Miguel Nykon: la historia de inmigrantes que hicieron su vida sin olvidar sus raíces
Edición Impresa | 18 de Diciembre de 2022 | 04:49

Camila Moreno
cmoreno@eldia.com
Miguel Nykon nació en Berisso, pero su historia comenzó mucho más lejos. Podemos aventurar que fue en la peregrinación en donde se conocieron sus padres, o incluso kilómetros más allá en territorio ucraniano, de donde son sus antepasados.
Con su incansable trabajo por mantener las raíces de su historia se convirtió en una figura emblemática de la Región. Es que el amor por el país natal de sus padres lo fue construyendo desde pequeño. “Yo crecí acá en la colectividad con una educación anclada en un trípode en el que estaban la iglesia nuestra, las hermanas Basilianas y la sede de nuestra colectividad, que es la Asociación Ucraniana de Cultura Prosvita”, afirmó.
Su madre Eugenia Mazurkievich llegó a Argentina cuando tenía 3 años junto a su familia, que adquirió una chacra en la localidad bonaerense de Chacabuco y se quedó allí. Su padre, Esteban Nykon ya tenía 18 años cuando se instaló en Berisso, destino que eligió porque contaba con unos tíos que vivían ahí.
A diferencia de su mamá, el papá llegó solo al país en 1949. Esteban y su hermano habían formado parte del ejército insurgente ucraniano, pero no corrieron la misma suerte. “Mi tío fue arrestado y enviado a Siberia, entonces mi tía, la hermana, se fue con él para cuidarlo. Estuvo entre 10 y 15 años allá”, relató Miguel. Su padre también cayó prisionero, pero tras un breve paso por Inglaterra decidió emigrar hacia Argentina, donde rápidamente se incorporó a la comunidad de ucranianos que había en el país y gracias a eso conoció a Eugenia.
Habitualmente, dos domingos antes de Pascua la colectividad ucraniana realiza una peregrinación a Luján. Fue allí donde se conocieron estos dos jóvenes inmigrantes. Tiempo después se casaron en Chacabuco y se mudaron a Berisso, donde Esteban abrió su carpintería y nunca más se fueron.
De pequeño Miguel pasaba sus días inmerso en la cultura de sus padres, en la semana iba a la iglesia en donde estudiaba el idioma y además aprendía los “versos para declamar en la fiesta que se hacía en la institución”, recordó. El resto del tiempo lo dedicaba a ayudar a las hermanas Basilianas, cantar y se desempeñaba como monaguillo.
Los años pasaron, y como suele ocurrir con todo chico cuando crece sus intereses fueron cambiando, por eso las actividades religiosas poco a poco fueron dándole lugar a los bailes: “era un tronco”, aseguró entre risas Miguel, quien a pesar de estos nuevos intereses siempre se mantuvo dentro de la colectividad. Tanto fue así que rápidamente comenzó a formar parte de la comisión directiva, en donde ocupó diferentes cargos hasta llegar a la presidencia, puesto que mantuvo a lo largo de diez años.
Cuando terminó el colegio se anotó en la universidad, pero tras hacer dos años de Ingeniería dejó la carrera. “Tomé la decisión porque mi familia tenía una empresa maderera que creció mucho, por eso dejé los estudios para dedicarme al negocio familiar. A partir de ese momento repartí mi tiempo entre la maderera y las colectividades”, explicó.
Durante su mandato al frente de la presidencia representó a la colectividad en diferentes países, fue a congresos en Toronto, Canadá y a tres reuniones que se hacían en Sudamérica con miembros de Argentina, Paraguay y Brasil. Pero sus viajes más especiales fueron a Ucrania, a donde tuvo la oportunidad de viajar dos veces en dos momentos históricos completamente diferentes.
Sus viajes a Ucrania
En 1980, el muro de Berlín partía a Europa, y Ucrania estaba bajo el comunismo. En ese contexto Miguel arribó al país de sus padres a visitar a su familia. “La primera vez que fui fue en una época muy equivocada”, aseguró sobre el viaje que compartió con el ex intendente de Berisso Eugenio Juzwa, otro vecino con ascendencia ucraniana.
“Cuando dábamos vuelta la esquina mi tía se cambiaba el pañuelo, yo le decía ‘no me lleves más que vas a tener problemas, yo después me subo al avión y vos te quedás’”, graficó lo que sufrieron sus familiares en ese momento. Lo oscuro le quedó marcado, todo estaba sumamente controlado y nada podía salirse de lugar. En una excursión el colectivo se averió, entonces aprovecharon para hacer una visita por el cementerio. El país vivía una situación particular, habían decapitado a un cantante de protesta. “La gente pasaba y le tiraba flores, nosotros paramos y sacamos fotos. A mí no me hicieron nada, pero se ve que a la guía la habrán agarrado porque después no se movió de al lado mío y mi prima estuvo 3 años sin poder conseguir trabajo. Por esa tontera de ir a sacar una foto de una tumba”, lamentó.
