Un intento valioso que ilumina pero no esclarece
Edición Impresa | 28 de Mayo de 2022 | 05:00

Dolores Ripoll*
El 19 de mayo pasado se estrenó en la plataforma Netflix el documental “El Fotógrafo y el Cartero”, referido al homicidio de José Luis Cabezas, ocurrido el 25 de enero de 1997 en una cava de General Madariaga, cercana al balneario bonaerense de Pinamar. Ese brutal crimen constituyó el peor atentado a la libertad de expresión desde el retorno de la democracia, en 1983. Desnudó los males de la Argentina de aquel entonces, y marcó un antes y un después en la sociedad: en el ámbito de la justicia penal, con la modificación del código procesal de la Provincia y la utilización de la ley del “arrepentido”, en el plano político y en los modos de hacer periodismo. Pero por, sobre todo, trastocó la vida de una familia. Encontrar en los hechos el lado humano fue fundamental para que con el tiempo se dejara de aludir al “Caso Cabezas” y se comenzara a hablar del asesinato de José Luis.
La relevancia del estreno del filme radica en que la plataforma, de origen y alcance internacional, brinda la posibilidad de que en otras latitudes se conozca quién fue José Luis y qué le pasó. La marquesina global permite que este caso que conmocionó a todo un país trascienda fronteras. El olvido es sinónimo de impunidad.
A lo largo de los años fueron muchos los informes y pequeñas “biopics” que se realizaron en torno al asesinato. Tener la oportunidad de investigar con rigor y minuciosidad, adquirir material al que pocos tienen acceso y trabajar con amplia disponibilidad temporal durante casi dos años, con un importante presupuesto y para una plataforma internacional, hizo esperar un resultado de mayor magnitud. Algo se estaba gestando, pero el resultado final fue otro. Se esperaba una emotividad que no llegó.
El documental cuenta con entrevistados de relevancia como Gabriel Michi, Mariano Cazeaux, Miguel Gaya, Hugo Ropero, Ricardo Ragendorfer, Gustavo González, Osvaldo Baratucci, Julio Menajovsky y Jorge Gómez Pombo. Sin embargo, las interviús nos dejan con sabor a poco. El grado de conocimiento en la causa y lo que cada quien representa desde aquel enero de 1997 queda desdibujado. La película parece fascinada por la muerte del empresario telepostal Alfredo N. Yabrán.
Si bien el recorte de lo que se quiere mostrar y soslayar es potestad de cada director, no se ahonda en ítems claves que hacen a la evolución de los acontecimientos a lo largo de los años. Por mencionar uno, que fue decisivo para el esclarecimiento de la causa, la participación que tuvo ARGRA, la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina. La entidad fue la primera asociación civil en participar en un juicio penal, oral y público en defensa de los intereses colectivos de sus asociados.
No se incluye tampoco una línea argumental que cuente qué pasó con los reporteros gráficos, ni cómo llegó el reclamo de justicia hasta el día de hoy. Si bien se muestran imágenes de algunas marchas, el inicio del “camarazo” relatado por Michi y hasta a Diego Maradona brindando su apoyo en Mar del Plata, no se otorga su justa dimensión a lo que esto significó. Tampoco se menciona la experiencia de los periodistas que vivieron meses en la ciudad de Dolores cubriendo la investigación, y más tarde el juicio.
¿Qué pasó en la redacción de la revista Noticias? ¿Cómo fue cubrir el asesinato de un compañero? Sus periodistas sufrieron ataques de pánico, amenazas y persecuciones. Cada redacción tiene “per se” una velocidad, cierto ritmo, atado a la dinámica de las noticias; hay mucha gente hablando y se escucha el repiqueteo de los teclados, suenan los teléfonos. La vieja redacción de la calle Talcahuano era pequeña, comprimida. Cuando pasó lo de José Luis eso cambió. Apenas se escuchaban esos teclados, como si sus colegas gráficos y amigos tuvieran miedo de apretar las teclas, de escribir y de hablar. Uno de ellos, Pablo Wahnon, lo resumió como: “Silencio. Miedo. Sueño. Silencio porque ya no se escuchaban los teclados, como si cada palabra pudiera provocar una nueva muerte. Miedo a entrar a la redacción y sufrir un atentado. Sueño porque pensábamos que todo eso no era real. Teníamos en una remera a un compañero con el que habíamos hablado el día anterior”. Los periodistas que allí trabajaban se convirtieron en sujetos de las noticias de los demás. Todo esto no está reflejado en “El fotógrafo y el cartero”.
¿Qué pasaba con la sociedad de Pinamar en el ‘97? ¿Qué pasó con sus periodistas? ¿Qué pasa hoy con las amenazas y dificultades, que no cesan, para llevar adelante los homenajes a José Luis? Tampoco se relata, ni hay una voz en representación de esa comunidad. Y falta la referencia al contexto que originó el emblema y su significado, palabras acuñadas de puño y letra por José Cabezas, el papá de José Luis, que en el cierre de una carta dirigida a la sociedad pide que por favor “No Se Olviden de Cabezas”.
