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Cuestionamientos al calentamiento global. El libro de Martín Caparrós, un alegato contra la ecología. El anónimo y enojado científico del Observatorio platense. La última moda literaria: el “cli-fi”
MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE
“La noción de que es posible que el clima cambie es una idea moderna…En nuestros días es un hecho habitual encontrarse con gente que cree que ciertos cambios climáticos pueden suceder en el espacio de una generación”, decía un artículo publicado el 3 d diciembre de 1889, es decir, hace más de un siglo, en el New York Times. La cita es rescatada por Martín Caparrós, en su libro “Contra el cambio” (Anagrama 2010), que es en un alegato contra lo que considera una interesada moda actual, la del cambio climático.
En los años pasados –dorados, para los que peinan canas- hablar del clima era una banalidad útil para salvar diálogos difíciles. Los tímidos, que entonces sobraban, cuando no sabían qué decirle a la mujer que amaban en secreto, se arrojaban a ese abismo sin devolución que era hablar del calor o del frío reinantes. O para entrar en familiaridad con alguno –el peluquero, por ejemplo- se arrancaba por el “tiempo” tan cambiante. Pero ahora, en los últimos años, de lo que se habla en forma imperativa y académica es del “cambio climático”, un tema cada día más rico en profecías apocalípticas.
Caparrós se enfrenta a esta verdad ya consagrada en la mayor parte del planeta. La tesis final sería no ir contra las emisiones o la contaminación –porque ellas están-, sino con esa idea de un derretimiento polar definitivo. El asunto se las trae. Lo ecológico suele causar más escozor que una guerra. Algunos van en puntas de pie por una pradera para no pisar los huevitos de codorniz, mientras por encima pasan los misiles.
Esteargentino –del que Jorge Fernández Díaz dice que “es un clásico, sólo que nadie lo sabe. Caparrós es hoy por hoy el más importante escritor del periodismo narrativo: nuestro Capote, nuestro Kapuscubski”- para componer la obra recorrió numerosos países - Brasil, Nigeria, Niger, Marruecos, Mongolia, Australia, Filipinas, Islas Marshall y los Estados Unidos- todos bajo amenazas climáticas.
El texto revela, a veces con ironía, a veces con dolor, que el ecologismo propone que el clima es el problema central del mundo, por sobre el hambre y la miseria de gran parte de la población.
Caparrós rescata otra cita del New York Times pero del 23 de junio de 1890, también de hace más de un siglo: “¿Está cambiando el clima? La sucesión de veranos templados e inviernos suaves en los últimos años, que culminó el último invierno en la falta casi total de hielo en el valle del Hudson, trae a colación la pregunta. Los habitantes más antiguos nos dicen que ahora los inviernos ya no son tan fríos como cuando eran jóvenes…”.
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Por potente que fuera entonces, el periodismo gráfico no pudo imponer la idea. Pero cuando en el siglo anterior y en este llegaron y se multiplicaron los medios audiovisuales y digitales, el dogma quedó instalado, con millones de devotos. Aunque quedan herejes de esa religión.
Para desmerecer la validez del cambio climático, Caparrós pone más en la mira la cuestión política que la intrínsecamente meteorológica. “Los países centrales ya hicieron su conquista de la naturaleza, su desarrollo sucio. Y el mundo está como está porque ellos lo hicieron, pero ahora se dedican a dictar normas a los países más pobres sobre cómo proteger a la naturaleza que ellos ya se cargaron: cómo seguir siendo pobres, pero verdes”.
“Digo, es como un chiste que los grandes impulsores de la ecología sean las sociedades que ya cambiaron sus ecosistemas hace tres, cinco, dos siglos para adaptarlos a sus necesidades y apetitos y que sacaron de todo eso pingües beneficios. Ahora quieren que los otros, los pobres, respeten lo que ellos no respetaron, so capa de salvar al planeta”. Esa es la clave del debate que debería darse, agrega.
La variación del clima en los muchos miles de millones de años que tiene la madre Tierra ha sido enorme. Ha ido pasando, sin pausas, del frío al calor y del calor al frío. Eso ocurre ahora, que existen sin duda múltiples emisiones a partir de la presencia humana. Y ocurrió también antes, cuando no las había
Martín Caparrós / Casa de América, Flickr
Hace más de cuarenta años, cada vez se venía un verano caliginoso o un invierno crudo –porque en esa época eran así, calurosos los veranos y gélidos los inviernos- los cronistas de El DIA iban a consultar a un astrónomo y meteorólogo –ya fallecido- que trabajaba en el Observatorio del Bosque y la pregunta era de rigor: “¿está cambiando el clima…?”