“Los chicos no continúan con la tradición del idioma y así se pierde la esencia”
Pero el momento más tenso lo vivió cuando debía emprender su regreso, tiempo en el que según sus palabras tuvo un “problemón bárbaro”. Él ya estaba en el aeropuerto aguardando para volver a Argentina cuando desde la seguridad le vinieron con un pedido extraño: “No me querían dejar salir, me daban un papel en blanco y me decían ‘¿Vos querés irte? Firmá’. Yo no firmé nada y el problema escaló”, relató. Fue tal el inconveniente que tuvo que intervenir el capitán del avión en su defensa: “Él hizo presión y yo subí cuando el avión ya estaba prácticamente carreteando. Me revisaron todo, me tiraron el dentífrico, una botella de vodka. ¡¿Qué iba a esconder si es transparente?! Me revisaron todo, ni te hablo el cuerpo, fue tétrico. Uno vuelve, pero la gente se queda ahí, viviendo eso”.
En 2001 volvió y la realidad del país era otra, hacía años que Ucrania había declarado su independencia y encontró un lugar mejor para que sus familiares vivieran.
Como si la distancia entre ellos no existiera, Miguel sigue en contacto con sus familiares por lo que se preocupó mucho cuando se desató el conflicto bélico tras la invasión rusa a territorio ucraniano. Afortunadamente viven en la parte occidental de Ucrania, por lo que aún, dentro de lo que pueden, están tranquilos y no estuvieron expuestos a los ataques. De todos modos, desde acá la colectividad busca ayudarlos a atravesar el mal momento por lo que “además de la ayuda mundial que se mandó, también les mandamos ayuda económica a ellos, mientras se pueda”.
“Todos estaban en desacuerdo con nuestra relación, tanto mi madre como la de ella”
Así como algunos ciudadanos optaron por abandonar el país a causa de la guerra, sus familiares siguen eligiendo vivir allí. “Mi tía y mi primo estuvieron dos veces acá de visita, para ellos era otro mundo. Me acuerdo que cuando los traía de Ezeiza miraban todo, al punto de que veían las verdulerías y decían sorprendidos: ‘¿esto se puede comprar todo?’. Es más uno por ejemplo hasta se quería llevar un inodoro de acá de Argentina”, contó.
Colectividad en lucha
“La colectividad nuestra es diferente a otras, los ucranianos somos una colectividad que está permanentemente en lucha”, aseguró. Todo les costó mucho y se tuvieron que enfrentar a diferentes trabas. “Hace años, el municipio de Berisso había llegado a un acuerdo con La Plata para colgar las banderas de las colectividades en los postes de la luz. Pasaba un camión y las colgaba, nosotros íbamos atrás con una escalera subíamos y cambiábamos la bandera”, es que las autoridades gubernamentales no colgaban la azul y amarilla -igual que la actual insignia patria ucraniana- sino que ponían una azul y roja con el dibujo de la hoz y el martillo.
“Al otro año ya me avivé y los esperé en el puente 3 de Abril con las banderas. Me dijeron ‘vos no te hagas problema, te vamos a hacer la gauchada pero queremos algo a cambio’, ‘vos quedate tranquilo -le dije- que te vamos a recompensar’. Así hasta en esos detalles teníamos que estar”, expresó Miguel.
Pero no todo era luchar contra molinos de viento también tiene buenos recuerdos de momentos que vivieron todos juntos. En ese sentido Miguel Nykon cuenta con un récord que batió en el año 1983 y que aún hoy nadie le pudo arrebatar. Entre los inmigrantes de Berisso y de La Plata reunió a 350 personas que desfilaron sobre la avenida Montevideo. “Lo que fue para organizarlo y sobretodo para darles de comer. A mi vieja se le ocurrió hacer sandwiches de miga caseros, se pasó toda la noche trabajando con otra mujer para hacerlo. Hasta ahora ese récord no se rompió”, dijo contento por su labor.
“La primera vez que fui a Ucrania fue en una época muy equivocada”
Esta voluntad por el trabajo dentro de la colectividad la heredó de su padre Esteban: “Era bravo, había que llevarlo a todos los actos que hubiera. Tal es así que lo nominaron como el quinto presidente honorario de Prosvita en Argentina. Pero también le hicieron un reconocimiento por su capacidad de mediar en los conflictos ya que “era un hombre muy respetado, fue uno de los mejores moderadores, los problemas que arregló entre miembros de las colectividades no tienen nombre”, describió con orgullo a su papá.
Nació el amor en la colectividad
Pasó tanto tiempo dentro de la asociación que terminó encontrando el amor allí, junto a otra hija de ucranianos. Pero a pesar de que compartían sus raíces ambas familias se oponían a la relación. “Todos estaban en desacuerdo con nuestra relación, tanto mi madre como la de ella”, dice Miguel desde el living de la casa que hoy comparte con Mirta.
“Las que metían la púa eran las que venían a visitar a la mamá de ella y le hacían el cuento. ‘¿Y cuándo se va a arreglar con Miguelito?’ le preguntaban, pero ella no quería saber nada, no quería que estuviese con su hija, eran otras costumbre”, rememoró los inicios de su relación.
“Nuestros padres estaban criados de otra forma, era una cultura distinta donde estas cosas estaban prohibidas”, manifestó.
Si bien él es más abierto que sus padres o sus suegros, hay cambios que observa en los chicos que le cuesta comprender. Ve con desconfianza los cambios en las nuevas generaciones, a las que nota desmotivadas. “Los bailes se mantienen, pero los chicos no continúan con la tradición del idioma. Se está perdiendo la esencia”, lamentó.
En 2024 la asociación cumplirá 100 años. Fue la primera del país y junto a Miguel supieron instaurarse como un faro cultural de la Región, que con su inconmensurable entrega transformaron un rincón de Berisso en una pequeña Ucrania.
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