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Información General |OCURRIÓ EN LA PLATA - PARTE 3

El sorprendente final del difícil caso de los amantes de 72 minutos

Burló a los detectives que había contratado su esposa y luego recurrió a ellos. ¿Quién era la mujer de la burbuja?

El sorprendente final del difícil caso de los amantes de 72 minutos
Hipólito Sanzone

Hipólito Sanzone
hsanzone@eldia.com

11 de Septiembre de 2022 | 02:59
Edición impresa

 

-"Devórame otra vez".

Con el veterano detective de Parque Saavedra coincidimos en ese veterano dicho de "al final, lo barato sale caro". Lo hacemos a la hora paladear el whisky que me ha convidado y que a último momento ha decidido cambiar por el cogñac que antes me había ofrecido para "digerir" lo que va contarme sobre el difícil caso de los amantes de los 72 Minutos, ni uno más, ni uno menos".

Ya entendí que esos 72 minutos que le permitieron a un hombre burlar un seguimiento de meses y convencer a los detectives y a su esposa que no era un infiel, eran minutos robados, mordisqueados al tiempo en la mañana muy temprano. Cronometrados, precisos, sin margen para el error y ayudados por el alineamiento de los planetas, como que sólo había 150 metros de una casa a la otra y que en la casa de él nadie sacaba un pié de la cama hasta por lo menos las 8 de la mañana. Entendí que esos 72 minutos entre las seis menos veinte y las siete menos cinco eran la burbuja que esos amantes habían podido construir. Que esa burbuja era lo que podían y con eso les alcanzaba y sobraba.

Pero el veterano detective de Parque Saavedra parece empeñado en doblar la apuesta. Entonces sigo preso de su relato.

CONVENCIDO PERO NO ENAMORADO

"Cuando el tipo vino a vernos y nos pidió que a partir de ahora trabajásemos para él y nos contó como se había burlado de nosotros, pactamos en que nos contara todo, con detalles. Y lo hizo. Empezó por decirnos que él nunca había imaginado que alguna vez engañaría a su esposa. Que se había casado convencido, aunque nunca usó la palabra enamorado, y que podía decir que vivía bien. Pero dijo que un mediodía le pasó algo que hizo que la tierra se abriera y se lo tragara".

 

Cuando metió la mano en el sobre sintió que le caían encima las rojas cortinas del infierno

 

Intuyo que ahora va a contarme lo que vengo preguntándole hace rato y que ha evitado con maradoneanas gambetas. Intuyo que va a hablarme de ella, de la mujer de los 72 minutos, de la amante del tipo.

"Siempre al decir de lo que él nos contó, se trataba de una mujer bellísima. De esas bellezas que a lo mejor no se notan tanto a los veinte o a los treinta pero que pasados los cuarenta se potencian, explotan con el calor como semillas de pochoclo. Así era la mujer por la que este hombre decía haber perdido la cabeza".

Me apuro a preguntar cómo, dónde y cuándo la había conocido. El veterano detective de Parque Saavedra vuelve a clavarme una de sus púas.

"Por ahora conformesé con saber que se conocían", me dice.

Entonces el veterano detective de Parque Saavedra derrumba su espalda sobre el sillón, se cruza de piernas, le pega una revuelta al vaso de whisky y mirando hacia la nada.Y me cuenta que una tarde al tipo le sonó el teléfono de la oficina. Y que llamaba ella.

FAVOR CON FAVOR

"Se saludaron y ella le pidió disculpas por molestarlo y le dijo que necesitaba un gran favor. Era un tema, pongámosle administrativo, algo que el tipo podía resolver con un telefonazo. Y así lo hizo. Ella volvió a llamarlo más tarde, para agradecerle y le dijo: 'te debo una' y él, como era lógico, le dijo que no, que faltaba más. Ahí es donde yo digo que ella sacó la ballesta, tensó la cuerda, puso la flecha y le apuntó al medio de los ojos", dice y se le escapa una risa corta.

