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Información General |Radiografía de un sector golpeado

Un día con cartoneros de La Plata: recuperar lo que otros tiran para gambetear las crisis

Historias de hombres y mujeres que viven al día. La polémica por los caballos y la tracción a sangre. Nuevas modalidades de trabajo y la oportunidad en las plantas de reciclaje. La discriminación, la pandemia y el futuro que sueñan para sus hijos

Un día con cartoneros de La Plata: recuperar lo que otros tiran para gambetear las crisis

Walter Vázquez cartonea desde los 14 años. Tiene 56. En todo este tiempo también fue ayudante de cocina y parrillero. “cuando te quedás sin trabajo volvés al carro, no te queda otra”, dice / Dolores Ripoll

Alejandra Castillo

Alejandra Castillo
acastillo@eldia.com

17 de Julio de 2022 | 02:39
Edición impresa

La vida siempre se las ingenia para imprimir sus marcas en el cuerpo, en la piel, en la memoria. Y viendo a los ojos a Walter Vázquez se adivina que no se la hizo nada fácil a este hombre que nació hace 56 años en Lomas de Zamora, pasó su infancia en Olavarría y recaló en La Plata a los 14, edad en la que tuvo que arreglárselas por su cuenta porque no podía vivir con su padre y la nueva pareja.

“Compré un terrenito a medias con mi hermano y salí a cartonear”, cuenta a este diario, aclarando que el hermano “era mayor”, aunque no por mucho: “Tendría 20 o 21”. Levantaron un ranchito en 56 y 155 y “la peleamos”, suma, él con un carro que tiraba por las calles de una ciudad que en los arranques de la década del 80 era muy distinta a la actual. “Podía sobrevivir y me compré un caballito para tirar del carro, pero entonces se podía andar por cualquier lado y ahora ya no”.

La medida que prohibió el uso de la tracción a sangre lo obligó a buscar otro modo de sostener a su familia y así fue como hace cuatro años llegó a la planta que la Cooperativa Recicladores Unidos tiene en 144 entre 47 y 49, en San Carlos.

Cartoneros, recicladores o carreros son algunas de las palabras que se usan para definir a quienes todos los días se ganan la vida juntando por las calles lo que otros descartan y que sirve como material reciclable. Se calcula que en La Plata, Berisso y Ensenada son alrededor de 2.000 familias.

“Entre los galpones de La Plata y Ensenada hay 250 personas por día”, detalla Rodrigo Bernales, referente del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) y de la cooperativa de Recicladores Unidos, uno de cuyos centros de reciclado funciona en el predio alquilado en San Carlos y otro en Cestino al 149, en Ensenada. En Berisso todavía no hicieron pie, pero dice Bernales que están gestionando la instalación de otro galpón con una metodología de trabajo idéntica a la de estos dos, en la que todo arranca con el cartonero o reciclador llegando a cualquiera de los 10 puntos o postas establecidas en las principales plazas de la Ciudad, como Italia, Rocha, Moreno o Belgrano.

“Todos los días a las 4 de la tarde, salvo que llueva, llega el camión de la Cooperativa, con un carrito y un bolsón” que se distribuyen entre la decena de personas que esperan en cada uno de esos sitios, con los que salen a ‘recorrer distintas rutas’” prefijadas, cuenta Bernales. Algunos llenan el bolsón a las 10 cuadras, mientras que otros tienen que caminar bastante más. Como sea, a las 20 todos vuelven al punto de partida, donde, con la llegada del camión, identifican con un precinto cada bolsón y se traslada la carga a los galpones, para pesarla y registrarla en una planilla.

“A esa planilla le sacamos una foto -aclara Bernales- y se manda al grupo de WhatsApp para que todos sepan qué peso hizo cada uno ese día”, aunque la liquidación por la venta la cobran cada 15 días. Es por eso que para la diaria, muchos cartoneros -estén o no en una cooperativa- salen por su cuenta con sus carros, tirados por ellos mismos o una motito, para vender los cartones, papeles, chapas, plástico en los llamados “galponeros”, que pagan en el momento, aunque mucho menos dinero.

Expuesto en cifras, el kilo de reciclable en cooperativa (sin vidrio) vale 36 pesos, mientras que en un galpón de barrio o en la calle es, por lo menos, 10 pesos más barato. Por mes, cada reciclador suele liquidar alrededor de 1.000 kilos, según fuentes oficiales.

“Al saltar intermediarios se trabaja y se cobra mejor porque se le vende directamente a la industria”, refiere Bernales aludiendo a la empresa Smurfit Kappa, que retira de a 24 fardos de entre 300 y 350 kilos cada uno, para hacer cajas de cartón.

