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Información General |OCURRIÓ EN LA PLATA

El difícil caso de los amantes de los 72 minutos, ni uno más, ni uno menos

Una mujer obsesionada con que su marido le era infiel. Un hombre de conducta intachable, pero que sorprendería a los detectives que se habían dado por vencidos

El difícil caso de los amantes de los 72 minutos, ni uno más, ni uno menos

Freepik, pixabay

Hipólito Sanzone

Hipólito Sanzone
hsanzone@eldia.com

28 de Agosto de 2022 | 04:07
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“Cuando vimos que se bajaba en lo de Carloncho pensamos que había pisado el palito”.

De las incertidumbres cotidianas a las que estamos expuestos la del timbre es una de las peores. Apretar el botón y no escuchar el eco de la chicharra del aparato es entrar en una duda incómoda como todas las dudas. En los edificios de departamentos damos por sentado que el timbre suena. Aun sin certezas técnicas, apretamos el botón con la tranquilidad de que alguien va a oírlo. Imaginamos que el "portero eléctrico" está sonando y lo escuchan desde ese punto estratégico que los diseñadores de departamentos han elegido para instalarlos: la cocina o ese espacio en el pasillo cortito que lleva a las habitaciones o a la salida. Pero en las casas no oír el timbre desde afuera es todo un tema. La pregunta: ¿andará?, se nos clava como una espina de rosa en el dedo que usamos para tocar ese timbre incierto. Si en una casa esa duda es grande, en un caserón es un dudón. Más aún si se trata de un caserón como el del veterano detective de Parque Saavedra al que recurro una vez más en busca de una historia de la vida real, de las decenas y decenas que juntan polvo en su biblioteca ganada al jardín de invierno.

Los días de ola polar y llovizna le caen justo al timbre que no suena. Es inútil que golpee la reja y más todavía que use las palmas de las manos para llamar la atención del hombre que está adentro.

BOCA DE DAMA

El humo blanquecino que sube al cielo, busca las corrientes que hacia el sur lo llevan para el lado de Meridiano V, me dice que el veterano detective está ahí, junto al fuego, leyendo, tomando té con esas Boca de Dama que una de sus nietas descubrió una vez en la góndola de un súper chino por La Loma y que desde hace tiempo le lleva y él recibe como un tesoro. Todavía se hacen las Bocas de Dama. De no creer.

Toco el timbre por tercera vez y nada. La llovizna ya ha tomado masa crítica y moja con prepotencia. Empiezo a duelar la circunstancia de pegar la vuelta y ver si capaz mañana o pasado tengo más suerte. Es ahí cuando percibo el movimiento de la cortina, el sonido de la tranca fabricada con un pedazo de riel que refuerza la cerradura de la entrada al caserón. Y veo venir la figura que cruza el gran jardín, apurada por la llovizna gruesa.

"Este timbre de mierda anda cuando quiere", me dice como forma de saludo y disculpas al mismo tiempo.

Le sugiero que por un lado es mejor que a veces no suene porque evita molestias y me dice que tengo razón. Que es un barrio donde a cada rato pasa alguien a joder, si por joder quiero entender que pasan a ofrecer cosas o a pedirlas.

Los detectives le sugerían a la mujer que su marido no la engañaba

 

"La próxima vez llamame por teléfono y salgo a abrirle". Me lo dice en un tono dulzón entre el que se cuela un mensaje subliminal que interpreto como "la próxima vez no sea boludo, quiere".

EL CANDIDATO

"Le voy a contar un caso difícil, que nos llevó casi un año. Y que si no lo abandonamos fue por la insistencia de la mujer que nos contrató. Estaba absolutamente convencida de que su marido la engañaba. Tanto era así que en un momento hasta nosotros tratamos de convencerla de que eso no ocurría. Contra nuestros intereses le sugerimos que estaba equivocada y que el hombre no andaba en nada raro. Pero insistía con una vehemencia que impresionaba. Y pagaba honorarios sin chistar, ni siquiera cuando durante esos casi nueve meses de trabajo se los aumentamos tres veces".

Me cuenta que "el candidato", como en la jerga de los detectives privados suele llamarse al hombre al que deben seguir para comprobar si es o no infiel, era un profesional de unos 45 años, empleado en una fuerte empresa de la Ciudad. Llevaba 15 años de casado, tenía dos hijos y una vida que no movía a sospechas sobre vicios o conductas impropias, de esas que las convenciones juzgan y definen "normal". Ella tenía 40 y había ejercido la docencia hasta el nacimiento del primer pibe. Desde entonces se ocupaba de la casa, los hijos y algunas amigas con las que compartía pilates, tés con masas, reuniones de túpper o de Avón y otras rutinas contra el aburrimiento que las unía. La pareja tenía un muy buen pasar económico, no solo por el aporte de él sino por el alquiler de un flor de local comercial y una casita que a ella le habían tocado del reparto anticipado de la herencia de su padre. Ella tenía una hermana con problemas nerviosos, como piadosamente suele definirse a las personas que en un abrir y cerrar de ojos pasan de ángeles a demonios. Los que saben del tema les dicen bipolares. La familia atribuía esa patología al padecimiento de haber estado casada con un pirata que un día levó anclas con una colorada "que podía ser su hija", decían.

