en muchos de los últimos años, las advertencias de que a metros de esas picadas se encuentra el Instituto Médico Platense con pacientes internados, obligados a soportar esas verdaderas invasiones sonoras.

En momentos en que se anuncian incrementos sumamente elevados para las multas por distintas infracciones a las normas del tránsito, resulta poco menos que desalentador advertir que se puede acelerar sin límite y sin control alguno en uno de los paseos de La Plata.

En el caso de la zona del Bosque, como se sabe las picadas son comunes en las calles internas y, también, desde hace tiempo, se usan como pistas algunos tramos de la avenida 1 y distintas cuadras cercanas de las calle 2 y de las avenidas 51 y 53. Se habla, como puede verse, de sectores cercanos a hospitales, a muchas escuelas y colegios, al ministerio de Seguridad y a la Casa de Gobierno, entre otros lugares de significación, además de ser un barrio densamente poblado.

De lo que se trata, tal como se dijo muchas veces en esta columna, es de que el accionar de los organismos públicos -policiales y municipales- se concrete en forma sostenida, hasta que se logre la definitiva erradicación de estas actitudes antisociales, sin que resulte burlado de manera tan evidente el poder público.

Debe tenerse en cuenta que aquí no se habla en absoluto del comportamiento habitual de conductores de automovilistas y motociclistas, sino de un grupo de ellos -nutrido, por cierto- que se reúne por las noches y recorren, juntos y a altísimas velocidades, sin respetar ninguna ley ni principio de convivencia determinadas zonas urbanas, cometiendo a su paso desmanes con quien se les cruce y con todo lo que encuentren en el camino.

En cada oportunidad en la que se tocan temas referidos al tránsito, los especialistas llegan a dos coincidentes conclusiones. Por un lado, a la necesidad de sancionar con toda la severidad posible a quienes infrinjan las normas; y por el otro, a que se impartan en la población sólidos principios educativos, que apunten a la importancia de respetar las leyes para que en las calles reine el orden y no la anarquía. Y a comprender, de una manera cabal, que los espacios públicos no existen para darles usos particulares, sino para que formen parte de la propiedad común de todos los habitantes.

 

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