Me cuenta que ella entonces le dijo: "yo sé que sos goloso y te gusta el chocolate, las cosas dulces", como anunciándole el envío de un presente.

"Faltaba más, no tenés por qué mandarme nada", habrá dicho él siguiendo por el pasillo del protocolo.

"Al otro día el cadete de la empresa le golpea la puerta del despacho y le entrega un sobre que había llegado para él. Era un sobre de papel madera, del tamaño de una hoja A 4, centímetros más, centímetros menos. En el frente estaba el nombre del tipo y más abajo el de ella, con un mensaje: 'muchas gracias por tu ayuda. Que lo disfrutes'".

Estaba cantado que dentro del sobre había chocolate, bombones o algo así. El veterano detective de Parque Saavedra asiente con la cabeza y al mismo tiempo me dispensa una sonrisa maliciosa.

"Exactamente. Un Suflair, de los grandes. Pero debajo del chocolate había algo más".

LAS ROJAS CORTINAS DEL INFIERNO

Le pido por favor que termine con el suspenso. Con una mano en modo "no, gracias" le rechazo otro whisky pero inmediatamente le acerco el vaso para pedirle otro. Es justo después de oír sobre lo que había en el sobre, debajo del chocolate.

"Una bombacha. Roja, roja incendio. Con encajes. Ahí estaba, doblada cuidadosamente en el fondo del sobre de papel madera".

Amago a levantarme para ir a fumar junto a la chimenea, cuestión de mandar el humo tóxico por el tiraje, pero el veterano detective de Parque Saavedra me frena:

- Fume acá, fume acá. Después ventilo y chau", me dice como apiadándose de mis nervios.

Pregunto entonces una bobada y me contesta en consecuencia.

"Claro que era de ella. ¿De quién iba a ser la bombacha?", se ríe.

Dice que a esta altura es necesario acortar el relato y que para qué me va a demorar en detalles que no vienen al caso. Y entonces me cuenta que a partir de ahí, a partir del momento en que el tipo percibió aquel souvenir rojo, sintió que se le habían venido encima las calientes cortinas del infierno. Me cuenta que entonces, al otro día, se encontraron frente a frente en una mesa de café, por única y última vez en los meses que vendrían.

"Fue en el Pancho Villa que estaba en el Camino Centenario. Como a las 8 de la noche, un martes en que él faltó, a propósito, al habitual partido de Fútbol 5 en la canchita de 10 y 46".

Me dice que ahí, sobre esa mesa se tomaron de las manos y que discretamente se besaron. Y que fue ahí donde armaron el plan, la burbuja de los 72 minutos que dibujaron en el dorso de una servilleta con una birome que le pidieron al mozo.

“Usted elija la teoría que mejor le quede a lo que acabo de contarle”, me dice el veterano detective privado de Parque Saavedra y empieza a mostrar, de a uno, los dedos de la mano derecha. Enumera sus teorías: que para un roto siempre hay un descosido; que la ocasión hace al ladrón; que la carne es más débil de lo que se supone y remata con ese viejísimo chiste de la yunta de bueyes.

AZÚCAR MORENO

Y así, dice, empezó esa relación incadescente de los 72 minutos robados a la mañana muy temprano. Me cuenta que en esa burbuja solía sonar, como un himno, esa canción de las Azúcar Moreno que pedían "devórame otra vez". Y que esa era su cortina musical de todas las mañanas.

"Pero un día las cosas empezaron a cambiar. Imagínese: ella era una mujer hermosa, libre, económicamente independiente, separada y sin hijos. Y él, bueno, no tengo que explicarle que a esa altura la cabeza de ese hombre era un circo con tres pistas. La cuestión es que los encuentros se fueron diluyendo. Las vacaciones de verano, obviamente cada uno por su lado, le impusieron a ambos un distanciamiento para el que no estaban preparados. Y en marzo ella le dijo que no podían seguir. El se desesperó. Hizo una propuesta arriesgada. Le dijo que estaba dispuesto a patear el tablero y blanquear todo. Y ella se rió a carcajadas, pero era una risa en la que se colaba el dolor".