Con gran paciencia el científico negaba esa alternativa y sostenía que eran fugaces ráfagas de calor o de frío, que no marcaban tendencias en modo alguno. De manera que los cronistas volvían desanimados y el secretario de Redacción se quedaba sin título a seis columnas y recuadro complementario al costado, a dos columnas –lo que hubiera salvado a una página-, y entonces había que buscar otro tema.
Al retornar con esa misma cantinela otro cronista, el veterano meteorólogo un día se enojó, tomó una tiza, se acercó a un pizarrón y dibujó una larga línea ondulada, con cumbres y depresiones.
“Vea señor, esto que acabo de dibujarle es la edad del planeta Tierra, que tiene 5.500 miles de millones de años…Las cumbres que usted ve son períodos de calentamiento y las depresiones períodos de frío, de glaciación. Se supone que la humanidad es jovencísima, ya que sólo tiene 5 millones de años sobre este planeta. Y ahora le voy a mostrar dónde estamos nosotros…” y marcó con la tiza punto ínfimo, bien al final de la línea ondulada.
El astrónomo agregó: “¿Y sabe cuándo se creó el Servicio Meteorológico Nacional, es decir desde cuándo registramos las temperaturas? Desde 1872, o sea acá…!” dijo y apoyó la tiza al lado de su primera marca. El hombre ya enojado y en voz alta concluyó: “Así que dígale a su secretario de redacción que vengan a verme dentro de unos mil quinientos millones de años, para ver si el clima realmente se está calentando o enfriando…”.
Volviendo a Caparrós, dice más adelante que “nos creemos que podemos controlar todo y por eso nos dan culpa esas cosas: que estaríamos cargándonos la Tierra. Quizás ayudaría la humildad de aceptar que controlamos poco. En 1991 eruptó el volcán Pinacubo de Filipinas y vomitó tanto anhídrido sulfúrico que por un año la temperatura de la Tierra –de toda la Tierra- bajo un promedio de 0,5 grados. Es más de la mitad de lo que subió gracias –supuestamente- a nuestro esfuerzo de más de veinte o treinta años”.
Caparrós descubre en Nigeria los fogones africanos –“de una modestia espeluznante” y se vio sorprendido cuando una joven, Fátima, le comenta que ella cocina con leña pero que es consciente del daño que se estaba causando a si misma y al planeta, por la tala de árboles y las emisiones de dióxido de carbono: “Parecía un chiste frente a los gases de cualquier central térmica norteamericana, frente a los cuarenta millones de coches de Alemania, frente a miles de aviones todo el tiempo en el aire…”.
Nuestro país tuvo hasta hace pocos años el privilegio de contar con un meteorólogo espontáneo –Bernardo Razquin (1906-1988)-, un ermitaño y montañista que predecía el tiempo mirando el comportamiento de las hormigas, escuchando el canto de los gallos, usando instrumentos propios y observando a la naturaleza en detalle. Todas las mañanas informaba los pronósticos por una radio de Mendoza, donde él vivía, y resultaba ser infalible.
La reciente película de Guillermo Francella –“Granizo”- rescata a Razquin, en la figura de un viejo mañero que no erra nunca un pronóstico meteorológico. El personaje se llama Bernardo y en dos ocasiones le anticipa con exactitud la hora de algunas tormentas a Miguel Flores, el meteorólogo porteño consagrado pero caído en desgracia. Con su acento mendocino le avisa: “mañana llueve a las 7,14”. O más adelante le advierte que esa misma noche caerá caerán en la ciudad de Buenos Aires a las 11,7 “granizos grandes como pelotas de fútbol”. Y así ocurre, la capital federal es azotada por un granizo destructor y Flores recupera su prestigio.
“Se dice que el tiempo escuchaba a Don Bernardo Razquin y después decidía cómo se iba a comportar”, dice en el sitio de la ONG Centro Cultural Argentino de Montaña en homenaje a este hombre. El clima imita al hombre y a lo mejor, por eso, al final es verdad que existe el cambio climático.
Tanto existe ese cambio que, se asegura, existe un nuevo género literario llamado “clima ficción”, -en inglés lo abrevian “cli-fi”-, que en sus textos hace eje sobre el cambio climático en la Tierra y sus efectos actuales y futuros sobre la vida humana.
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