Hijos migrantes: cómo cambia la vida cotidiana de los padres

Llegada la edad adulta la mayoría de las personas deja la casa familiar para independizarse. En ese momento se vive un cambio muy fuerte para mamá y papa, y más aún cuando el nuevo destino de los retoños es en otro continente

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El rumbo más o menos habitual de las familias consiste en que a determinada edad los hijos dejan la casa de sus padres. Para estudiar en otra ciudad, independizarse o porque forman pareja, son las causas más comunes y las que más o menos los padres saben que pueden suceder. Y aunque la separación sea solo física, tiene una enorme repercusión en el día a día de los progenitores que se ven invadidos, y a veces superados, por todo tipo de sentimientos: cambio radical en su día a día, una pérdida del sentido de su existencia sobre todo si se han dedicado de forma exclusiva a la crianza o nostalgia.

Todo eso se potencia cuando en vez de dejar la casa familiar por una en la misma ciudad o a pocos kilómetros, los hijos continúan su vida del otro lado del mundo. En el último tiempo, y sobre todo a partir de la pandemia, las noticias en torno a argentinos que eligen irse al exterior ganaron espacio en los medios de comunicación. Aunque no existen cifras oficiales que permitan hablar de un récord en el número de gente que emigró desde 2020 a esta parte, las escenas de jóvenes, parejas o familias en Ezeiza se volvieron habituales y, en la mayoría de los casos, son fotos agridulces en las que se entremezclan el entusiasmo por un nuevo comienzo y la tristeza de partir, entre quienes se van, y el anhelo de un buen futuro con el dolor de la despedida, entre quienes se quedan.

“Las familias tienen ciclos de vida dónde hay crisis que son esperables. Es natural y esperable que los hijos forman parejas y hagan su propia familia, o dejen la casa de los padres para vivir su propia experiencia. De todas maneras, aun yéndose de la casa, hay una relación de apego que hace que los hijos visiten a los padres, estén comunicados y que continúe un vínculo de cercanía”, dice el doctor en psicología Flavio Calvo (MN: 66869).

 

“Me costó muchísimo saber que se iba a ir, lo trabajé dos años en terapia”

 

Hoy en día hay muchos jóvenes que por diferentes motivos están yéndose del país a vivir sus experiencias en otros lugares, “esto hace un quiebre en estas crisis esperables, y se convierten en nuevas crisis, no esperables, la distancia, el miedo a lo desconocido por parte de hijos y padres, la falta de contacto físico, hacen que sean situaciones nuevas y diferentes”, destaca el especialista.

Cada familia es un mundo, y si bien ciertas cuestiones se repiten, las experiencias son particulares. Cinco familias platenses comparten cómo llevan adelante la vida de un hijo fuera de Argentina.

MAR DE POR MEDIO

Luis y Nora Guerrero criaron cuatro hijos en una casa familiar clásica que ahora les queda grande. La mayor de sus hijas se construyó su propio hogar en la ciudad y se independizó. A los meses, la segunda hija comenzó con la idea de viajar a Barcelona y cuando lo concretó, el tercer hijo también se mudó solo. Viven ahora con la más chica, una adolescente que pasa poco tiempo con ellos, por lo que el matrimonio dice que ahora “Nos encontramos ocupándonos solo de las mascotas”.

“Rocío hace cuatro años que está en Barcelona, ya vino dos veces a visitarnos y nosotros pensamos hacer un viaje más adelante para ir a verla”, cuenta Luis y recuerda cómo fueron esos primeros meses sin su hija en casa: “tardó en concretar la idea, pero lo hizo. Fue duro al principio, pensamos que fue muy valiente en irse, porque allá llegó sola sin conocer a nadie, repitió lo que pasó con mi abuelo, pero al revés”.

