La brecha entre el nivel secundario y las exigencias de la Universidad

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Una nota de investigación realizada por periodistas de este diario corroboró las dificultades operativas, psicológicas y de otra índole, que enfrentan muchos jóvenes al ingresar y para cursar luego en la mayoría de las facultades de la Universidad platense, entre las que se mencionaron las señales que dejó la pandemia, los desafíos novedosos que plantea el ciclo superior de estudios, la necesidad de muchos de estudiar y al mismo tiempo de incorporarse al mercado laboral y otros tipos de presiones que, en muchas ocasiones, les hacen abandonar sus carreras.

Es claro que, como corolario de ese panorama y de otras conclusiones del sondeo, vuelve a quedar de manifiesto la necesidad de achicar la enorme brecha existente entre el nivel secundario y las exigencias de las carreras universitarias. Se sabe que las deficiencias que suelen exhibir no pocos jóvenes del nivel secundario al llegar a estas instancias es tema de permanente preocupación y se ha traducido, también, en propuestas destinadas a facilitar el paso de un nivel a otro.

En este caso, la investigación profundizó más en los problemas de naturaleza psicológica que enfrentan los estudiantes, tales como las angustias, ataques de ansiedad y, a u a veces, también el pánico, una vez que deciden, para poder cursar, dejar atrás su núcleo familiar, en muchos casos su pueblo o ciudad, y enfrentan problemas nuevos tales como compartir vivienda con un compañero, vivir desde el punto de vista económico muy ajustadamente y dedicarle horas a trabajos a desempeñar trabajos que, además, están mal remunerados.

“La facultad nos plantea exigencias distintas a las del pasado y muchas veces llegué a sentir estrés y culpa por no sentirme capaz de estudiar y trabajar”, señaló uno de los entrevistados que estudia en la facultad de Humanidades. El mismo joven contó que fue testigo de una situación similar con una compañera: “No habían pasado treinta minutos de clase cuando se retiró del salón manifiestamente nerviosa, abrumada”. Tal como se dijo en el informe publicado ayer, en general cuentan que reciben ayuda de la familia y por eso tienen una menos tolerancia consigo mismos ante la posibilidad de fracasar.

Otro joven confirmó: “Por la ansiedad que me generaba la superpoblación en las aulas, con tantas personas en un mismo espacio, desistí con la carrera y empecé otra en remoto”. A más de otros problemas de naturaleza psicológica, para los cuales se cuenta con un centro de salud mental en la facultad de Humanidades, una prieta síntesis de la investigación realizada por cronistas de este diario fue la formulada por una estudiante de Medicina, cuando dijo que “no estamos preparados para enfrentar todas las obligaciones y mucho menos cuando venimos de otra ciudad. Asumimos presiones que no estamos acostumbrados y muchos recurrimos a ayuda profesional por todas estas dificultades”.

Más allá de los específicos lugares de contención que puedan atender a estas y otras circunstancias, que los tendría que haber, lo cierto es que se ha llegado a una situación de desequilibrio entre los niveles secundario y universitario de la que no será fácil salir.

El deterioro integral del sistema reconoce variables tan diversas como complejas. Pero es necesario que, paso a paso, se inicie un proceso de recuperación con la premisa básica de alcanzar niveles aceptables de calidad, especialmente en el nivel secundario.

En realidad, lo que se requiere es un proceso de conocimiento y acercamiento a la verdad de cada tema, un mayor culto al conocimiento, que le devuelva a la educación pública argentina mayores grados de realismo, enfocándose la raíz de los problemas como paso imprescindible para alcanzar la excelencia perdida.

 

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