“Lo peor es la discriminación”

Igual que todos los que trabajan en la planta, Walter usa un mameluco blanco. También una faja lumbar. La cumbia suena fuerte dentro de ese galpón que tiene una larga historia como predio para el reciclaje, ya que antes lo gestionaba otra de las 6 cooperativas que trabajan en la Ciudad con convenio municipal. En el caos del sitio, cada tarea tiene un espacio asignado.

Walter entra a las 9 de la mañana y se va a las 15. Sumando el contrato municipal, el Programa Potenciar Trabajo y lo que ellos llaman el “plus de venta”, cobró alrededor de 90 mil pesos. Buena parte de los 42 años que lleva trabajando los pasó en la calle como cartonero, aunque en todo ese tiempo tuvo otros oficios, sobre todo en la gastronomía.

“Trabajé como ayudante de cocina, parrillero; pero cuando te quedás sin trabajo volvés, no te queda otra. Son un montón de horas caminando y hay mucha gente haciendo esto. El que tiene una motito es más fácil, si no es todo a pulmón, pero lo más difícil es la discriminación. Te ven haciendo este laburo y se creen que sos mala persona”, reflexiona.

Al erradicar la tracción a sangre, rescataron en la Ciudad unos 120 caballos maltratados

Los bolsones llegan al galpón en dos turnos: a la mañana los transportan los propios cartoneros en sus carros y a la noche le toca al camión que los levanta en las plazas. Cada carga pasa primero por una balanza electrónica y luego al fondo, donde se separan los residuos según el material: plástico, cartón y archivo o papel blanco, que es el más valioso justamente por su color. De la prensa salen por último los fardos que se comercializan.

Miguel Ángel Tévez tiene 26 años y hace casi 5 que trabaja en la Planta de Reciclaje. Vive a unas pocas cuadras de ahí, con su mujer y sus dos hijos –“un varón y una nena”, precisa-, pegado a su madre y a su hermana.

“Antes de trabajar acá andaba en carro con caballitos, pero los empezaron a sacar, así que vendí el carro y me quedé con los caballitos para que anden los nenes”, relata.

El de los caballos es un tema que apareció en todas las charlas que mantuvo este diario con las personas ligadas a la actividad.

“En el marco de una política de gestión responsable de residuos sólidos urbanos impulsamos diversas medidas y acciones vinculadas al reciclado y a la integración de los recicladores urbanos a través de cooperativas de trabajo”, explicaron desde la municipalidad de La Plata, que incluyó “la erradicación de la tracción sangre en la Ciudad y la consecuente incorporación de las personas a una nueva cooperativa”.

A partir de esta propuesta se pudo rescatar a unos 120 caballos, casi todos en condiciones críticas, desnutridos, golpeados, quebrados y con heridas a carne viva.

Su experiencia como cartonero le dejó a Miguel la certeza de que no es tan malo la falta de mercadería para subir al carro, sino el exceso de “gente mala; hay de todo en la calle, pero te cruzás con más malos que buenos”. Antes de este trabajo, “salía a la mañana a juntar cartones por acá (San Carlos) y a la tarde me iba al centro a buscar la comida para nosotros, pedía en la carnicería, en la verdulería”.

Igual que le pasa a la inmensa mayoría de los argentinos, el sueldo le resulta a Miguel demasiado corto para un mes que resulta cada vez más largo. Entonces pide prestado un carro, lo engancha a la moto y sale a “dar una vueltita para juntar lo que encuentre, un poquito de cartón, un poquito de chapa. Lo vendo en un depósito que está a tres cuadras de mi casa; te dan menos plata, pero son 3.000 o 4.000 pesos que te zafan ese día”, dice.

POLÍTICA AMBIENTAL

Como ya se dijo, en La Plata hay seis cooperativas distribuidas en distintas zonas que se dedican a tareas de reciclado, en las que trabajan alrededor de 250 personas que reciben los reciclables recolectados del servicio de puerta a puerta, en los más de 40 puntos verdes y centros de recepción.

“Algunas de estas cooperativas realizan recolección privada de residuos reciclables a partir de un convenio con los comercios de localidades y barrios, como Abasto, Etcheverry y Olmos”, informaron desde la comuna, mientras que otras están inscriptas en el ministerio de Ambiente bonaerense “como destinos sustentables de los grandes generadores de residuos”. Según las mismas fuentes, este Plan Diferenciado de Residuos Sólidos Urbanos incluye a súper e hipermercados, shoppings y galerías comerciales, barrios privados, hoteles de 4 y 5 estrellas, cadenas de comidas rápidas, industrias, empresas de servicios y “toda otra actividad privada comercial e inherente a las actividades autorizadas que generen más de 1.000 kilogramos de residuos al mes”.