¿Sólo el testimonio de la ex mujer del autor material del hecho, Gustavo Prellezo, fue determinante para la detención de los “Horneros” y para la causa? ¿Qué pasó con lo que podrían haber revelado otros partícipes del hecho? ¿Por qué iban los “Horneros” a la Costa? ¿Por qué tenían como defensor a un reconocido jurista mediático?, ¿Por qué el ex gobernador de la Provincia tenía relación con testigos y manejaba pruebas, como menciona en la película? La entrevista a Eduardo Duhalde es la primera voz que escuchamos en el documental, y a lo largo del mismo, atribuyéndosele un lugar de protagonismo que no le corresponde.
Tampoco se muestran los trescientos cuerpos que tiene la causa, una de las más extensas en toda la historia del país, y que ocupa exclusivamente una sala en el tribunal de Dolores por la envergadura de la investigación. El trabajo de Macchi, el “juez del pueblo” -como lo llama Cazeaux orgullosamente en el film-, tampoco se relata. Y está ausente el mal manejo de los indicios probatorios por parte de la policía y los peritos. Las imágenes del auto de José Luis, prueba fundamental en el hecho, que fuera arrastrado con una grúa por la ruta mientras sacaba chispas, tampoco están.
Entre todas, hay una omisión crucial: en ningún momento nos cuentan quién era José Luis Cabezas. ¿Dónde está la parte humana del documental? ¿Cómo llegó a trabajar en la redacción de Noticias?, ¿Qué música escuchaba?, ¿Qué le gustaba leer?, ¿Cómo conoció a Cristina Robledo (su mujer, oriunda de Pinamar)? ¿Cuántos hijos tenía?, ¿Qué significaba para él cubrir temporada? Su primer encuentro con las olas hizo que, de la emoción, corriera a meterse vestido. Era un “chabón bravo y ecologista”. No sólo una foto revelada y colgada en un laboratorio fotográfico como nos muestra el film. Esa foto, que banalmente se utiliza como insert en el documental, representa la imagen de la primera credencial que tuvo como reportero gráfico. Si bien el no contar con el testimonio de la familia directa puede ser una dificultad, no es impedimento para ofrecer la dimensión humana que los espectadores necesitan, para comprender justamente esto: “que no son sólo noticias, son personas”.
Hacia el final de la película se menciona la situación procesal de los imputados y condenados en la causa. Los policías que formaban parte de la banda de delincuentes mixta: Luna, Camaratta, Gómez (que no aparece y de quien no se relata su participación en la liberación de la zona para que se cometiera el crimen) y Prellezo, gozaron del beneficio de la llamada “ley del 2 x 1”, hoy derogada. No obstante, antes de esa derogación, sus condenas a reclusión pasaron a ser de tan sólo 25 años luego de un fallo polémico del Tribunal de Casación Penal. Poco a poco fueron saliendo en libertad. Pasaron detenidos entre 7 y 13 años por haber cometido uno de los peores crímenes desde el retorno a la democracia.
La cinta destaca que Prellezo se recibió de abogado estando en reclusión. Y que Camaratta murió en el penal de Dolores. No es así. Camaratta falleció en su casa de Valeria del Mar, rodeado de los suyos. Prellezo se graduó gozando del beneficio del arresto domiciliario. Tenía permiso para salir bajo “palabra de honor”. Afirmar otra cosa da una idea errónea de justicia, de reparación. Las personas muchas veces se preguntan: ¿por qué siguen reclamando si los culpables ya cumplieron su condena? La respuesta es, sencillamente, porque no las cumplieron. Lo que sí hubo fue una sentencia ejemplar que no se efectivizó. El 21 de diciembre pasado se declaró la pena impuesta a Prellezo extinguida por haber transcurrido el plazo de la libertad condicional, lo que significa que no queda nadie condenado por el crimen de José Luis.
El documental no deja de ser “correcto”, en líneas generales, con una buena contextualización de una época plagada de turbiedades, pero el crimen de José Luis Cabezas es mucho más que 106 minutos de metraje. Duele, sensibiliza y hace reflexionar acerca de lo imperioso que es que hechos como estos no se olviden. A diferencia de lo expresado por los creadores del documental en declaraciones a la prensa, afirmar que se hizo justicia es no comprender la dimensión del crimen de José Luis Cabezas.
* Periodista y Reportera Gráfica de EL DIA. Miembro de la Asociación de Reporteros Gráficos (ARGRA). Procuradora. Estudiante de Abogacía -JURSOC-. Adscripta en la materia Derecho a la Comunicación en F. P. y C. S. (UNLP)
“Afirmar que se hizo justicia es no comprender la dimensión del crimen”
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