“Lo asimilamos pero nos costó. No es tan fácil que un ser querido que se vaya a otra tierra a estar mejor económicamente y tener las cosas más acomodadas. Es algo de la juventud, pero si se quedaba acá, con la política del país, quizá no iba a progresar”, reflexiona el padre de esta joven que ya tiene más de 30 y según creen sus padres “se va a quedar allá” aunque “nunca se sabe y uno siempre tiene la ilusión de que vuelva”.

 

“Fue muy valiente al irse sola. Repitió lo que pasó con mi abuelo, pero al revés”

 

“Los jóvenes tienen su alas listas para hacer cualquier vuelo. Nosotros estamos más tranquilos, ya hicimos nuestro camino. Además estamos tranquilos porque los formamos y sabemos que pueden manejarse bien”, se conforma Luis y explica que la tecnología fue de mucha ayuda porque se mantienen en contacto de forma más fluida.

El momento más duro para los Guerrero fue la pandemia. “Sufrimos bastante porque sabíamos que la estaba pasando mal con el encierro que fue muy duro allá”.

Tenemos que aguantar que parte del corazón esté lejos porque Rocío está mar por medio. Es todo un lío con la guerra de por medio no es cómoda la situación, pero allá el techo para avanzar es otro.

Federico, Lisandro y Gabriela, de paseo por España

LE LLEVARON AL NENE

“Lisandro está desde hace muchos años en pareja con una chica más grande que él que le gusta recorrer el mundo y siempre tuvo la idea de irse a conocer otros lugares. Una vez que él se recibió licenciado en artes plásticas ella concursó por un puesto laboral, quedó y me dijo ´me voy a llevar al nene´”, relata Gabriela Constantinides, que tiene otros tres hijos.

“Yo soy nieta de inmigrantes y pensé que la tradición pendular con la historia se iba a dar. No me equivoqué. No volvió al lugar de partida porque mi abuelo es griego, pero se fueron a Málaga, España. Quizás no sea una mamá convencional. En un momento tuve la idea de irme, pero siendo abogada no lo hice, luego me arrepentí porque me recibí de otras cosas, pero me fui quedando. Cuando mi nuera me dijo que se iban, sentí que se cumplía un sueño mío por intermedio de mi hijo. Y pensé que haga el sacrificio que haga, se que los voy a ver aunque sea una vez por año o año y medio”, cuenta esta madre que ya hizo su primera visita al “nene”.

Adriana, su marido y su hija de paseo en Estados Unidos

“Viajé a principio de este año, la pasamos bárbaro, sentimos que no pasó el tiempo. Me encontré con hijo súper maduro, muy organizado, casi que no parecía un egresado de Bellas Artes”, bromea y agrega que lo notó “con la cabeza súper ordenada y adaptado a las costumbres del lugar donde está viviendo. Mi nuera, que ya había vivido en el exterior, está más tranquila. Tienen proyectos muy claros, en una ciudad limpia, ordenada y segura. Vi que el futuro económico que tienen no lo hubiesen podido tener acá”.

¿Cómo fue ese tiempo anterior a poder viajar a visitarlo? “Nos comunicábamos por cámara y mensajes o llamadas. Las primeras fiestas fueron muy raras, porque por más que las nuevas tecnologías hacen mas livianas estas situaciones, daban ganas del abrazo, ellos piloteaban la situación para que no se sintiera la angustia. Las fiestas últimas yo ya sabía que viajaba y estaba más tranquila. Pero hay fechas que son más difíciles, como los fallecimientos de familiares. Esas cosas son las que golpean”, explica Gabriela que siempre tiene actividades y eso la distrae de extrañar.

“Siempre estoy ocupada, tengo una nieta y aprendí a criarlos en forma libre. Además me da tranquilidad saber que tengo la posibilidad económica de viajar, aunque me costó un año y medio poder hacerlo. Creo que voy a poder ir seguido a donde vayan, ya que intuyo que este es el primer destino que van a tener. La idea es ir a Disney de París para las próximas vacaciones”.

