La crisis en Medicina se enfrenta a la necesidad de respuesta de la UNLP

En poco más de un lustro la facultad multiplicó su matrícula por 10, sin una indispensable suba del presupuesto

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“¿Qué clase de profesionales van a egresar de nuestra facultad si seguimos por este camino?”. Esa pregunta retumbó en el encuentro que días atrás mantuvieron representantes del Centro de estudiantes de Medicina con quien luego -como se preveía- resultó electo presidente de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), Martín López Armengol, que entre sus desafíos asume la difícil tarea de enderezar el rumbo en una unidad académica que en poco más de un lustro multiplicó por diez su matrícula sin que ese crecimiento se viera acompañado de un aumento proporcional en la cantidad de docentes, de aulas, de personal administrativo e infraestructura hospitalaria necesaria para la realización de las prácticas médicas. Y que aún hoy sigue sin presencialidad plena, en el marco de una crisis que en las últimas semanas se tradujo en protestas y renuncias de docentes aún de algunos que estuvieron y están de acuerdo con el ingreso vigente.

Algunas cifras pueden ayudar a entender la magnitud de lo que ocurre en Medicina, que en 2015 -y antes de quitar el curso de ingreso eliminatorio- reunía 3.412 alumnos activos, contra los 33.000 estimados en la actualidad. Son unas 10 veces más que hace siete años, sin que en ese período se ampliara 10 veces más la capacidad de una facultad que por sí sola no puede atender el tamaño de los problemas que enfrenta. Urge para eso, y así lo reclaman estudiantes y docentes, el auxilio de la Universidad que seguirá siendo conducida por el sector que lidera Fernando Tauber que determinó la admisión libre sin reparar en sus consecuencias, aún cuando año tras año estaba a la vista el aumento de la cantidad de ingresantes.

900 POR CIENTO

Avalada por la reforma de la ley de educación superior que en 2015 dispuso el ingreso irrestricto y como colofón de un debate que durante años enfrentó al claustro de profesores con el Rectorado (al punto de llevar la discusión hasta los Tribunales), Medicina pasó de sumar un promedio de 300 ingresantes por año a los más de 8.000 que se anotaron para el ciclo actual. Solo eso explica que en menos de una década la matrícula se haya incrementado en casi un 900 por ciento, incluso con alumnos que, atraídos por el ingreso irrestricto y la gratuidad, cruzan fronteras para cursar en Ciencias Médicas: según números de la UNLP, de unos 10.000 extranjeros que estudian en La Plata, la mitad lo hace en 60 y 120.

En 2015 había 3.412 alumnos activos, contra los 33.000 estimados en la actualidad

Ahora bien, hay en la comunidad académica quienes interpretan que ese exponencial aumento en la cantidad de alumnos pudo quedar “invisibilizado” con la irrupción de la pandemia, que allá por marzo de 2020 obligó a suspender una presencialidad que aún hoy Medicina no retomó en forma plena. “Somos la Facultad más grande de la UNLP y somos los únicos en no volver a la presencialidad completa”, le recordaron al entonces futuro rector de la Universidad los estudiantes, que además hicieron hincapié en la falta de personal y semanas antes habían trasladado la misma preocupación al decano, el Dr. Juan Ángel Basualdo Farjat, reelecto con la vuelta a las aulas como promesa estelar y que estuvo entre los partidarios del actual sistema de ingreso.

Es cierto que la virtualidad contribuyó a disimular la crisis que estaba generando el problema, pero antes ya existía y reclamaba la atención de la Universidad. Los refuerzos presupuestarios necesarios para atender el crecimiento de la matrícula escapan a la esfera de decisión de la Facultad. Sin embargo hubo luces de alarma que debieron ser atendidas, como la recordada renuncia Dr. Marcelo Cerezo a la Cátedra A de Anatomía, de marzo de 2019, cuando el coronavirus era poco menos que ciencia ficción y -en una carta pública que interpeló a la sociedad- ya advertía sobre el “desmadre” por el ingreso irrestricto que multiplicaba la cantidad de estudiantes sin prever la ampliación de los espacios áulicos ni del personal docente. Todo eso -decía Cerezo al exponer los motivos de su salida tras 43 años de trayectoria- empezaba a atentar contra la calidad de la enseñanza, con docentes que se veían “desbordados”, alumnos que (de tan numerosos) debían espaciar el trato con pacientes y un 50% por ciento de desaprobados que perdían la cursada en el primer parcial.