"Cuando la mujer vino a vernos se pasó más de una hora hablando de la hermana. Decía que no quería terminar como ella, con los nervios destrozados y la vida arruinada por un tipo infiel. Decía que estaba dispuesta a pagar lo que fuera por pruebas concretas para desenmascarar a su marido y no sufrir la agonía de un largo engaño como el que había padecido su pobre hermana".

El veterano detective suma dos leños al fuego y ofrece más té pero no incluye en la oferta a las Boca de Dama que descansan en un plato de postre, blanco con guardas azules que ocupa el centro de la mesa ratona. Las cuida como oro. Y está bien. Me dice que aunque se consuma más rápido que el quebracho, él compra leña de eucalipto o espinillo. Que todo el mundo prefiere el quebracho porque dura más, porque hace brasa y que es la brasa lo que irradia calor. Pero que él prefiere la llama del espinillo o del eucalipto. Me gano su simpatía o en todo caso la aumento, cuando le digo que una estufa-hogar sin llamas es una estufa triste, aunque sea la brasa la que dé el calor.

LOMO A LA PORTUGUESA

Me cuenta que cuando diagramaron el seguimiento de "el candidato" de acuerdo a los datos sobre horarios y costumbres que les había pasado la mujer, pensaron que estaban ante un asunto fácil. Que el tipo llegaba al laburo apenas antes del mediodía, que a veces, cerca de las dos de la tarde, salía a comer con uno ó dos compañeros y que siempre iban a una parrilla muy frecuentada por el mundillo de la política, sobre la calle 48 frente al predio que fue del Mercado. Que volvía a su casa antes de las ocho salvo los martes en que se juntaba para un Fútbol 5 en una canchita de pasto sintético que había por 46 y 10. Que una vez por mes tenía reunión de amigos en la casa de uno que había sido diputado y que a veces, cuando el anfitrión no podía recibirlos, trasladaban la reunión al comedor de un club de básquet donde siempre pedía lo mismo para comer: lomo a la portuguesa con papas españolas. Que como el tipo se cuidaba y el plato era abundante, solía compartirlo con otro comensal, un contador que aceptaba el acuerdo para también cuidar la silueta pero que al final siempre acusaba que se había quedado con hambre.

"¿Mujeres?", pregunto.

Me dice que nada. Ni un solo indicio. Que al cabo de esas reuniones los amigos se separaban y parecía que cada cual iba a su casa, salvo un trío que a los postres recalaba en Almendra. Pero él, nuestro candidato, nunca iba. A pesar de que el tipo al otro día no madrugaba, terminaba de cenar y se iba para su casa.

Me cuenta que la obsesión de la mujer se basaba en algunas cuestiones de manual, como que el tipo casi no la tocaba, "no le daba bola, que vivía como pensando en otra cosa, que se aburría, que ya no quería salir y que los pocos amigos en común que tenían ya ni los invitaban a reunirse para no verles la cara de culo".

La mujer decía que ese y otros indicios le daban mala espina. Que así, con esa conducta, había empezado "el sinvergüenza" del ex marido de su pobre hermana, el pirata que había levado anclas con una colorada que podía ser la hija, decía su ex cuñada.

"El gran problema ahí, decíamos nosotros, era la influencia de la hermana engañada. La mujer estaba sugestionada por esa experiencia que al fin y al cabo no era la suya", me explica con vehemencia.

"Pasaban las semanas, los meses, lo seguíamos por turnos. Yo arrancaba al mediodía y mi socio me relevaba a la tarde. Y a la noche íbamos juntos o le tirábamos unos mangos a un muchacho conocido que sabía sacar fotos de lejos y era muy discreto. ¿A plata de hoy? Calcule tres mil pesos por día le cobrábamos a la mujer. Habíamos acordado que el seguimiento era de lunes a viernes hábiles porque los fines de semana o feriados el tipo no se movía de la casa. Para colmo, eso. Los fines de semana rara vez asomaba la nariz y si lo hacía era en compañía de ella y los hijos".

Le pregunto si en tanto tiempo de seguimiento nunca estuvieron ante una corazonada, algo así, y me cuenta que una noche, al cabo de uno de los partidos de Fútbol 5 en la canchita de 46 y 10, por ahí, “el Candidato" no tomó el camino que habitualmente hacía para el regreso.