YO TE AVISÉ

“Delfina está en al isla de Isquia, Italia. Se fue el 15 de diciembre con al idea de hacerse la ciudadanía italiana. Es la más chica de mis tres hijas, estudió relaciones internacionales y ciencias políticas y le encanta viajar. Acá estaba viviendo sola, cómoda, pero quería arrancar su proyecto. Tenía esta idea de hace rato, como que nos fue preparando”, comienza su relato Ricardo Ávalos.

Ricardo junto a su hija Delfina, antes de que ella partiera hacia Italia

“La verdad que la extrañamos en la mesa de los domingos y yo añoro las charlas que tenía con ella de política. Pero cuando me acuerdo la cara de felicidad que tenía en Ezeiza, se compensa todo. Por otro lado, hoy con la tecnología, es como que en una llamada la tenés acá. En el cumple de mi suegra hicimos una videollamada y fue muy lindo”, agregó.

“A la madre le costó un poco más el viaje porque es más compinches con mis hijas. Yo siempre fui más de darles libertad, siempre fui muy permisivo. Ahora la idea es ir a visitar a mediados de año porque ella ya empezó a trabajar. Ella habla inglés, italiano y francés, cuatro idiomas y le sirvió para conseguir su trabajo de recepcionista de un hotel. Cuando pare a temporada alta la vamos a ver”, adelanta el padre con alegría.

Aunque hace poco que Delfina se fue del país, ni bien se subió al avión sabía que con su familia iban a atravesar un momento crítico: la final del Mundial Qatar 2022. “Ella se fanatizó con la selección y como cábala teníamos en la familia juntarnos a ver los partidos. Con el último partido fue raro. Ella lo vio en Roma, recién llegada a Italia y nosotros desde acá. Eso de no poder cumplir las cábalas nos ponía nerviosos, pero por suerte ganamos”, recuerda Ricardo.

 

“La extrañamos en la mesa de los domingos y yo añoro las charlas que tenía con ella”

 

“Para las fiestas también sentimos su ausencia, pero estábamos muy conectados. La verdad que se la extraña pero sabemos que está bien, la vemos feliz y eso nos reconforta. Siento que ella se fue para siempre, por lo que nos va diciendo, no creo que vuelva a vivir a Argentina, creo que va a hacer su vida afuera porque le encanta viajar. Aunque con otro contexto, es como dice Alfredo Zitarrosa: `Puedo enseñarle a volar, pero no seguirte el vuelo`”.

LA HISTORIA SE REPITE

La hija mayor de Adriana Piacente y Diego Santos se llama Marina y hace 5 años vive en Nueva York, Estados Unidos, a donde fue por una oportunidad laboral, se quedó a estudiar un máster y de paso se casó hace unos meses. Con mi marido de jóvenes nos fuimos a vivir a España, así que un poco ella repitió lo que hicimos nosotros. Lo distinto es que ahora con la tecnología uno está en contacto constantemente”, dice la mamá y el papá agrega: “cuando nos fuimos hace 30 años escribíamos cartas o mandábamos cassettes, y así y todo nos parecía que estábamos mejor comunicados que nuestros abuelos. Ahora uno está en el día a día si quieren”.

 

“Las primeras fiestas fueron raras, porque aunque hay tecnología, faltaba el abrazo”

 

“La comunicación es hasta mas fluida, porque estamos más en contacto que antes. Cuando vivía acá no hablábamos tanto quizá. Eso hace que cuando nos vemos sigue toda nuestra relación como siempre”.

“Quizás las despedidas en el aeropuerto o estar en su casamiento son los momentos más emotivos porque se intensifican los sentimientos. Ella se recibe en mayo y vamos a ir a la fiesta de egresados, da gusto que pueda cumplir con lo que deseó y poder acompañarla”, explica Adriana.

Marina y su marido vienen al país casi todos los años para las fiestas pero fue el momento de la pandemia cuando eso no se dio y la distancia se sintió más que nunca. “Con la pandemia fue terrible porque no se sabía de que se trataba la enfermedad y viendo la información que llegaba era terrible. La incertidumbre e impotencia de no poder estar nos angustiaba”, recuerda la mamá.