LOS PROBLEMAS QUE PERSISTEN

“No cabe duda que donde cursan bien 400 no podrán hacerlo 4.000. No hay espacio para ello”, escribía Cerezo en su misiva de 2019, cuando en 60 y 120 estudiaban poco más de 9.400. Tres años (y una pandemia) después, con unos 33.000 alumnos cursando por Zoom y no más de 270 graduados por año, la mayoría de aquellos problemas persiste y se agrava. Mientras en el camino un tendal de jóvenes abandona, más profesores dimiten, son sumariados o empujados a retirarse.

Solo el mes que pasó y en cuestión de semanas cuatro docentes dejaron sus cargos en Medicina. Los motivos, con matices, se repitieron en cada caso: falta de personal y espacios para garantizar que los futuros médicos se formen de manera presencial y con la mejor calidad. El centro de estudiantes consciente de todos esos problemas ha organizado clases de apoyo para las materias de primer año y las mismas se dictan generalmente en los patios de la facultad.

“Qué clase de profesionales van a egresar de nuestra facultad si seguimos por este camino”?

Dos de esas bajas fueron especialmente paradigmáticas. La del jefe de trabajos prácticos de Medicina Interna, Marcelo Calí, quien, tras 31 años en el cargo, decidió dar un paso al costado, según dijo, después de que le iniciaran un sumario por una clase presencial que dictó a mediados de 2021, cuando ya la circulación del coronavirus era baja. Y lo hizo con una carta de renuncia en la que se mostró “profundamente preocupado” por atravesar el tercer año sin presencialidad “en una carrera eminentemente práctica” y porque “la excelencia educativa no es la misma” y “le estamos hipotecando el futuro a los chicos”.

También hizo mucho ruido el pase a retiro de la reconocida infectóloga Silvia González Ayala, quien, sin haber solicitado su jubilación -tal como aclaró-, fue “ordenada” a dejar atrás medio siglo de trayectoria en 60 y 120. “No soy imprescindible, pero considero que puedo seguir prestando servicios -aclaró en su descargo al Decano-. Aún más en la situación de profunda crisis en la que se encuentra el proceso de enseñanza-aprendizaje en esta unidad académica, marcado por la pérdida de valores, una disminución sostenida de la calidad educativa, el sesgo político (no visto en las ultimas décadas) en la transmisión de conocimientos y la pérdida de la relación profesor-estudiante”, advirtió la hasta aquí titular de Infectología en las carreras de Medicina y Obstetricia, donde además -observó en diálogo con este diario- “hay tres docentes y una becaria para 260 estudiantes que siguen las clases por Zoom”. Situación que calificó como “desesperante” porque “son alumnas que manejan el binomio madre-hijo, que en tres años no pisaron un aula y están en cuarto año de la carrera sin saber lo básico”. Como lo refleja el “alarmante” porcentaje de aplazos: “En torno al 80 por ciento”, remató González Ayala.

Con todo, la pregunta de los alumnos de Medicina, que también se hacen profesores, debería funcionar como un faro para la etapa que se inicia en la UNLP: “¿Qué clase de profesionales van a egresar de nuestra facultad si seguimos por este camino?”. Dicho de otro modo, qué tipo de médicos se puede esperar por la senda de la masividad, sin presencialidad ni recursos para atenderla y con una casa académica sin capacidad presupuestaria para recibir a ingresantes de la forma ilimitada en la que promueve. La respuesta, dicen una vez más en 60 y 120, debe venir del Rectorado.

 

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