Las diferentes posturas del Presidente frente a Cristina Kirchner y los suyos

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Por CARLOS BAROLO

Después de tres años largos de gestión, se ha extendido la impresión de que Alberto Fernández llegará al final de su mandato con un liderazgo erosionado, irreal en términos de su propio partido, con una sumisión pública a la mentora de su postulación inicial, Cristina Kirchner, durante casi todo su mandato. Algo timorato, en el sentido de sus indecisiones constantes, de sus idas y vueltas, el Presidente sin embargo ha logrado sobrevivir hasta ahora a los embates de su propio frente político, que es de donde ha salido el mayor trabajo de desgaste, y ahora insinúa rebeldía.

Porque es eso, un conato de desobediencia, lo que implica su negativa cerrada a no renunciar públicamente al derecho constitucional a la reelección como vienen pidiendo los soldados de Cristina. En cierta manera, así se fortalece un poco.

El gesto también supone un desafío: “Que ellos -los K- presenten un candidato en mi contra en las Primarias”, sería la traducción. Una guapeada que probablemente nunca se haga pública en estos términos. No tanto porque Alberto crea que puede ganar la interna -algo que asoma complicado- sino por la mojada de oreja que significaría esa propuesta tan frontal, el coqueteo con la ruptura. Fernández sabe que él no puede quedar como el responsable de que se parta el Frente de Todos.

Parece como si hubieran coexistido dos Fernández en este tiempo.

Uno, el Presidente que ha tomado decisiones que sonaron a exigencias del Instituto Patria. Desde el papelón de la cerealera santafesina Vicentín a la ofensiva contra la Justicia en general y el pedido de juicio político a la Corte Suprema en particular, obsesiones de Cristina. Es la kirchnerización extrema de Alberto, que borró años y años de su prédica como demócrata, moderado y racional.

Otro, el Fernández que resistió hasta donde pudo las toneladas de presión de la nomenclatura kirchnerista, un esquema que llegó a manejar el 70% de los recursos estatales de su gobierno. El botón de muestra actual de esa postura es la mencionada negativa a bajarse -en rigor, a ser bajado- de la reelección. Pero podrían contarse entre esos gestos de defensa, por ejemplo, los meses en que defendió a capa y espada al exministro de Economía Martín Guzmán mientras Cristina pedía su cabeza en bandeja. Alberto nunca lo entregó, como sí hizo con otros funcionarios (el caso más patético fue el de Marcela Losardo, su amiga y socia). Guzmán se fue porque quiso, harto del kirchnerismo duro y de que el Presidente no lo empoderara sobre la cuestión energética.

 

El gesto también supone un desafío: “Que ellos -los K- presenten un candidato”

 

Ese gesto, si se quiere, de autoridad presidencial fue en su momento aplaudido por el establishment empresarial. Tal vez no tanto por la figura de Guzmán, de extendido respeto en la academia, sino porque su claudicación agitaba el fantasma de un desembarco del cristi-camporismo en el área económica.

Después de ser humillado en público, de aceptar órdenes de su vice, de convivir con el enemigo adentro, Alberto ha puesto al kirchnerismo en una situación incómoda.

Salvo las ya mencionadas y contadas negativas, el Presidente ha hecho casi todo lo que Cristina y los suyos pretendían. Lo de la Corte Suprema y la adhesión de todo su gobierno a la teoría del “lawfare” tal vez sea el paradigma.

Pero en materia económica, por ejemplo: ¿Sergio Massa no llegó porque Cristina lo veía como la única salida posible después del fiasco de la saga Guzmán-Batakis? Otro aplauso del establishment, por cierto. ¿No accedió ella a darle al de Tigre la secretaría de Energía, que hasta agosto pasado era un nido de resistencia kirchnerista inaccesible? ¿No dio la vice el okey para que Massa profundizara el acuerdo con el Fondo y avanzara con el ajuste? Alberto hasta puso la cara a esa antipática medida y aceptó la pantomima de los altos mandos kirchneristas de avalar el ajuste en privado y criticarlo en público.

Si hasta se compró un problema judicial con la CABA cuando le arrebató fondos coparticipables en forma unilateral para dárselo al gobernador bonaerense Axel Kicillof, niño mimado de CFK (para muchos, su heredero político) y el beneficiario de millonarios fondos discrecionales de la Nación.

 

¿No dio la vice el okey para que Massa profundizara el acuerdo con el Fondo?”

 

Tal vez arrepentido de no haber armado el “albertismo” en sus tiempos de 70% de aprobación pública, Fernández debe preguntarse ahora: “¿Y porqué no voy a ir por la reelección si lo que hice lo hice en acuerdo con ellos?

Esa pregunta interpela al kirchnerismo duro porque la respuesta pública, en todo caso, implicaría reconocer el fracaso del proyecto que Cristina pergeñó cuando designó candidato a Fernández con un tuit sorpresivo allá por mayo de 2019.

 

Alberto Fernández
Cristina Kirchner

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