Bernales cuestiona fuertemente la eficacia de la política municipal de basura cero. “Hay gente que separa los residuos y los entrega en mano, como muchos comerciantes de calle 12, pero hay muchísima más gente a la que le falta información. A los galpones llegan las bolsas verdes con basura, pero los vecinos no saben ni a qué hora pasa el camión”.

Marisa Cantariño es coordinadora del Cuerpo de Promotoras Ambientales Cartoneras de La Plata, que tiene como principal objetivo, según ella misma resalta, “concientizar y educar a los vecinos en la separación en origen y mostrar el trabajo” de cartoneros, carreros y recicladores. Lo hacen con charlas y talleres que dan en las escuelas y la promoción de “puntos azules”, que son espacios para acopiar papel, cartón, plásticos, vidrio, latitas de aluminio y aerosoles.

El programa nació en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y es, según Marisa, el primero “con perspectiva de género en Latinoamérica”, por poner el foco en las mujeres que, a cierta edad, ya no pueden tirar del carro.

Ella tiene 56 años y durante décadas trabajó como cartonera para mantener a su familia. “Yo era empleada en una casa de comida, hasta que en 1993 me quedé sin trabajo cuando mi hija estaba entrando a primer grado; soy madre soltera y mi vida cambió completamente”, recuerda esta mujer a la que los dolores de huesos la mantienen, ahora, postrada por varios días.

Vive en la zona de la Bajada de la Autopista, un barrio “esencialmente cartonero”, según sus propias palabras, por lo cual no le resultó raro que un vecino se ofreciera a prestarle un carro para salir a juntar cartones y papeles. Con eso vivieron ella y su hija hasta 2016, cuando el cuerpo empezó a “pasarme factura”, aclara, y se abrió este programa que nuclea actualmente a unas 15 mujeres que se ocupan, sobre todo, de conseguir que cada vez más personas se sumen a la separación de residuos en origen. “La vida me cambió completamente”, insiste Marisa en un mano a mano con este diario, “ahora puedo estar más tiempo en mi casa para hacer lo que más me gusta: manualidades con tela”.

DE PANDEMIA Y CRISIS

La cuarentena impuesta a partir de la pandemia golpeó muy fuerte a los sectores con menos recursos, cuya principal fuente de ingresos son las changas. Todas las personas consultadas para este informe coincidieron en decir que las primeras semanas de aislamiento fueron durísimas, hasta que “nos nombraron trabajadores esenciales”, recordó Cantariño.

Tras confirmar que el sector pasó un mes fuera de las calles, Rodrigo Bernales suma que fue la industria la que intercedió en su favor, porque “básicamente necesitaban el reciclado para mandar las jeringas y los barbijos a los hospitales. Nosotros respetamos todos los protocolos para encontrarle la vuelta y que nuestros compañeros no se murieran de hambre”.

Surfeadas ya las peores olas de la pandemia, sobrevinieron las de la crisis. Y un nuevo cross a la mandíbula. “Esto afecta a todas las clases”, define Bernales, “la gente compra menos y desecha menos”.

Marisa pone el foco en los más de 1.000 cartoneros que están fuera de las cooperativas, desperdigados por toda la Ciudad. “En algunos barrios la cooperativa organizó ventas colectivas -apunta-; pero muchos no pueden esperar a que se haga la venta, aunque cobren más. Entonces van al galponero, que les paga menos o muchas veces tiene la balanza arreglada. Tienen que hacer tres o cuatro viajes, para juntar 300 kilos y poder sobrevivir, aunque todo depende de lo que haya en la calle ese día”.

Según Bernales, es muy difícil acertar en la cifra exacta de la gente que vive de esta actividad por tratarse de un sector muy dinámico. “Serán 2.000 entre las tres ciudades, pero muchos dejan el carro porque consiguen una changa de albañil y vuelven cuando se termina. Mientras tanto sale la esposa, el hijo o los hermanos”. Lo cierto, agrega, es que “cada vez hay más pobres, menos consumo y menos material para reciclar. Estamos en los (años) 90 de nuevo”.

 

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Al galpón de la Cooperativa Recicladores Unidos, en 144 entre 47 y 49, llega material recolectado en la calle y de bolsas verdes / Dolores Ripoll

Miguel Ángel Tévez tiene 26 años. “Hay de todo en la calle, pero te cruzás con más gente mala que buena” / Dolores Ripoll

Marisa Cantariño se quedó sin trabajo en 1993. “Mi hija estaba entrando en primer grado y unos vecinos me ofrecieron un carro”

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