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Información General |OCURRIÓ EN LA PLATA - PARTE 2

El difícil caso de los amantes de los 72 minutos, ni uno más, ni uno menos

Los detectives que había contratado su esposa lo siguieron durante meses, por poco hasta debajo de la cama. Fallaron, porque la realidad siempre le gana a la ficción

El difícil caso de los amantes de los 72 minutos, ni uno más, ni uno menos
Hipólito Sanzone

Hipólito Sanzone
hsanzone@eldia.com

4 de Septiembre de 2022 | 03:13
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“¿Usted es de jugar a la quiniela?”.

De entrada nomás el veterano detective privado de Parque Saavedra me aclara que el tipo no sospechaba que la mujer le fuera infiel. Y que no había ido a pedirles que la investigación que habían emprendido meses atrás para engancharlo a él, ahora la hicieran para desenmascarar a ella. Insiste en que de todos los casos raros que le tocaron nunca había tenido uno así, "tan cruzado y de impensado final".

El hombre al que, por desesperado e insistente pedido de su esposa, habían seguido a sol y a sombra durante meses para probarle infidelidad, el tipo que los había derrotado, al que nunca habían podido enganchar en un renuncio, ahora venía a contratarlos. A manera de pasada en limpio vuelve a contarme detalles de aquellos seguimientos inútiles, de las veces en que contra sus intereses le dijeron a la mujer que a lo mejor estaba equivocada y el tipo era lo que se dice un "santo varón". Y vuelve sobre aquella noche en la puerta de la pizzería Carloncho cuando creyeron haberlo enganchado en un renuncio pero sólo estaba saludando a una amiga o conocida o vaya a saber qué pero lejos de ser una amante. Insiste en que la obsesión de aquella mujer tenía que ver con la experiencia de su hermana, de cómo la infidelidad de su marido le había hecho trizas los nervios y de cómo la pobre andaba todavía a los tumbos después de ese golpe final, cuando el pirata levó anclas y se fue "con una colorada que podría haber sido la hija".

"El tipo dijo que había estado averiguando que en La Plata le iba a ser muy difícil conseguir gente como nosotros. Dijo que había muchos chantas. El elogio nos tranquilizó. Por ese tiempo ya no teníamos competencia en la Ciudad, pero no se lo dijimos".

Contó lo de aquella noche en la puerta de la pizzería, cuando creyó haber esclarecido el asunto

LA PUÑALADA

Trae lo necesario para servir otra vuelta de té y esta vez estira, resignado, el plato con las Boca de Dama. Le digo que no, que si sigo así lo voy a dejar sin provisiones y me tranquiliza contándome que en la cocina guarda varios paquetes, que su nieta le pidió al chino del supermercado que le encargue una caja.

"Vienen en caja, ya no vienen en esas latas con el ojo de buey", acota con resignación y melancolía.

El reloj recuerda al del hombre que iba al revés del tiempo y nacía anciano y moría bebé

 

Vuelve al caso y a esa revelación que, admite, les cayó como una puñalada, que les tomó el orgullo por las solapas, lo zamarreó y lo tiró contra un rincón. Fue ese momento en que el ex candidato y ahora potencial cliente les confesó que sí, que efectivamente él andaba con otra mujer y que ellos, que lo habían seguido por poco hasta debajo de la cama, habían fallado.

"Cuando nos dijo que se nos habían escapado 72 minutos nos quedamos duros".

Me cuenta que en tren de pacto de caballeros, acordaron con el tipo que les contara toda la verdad. El viejo detective privado de Parque Saavedra apoya las manos en las piernas y se inclina hacia adelante, como quien amaga -o anuncia- que va a levantarse para dar por terminada la charla. En un acto reflejo lo sigo, como para darlo por enterado que me di por enterado y que acá terminamos por hoy. Pero me frena, se para, camina hasta la pared donde arden los leños de eucalipto y espinillo que no darán tanta brasa como el quebracho pero contienen esa cálida magia de la llama, y señala un gran reloj de aspecto antiguo, como de estación de trenes del 1900. Imagino que es parecido al reloj de esa formidable película, "El Extraño Caso de Benjamín Button", el del hombre que iba al revés del tiempo y nacía anciano para morir bebé.

"Es una imitación, pero parece una antigüedad", me informa mientras palmea el reloj.

LA BURBUJA

Es verdad. El reloj tiene pinta de antiguo y no parece la elegante truchada que es. Salvo por el corazón a pilas que mueve las agujas y que sólo puede verse al descolgarlo de la pared y darle la vuelta. El viejo detective privado de Parque Saavedra lo descuelga y lo apoya en el respaldo de un sillón, frente a mí. Quedo como único espectador de una explicación que espero desde que llegué a la casona y me habló del misterio de los 72 minutos.

Con una mano sostiene el gran reloj y con la otra mueve las agujas, con la ruedita de la máquina que tiene detrás. Lo pone a las seis menos veinticinco y me aclara que "es la mañana, cinco minutos pasadas las cinco y media de la mañana".

"El hombre saltaba de la cama a las cinco y treinta y cinco", dice y mueve las agujas para fijar esa hora.

Me mira fijo como un profesor esperando que su alumno le transmita que ha entendido. Por eso digo: "ajá".

"El tipo saltaba de la cama a las seis menos veinticinco o si prefiere a las cinco y treinta y cinco. En ocho minutos ya estaba tocándole el timbre a ella. Desde ese momento era todo pasión. 'Una burbuja fuera de este mundo' como nos dijo en un momento, con los ojos llenos de lágrimas, cuando nos contó la trampa de los 72 minutos".