"Siguió por 46 hasta 14, bordeó Plaza Moreno y tomó diagonal 73 hasta Plaza Rocha. Y paró a unos metros de Carloncho, la pizzería. En la puerta vimos a una mujer que parecía estar esperando a alguien. El tipo bajó del auto y fue derecho hacia ella. Le dio un beso en la mejilla, un abrazo corto y se mandó para la pizzería. La mujer se quedó afuera, como esperando a alguien. Al rato salió el tipo con una caja de pizza y la mujer seguía ahí, en la vereda. Esta vez se saludaron así nomás y nuestro candidato se subió al auto con la pizza y rumbeó para la casa. Fue la única que vez que dijimos: pisó el palito, pero había sido una falsa alarma. La mujer era una amiga, una conocida, vaya a saber quién era pero seguro que la amante no".

Lo siguieron prácticamente hasta debajo de la cama, pero dejaron un hueco de 72 minutos

 

CARA CONOCIDA

Por fin va hasta la biblioteca y trae la carpeta del caso. Me advierte que de esto que me cuenta pasaron "muchos años" y como si hiciera falta vuelve a pedirme discreción absoluta aunque de reojo advierto que los nombres en "la ficha" están tachados con marcador negro. Me muestra la foto del "candidato" y no puedo ocultar la sorpresa. Si me pregunta su nombre no tengo idea pero que al tipo lo conozco de alguna parte, eso es seguro. Se lo confieso y el veterano detective se encoge de hombros como diciendo cuénteme algo que no sepa.

"Y claro...si esta ciudad es un pañuelo", reflexiona.

La ansiedad por saber más, por conocer el final de la historia me hace olvidar los modales y le manoteo una Boca de Dama del platito blanco y azul. La mastico con gula. Me dice que si quiero fumar que me arrime a la chimenea y tire el humo hacia los leños. Sabe que así dejaré de atacarle las galletitas.

"Se la voy a hacer más corta: el caso no lo resolvimos nosotros, pero se resolvió", dice el veterano detective privado.

Durante una de las peleas del matrimonio que se habían hecho cada vez más frecuentes, ella se desbordó y le contó que había puesto un detective a seguirlo. Lo hizo en tono de amenaza, advirtiéndole que tenía pruebas o que pronto las tendría.

"En cuestiones de pareja nunca se sabe para qué lado pueden rumbear las cosas. El tipo le juró y perjuró que no había otra mujer, le prometió más y mejor atención. Y yo creo que a esa altura ella ya tenía la cabeza llena con las cosas que le decíamos nosotros, que contra nuestros intereses vuelta a vuelta le sugeríamos que el tipo no andaba en nada raro, que no podía ser que nosotros que éramos los mejores profesionales en el tema, no hayamos podido engancharlo en nada después de tantos meses de seguimiento. La cuestión es que la mujer vino a vernos, pagó lo que debía y en agradecimiento nos dejó una botella de Chivas Regal. Caso cerrado, como quien dice".

Me cuenta que unos 20 días después, en una tarde agobiante de mediados de diciembre "el candidato" se presentó en la oficina de la Galería San Martín, en el subsuelo al fondo donde atendían los detectives, junto a otro local chiquito de compra y venta de oro.

"Se presentó con amabilidad, contó que su esposa le había hablado de nosotros y nos propuso que de ahora en más trabajásemos para él. Recuerdo que mi socio se agarró la cabeza cuando el tipo nos dijo eso. Como si hubiésemos tenido el don de la telepatía, nos miramos y entendimos que ahora el que sospechaba de la mujer era él. Hemos tenido casos raros -dice y cabecea hacia la pila de carpetas azuladas- pero como ese, ninguno".

Se está haciendo de noche e interrumpe para prender las luces de afuera. Con un gesto, la palma de una mano en modo freno, me avisa que falta lo mejor.

"El tipo de entrada nos aclaró que no, que no sospechaba que su mujer lo engañase. Que sus sospechas apuntaban a otra persona. Y ahí se confesó. Efectivamente él había estado engañando a su esposa. Nos quedamos helados. Nos miramos y no faltaron palabras para formularnos la pregunta: ¿en qué momento, si a este tipo lo seguimos hasta abajo de la cama?".

Y ahí "el candidato" o "ex candidato" ahora convertido en cliente, les contó.

"Ustedes prácticamente me siguieron durante todo el día, todos los días. Pero hubo un hueco de 72 minutos. Ni uno más, ni uno menos".

Y esa fue la primera de las sorprendentes revelaciones que vendrían.

 

CONTINUARÁ...

 

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