Pregunto entonces por qué. Me pongo en abogado de El de Abajo y argumento que aquellos dos no hubiesen sido ni los primeros ni los últimos en patear un tablero. Me mira con una mezcla de piedad y algo más que no alcanzo a percibir.

"Es verdad, no hubiesen sido ni los primeros ni los últimos. Pero a veces, hay tableros y tableros", sentencia y sin anestesia revela: "Es que ella era la cuñada".

Antes que se lo pida me sirve otro generoso chorro de whisky, así nomás, sin hielo. Me sobra con el baldazo que me acaba de tirar.

"La cuñada, la hermana de su esposa, la que había quedado mal de los nervios por la infidelidad de su esposo, el que decían se había ido con una colorada que podía ser la hija".

No sé qué decir ante semejante sorpresa. Se lo hago saber y como respuesta recibo una encogida de hombros. Con las dos manos me señala la biblioteca agobiada de carpetas celestes, con los informes de los casos en lo que ha trabajado. Me dice entonces que ahí tengo las respuestas, en los intrincados pliegues y repliegues de la vida misma. En esa realidad que siempre ganará la pulseada a la ficción. Falta que el veterano detective de Parque Saavedra me diga: "ahí tiene, son esas cosas de la vida".

CHIVAS REGAL

Le pregunto si el hombre le había contado cómo es que siendo cuñados y amantes, sobrellevaban los encuentros familiares, la vida familiar, y me dice que no sabe. Que el tipo nunca les habló de eso y que se supone que hacían un gran esfuerzo para que ese fuego secreto que compartían no los quemara delante del mundo. Entonces va hacia el final de la historia. Al motivo por el cual el tipo les pidió sus servicios de detectives privados.

"'Yo sé que hay otro hombre. Por más que me lo niegue lo sé. Y hasta que no lo compruebe no voy a poder cerrar esta página', nos dijo. Y ahí acordamos cómo iba a ser nuestro trabajo, los honorarios, lo que se acostumbraba en estos casos".

En menos de dos semanas, dice, ya tenían el caso resuelto. Que no les costó casi trabajo porque ella vivía como quien no tiene nada que ocultar. Y que después de comprobar que además de su trabajo, algunas amigas, el gimnasio y otras actividades comunes y corrientes, descubrieron que en algunas tardes un hombre de unos treinta y pico de años le tocaba timbre. Y ella bajaba a recibirlo y se besaban, lindo, largo y profundo.

 

Eran las 10 de mañana pero cuando le ofrecieron un whisky dijo que si moviendo la cabeza

 

"Cuando le dimos la carpeta con el informe y las fotos , no sin antes recordarle que de la oficina no podía llevarse nada, la mano con que la agarró temblaba como una hoja.

El veterano detective de Parque Saavedra me asegura recordar que mientras miraba las fotos tomadas clandestinamente en la puerta del edificio, el hombre de la burbuja de los 72 minutos movió la cabeza y susurró: "claro, un tipo más joven que no tiene problemas de besarla en la calle".

"Cuando nos devolvió la carpeta tenía los ojos colorados, sin lágrimas, pero irritados como si hubiese estado llorando desde quién sabe cuando. Mi socio le ofreció un whisky a pesar de que eran las 10 de la mañana y el tipo dijo que sí con la cabeza. Nunca supo que era el Chivas que nos había regalado su esposa en agradecimiento por los servicios prestados. No nos dio para decírselo".

Se hizo de madrugada. Busco las luces de la calle 12 como faro hacia el norte de la ciudad.

"Que bicho tan impredecible fuiste a crear", pienso en voz alta, como si le estuviese hablando al de Arriba.

 

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