Le pido que haga otra vez la cuenta y me permita usar la calculadora del teléfono celular. Sonríe y dicta. No hay caso: son 72 minutos. Pueden ser nada o una eternidad, depende de quién y para qué los necesite. La vida, el amor, la desesperación, vaya a saber cuánto en esos 72 minutos. En esa burbuja que los recibía a las 5.43 y se rompía a las 6.55, estaba todo eso que podían, como podían y como querían poder.

"Con apuro, sin apuro, con dialogo, sin él. No sé. Imagine lo que quiera. Lo cierto es que si me prestó atención e hizo bien las cuentas, esos dos tenían para ellos una burbuja de 72 minutos fuera del mundo, sólo para ellos, sin el mínimo riesgo y hasta me animaría a decirle que hasta sin culpas".

Le digo que era un plan riesgoso pero me pone una baraja mejor y la adorna con uno de esos datos que llamamos de color. Me cuenta entonces que el hombre se había comprado un cronómetro de esos que se cuelgan al cuello. Que era de plástico amarillo, de esos que se compraban en los "todo por dos pesos" de la calle 8, según les había contado.

Era un cronómetro de plástico amarillo, de esos que se compraban en los “Todo por 2 pesos”

 

CUANDO SE ALINEAN LOS PLANETAS

"Cuando se alinean los planetas, nada puede fallar", reflexiona y me cuenta que el plan de los 72 minutos pudo funcionar porque se dieron las coordenadas que tenían que darse, empezando por los 150 metros que separaban la casa de ella de la de él.

"Ah, eran vecinos", digo, como diciendo "era de suponer".

Sonríe, enigmático, y me dice que sí.

Esa sonrisa me da mala espina y más adelante sabré por qué.

Explica entonces que esos 150 metros contribuían a que los encuentros no se demorasen por la distancia, ni por el viento, la lluvia o el capricho de los elementos. Que se tenían ahí, a vuelo de mariposa suponiendo que las mariposas vuelen una cuadra y media sin desfallecer.

"El saltaba de la cama, se calzaba un jogging y salía. No tenía que sacar el auto ni tomar un taxi. Nada. Solo un trote liviano y ya estaba ahí, con ella. Y ella, yo no podría decirle desde qué hora lo esperaba preparada pero él nos contó que rara vez lo había recibido en camisón o ropa de dormir. Que cuando abría la puerta ella estaba ahí, de punta en blanco, como si estuviese esperándolo, ansiosa, feliz y perfumada como para ir a una fiesta".

Insisto con que el plan era muy riesgoso y que el hombre había tenido más suerte que astucia. Le pongo como ejemplo qué hubiese pasado si una de esas mañanas alguien se prendía del timbre de la casa y despertaba a la esposa o a los pibes. Cometo el error de hacer una de más: "Imagínese si pasaba un Testigo de Jehová", le digo.

Me mira con piedad pero no aguanta la carcajada: "¿Conoce a algún Testigo de Jehová que salga a tocar timbres antes de las 7 de la mañana?". No tengo respuesta. O sí, pero me la guardo porque me ha puesto sobre la mesa el ancho falso.

"En esa casa nadie madrugaba. Los pibes iban al colegio de tarde y antes de eso no tenían ninguna otra actividad. La mujer no se levantaba antes de las 9 porque además de gustarle dormir, a la noche se clavaba un cuartito de Valium. Y él, como le dije, se iba a trabajar cerca del mediodía. Esa fue la razón por la que no cubrimos esos benditos 72 minutos que el tipo nos refregó en la cara la vez que vino a vernos y nos dijo 'ahora necesito que trabajen para mí'".

OSOBUCO

Entiendo entonces que cuando esa casa despertaba, quizá las siete y media pasadas, las ocho o antes de las nueve, el hombre ya había salido de su burbuja de 72 minutos y ya estaba desayunando a lo mejor dos veces, revisando su computadora, ordenando su vida laboral. Hasta había tenido tiempo de bañarse y afeitarse.

Se hizo noche cerrada y ahora llueve fuerte. El veterano detective de Parque Saavedra me dice que normalmente no cena o cena una pavada pero que hace unos días se le antojó un buen osobuco con polenta y salsa. Antes que termine de formalizar la invitación ya me tiré en palomita sobre una de las sillas del señorial comedor.

A la noche se clavaba un cuartito de Valium. En esa casa no se madrugaba

En la sobremesa le pido que me cuente de ella, de la amante, de cómo era ella, de cómo se conocieron y lo que más me intriga: ¿Por qué alguien, sea hombre, mujer o como quiera percibirse, acepta una relación así, con solo esos 72 minutos de burbuja, de lunes a viernes?

"Usted es de jugar a la quiniela?, me pregunta, así, sin agua va. Le contesto que sí, pero muy, muy de vez en cuando, después de un sueño o una de esas casualidades de la vida cotidiana que mueven a la corazonada. Como tener un auto de patente terminada en 570 y que venga un amigo a mostrarle el suyo recién comprado y la chapa también termine en 570 y salgan a dar una vuelta para probarlo y casi choquen con el taxi disco 570. A veces pasa y a veces sale el 570 en la nocturna de Provincia.

“En la quiniela, el 72 es La Sorpresa", dispara a quemarropa.

Me ofrece café pero me sugiere un té digestivo habida cuenta del osobuco con polenta y salsa al que acabamos de entrarle y salirle.

Aunque dice que en todo caso voy a necesitar un coñac, para paladear lo que ahora va a contarme.

Continuará...

 

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