Si bien a esta familia no le sorprendió el proyecto de su primera hija porque “ya estaba pensando en irse a estudiar y cuando llegó el momento se dio todo rápido. Pero los primeros sin ella fueron muy tristes, y lo revivo cada vez que se va, me vuelve la misma sensación. Cuando se fue nos faltaba el torbellino, la casa estuvo en calma. Nos quedó el nido vacío. Ella siempre tenía planes y nos mantenía en ritmo. Eso sí, antes de que se fuera los hermanos ya le habían ocupado la pieza los hermanos”, comenta el matrimonio.

“En el día a día uno se va habituando. Al año que se fue la pudimos visitar y ver que estaba bien e integrada, la vimos cómoda y eso nos dio comodidad”, dice Diego que cree que “se van a quedar a vivir por un largo tiempo pero en algún momento van a volver”.

AÑOS DE TERAPIA

El desprendimiento lo vivimos todos, de distinta manera, pero lo sentimos. Un poco en la familia estamos acostumbrados porque mi marido trabaja a 500 km de la ciudad y el interpreta que la vida es así. Yo también lo pienso así, pero nunca lo había vivido. Cuando mi hijo Tomás empezó a manejar la idea de irse con la novia creímos que no era nada concreto pero cada vez tomó cada vez más fuerza la idea. Me costó muchísimo eso, lo trabajé dos años en terapia. Tenía sentimientos encontrados: se que el país tiene millones de falencias y que no le pueda dar las oportunidades a los hijos me enoja, pero también quiero que él sea feliz y haga lo que sienta. La idea de poder ir a verlo en algún momento me alivia. A mi me cuesta entender que chicos preparados tengan que irse a buscar las oportunidades afuera. Lo escucho que está bien y eso me da tranquilidad”, se desahoga Ana Hernández Zubillaga y agrega: “no sé si fue para toda la vida, pero tampoco sé si le insistiría para que vuelva, extrañándolo y todo”.

La familia Hernández Zubillaga

“Creemos que esta experiencia que está haciendo es el momento optimo para hacerlo. Lloramos y moqueamos bastante, hablamos casi todos los días, los medios de comunicación acortan mucho la distancia. Mi otra hija está estudiando acá en La Plata y dice todo el tiempo que se recibe y se va del país. Pero son súper familieros, no sé si se van a adaptar a estar lejos para siempre”, reflexiona esta mamá que le dio un abrazo a su hijo por última vez hace un mes y medio antes de que se vaya a Ezeiza porque “él no quería, pero estuvo bien, así no hacíamos eterna la despedida”.

“Estoy con todo a flor de piel. Él estuvo viviendo unos meses en Necochea, al ciudad de donde es la novia, y nos sirvió para hacer el proceso, aunque también me costó y me la pasé llorando los cuatro días que lo fui a ver. Pensé que me iba a costar muchísimo más, pero al escucharlo que está bien, me da alivio... qué más puedo pedir. No sé si es peor el primer tiempo o es peor en la medida que van pasando los meses. Lo pensé como que no vuelve más a vivir acá para hacer el duelo una sola vez y ponerme a programar el viaje para visitarlo”, cuenta Ana.

Aunque al principio la mamá no “quería ni saber cuándo se iban porque me parecía una tortura”, la mamá de Tomás se fue adaptando y ahora la pasa mejor de lo que creía. “Tengo ocupaciones que las he intensificado para no tener tiempo disponible haciendo nada y pensar. Dos días antes que se fuera le dije `me siento re contra orgullosa de haberte criado y preparado para que hoy te puedas manejar totalmente independiente y que tengas convicciones. Por que eso me da seguridad de que se va a poder manejar. Le dimos las herramientas y las supieron manejar. Creo que uno tiene que apoyarlos. Porque una cosa es que duela y extrañe, pero de nada te sirve tenerlos cerca pero infelices... Uno va masticando hasta que lo puede tragar”, finaliza.

 

 

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