Desinterés por las elecciones, descontento con la política y el desafío de volver a cautivar

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Por MARIANO PEREZ DE EULATE

mpeulate@eldia.com

Las Primarias Abiertas del próximo 13 de agosto no sólo servirán para definir a los candidatos que se presentarán en las presidenciales de octubre; también serán un termómetro para testear el nivel de entusiasmo que tiene el ciudadano argentino con respecto a la cuestión electoral, cuando se están cumpliendo 40 años de la recuperación de la democracia.

La previa parece transmitir una cierta apatía, una indiferencia y falta de interés del votante por el test que se viene y en el que, en el caso de la provincia de Buenos Aires, además se elegirá gobernador, intendentes, legisladores y concejales.

Un primer termómetro de esta situación tal vez puede verse en la saga de elecciones provinciales que se viene dando a lo largo del país. Se sabe: la mayoría de los gobernadores, en especial los del peronismo, ha dispuesto desdoblar los comicios provinciales de los nacionales ante la posibilidad de una derrota del gobierno de Alberto Fernández en octubre. Cuidan los intereses propios, quieren evitar ser deglutidos por una eventual ola de protesta contra el oficialismo por la cuestión económica. Provincializar, no hablar de temas nacionales, “vender” la gestión local es la estrategia.

AUSENTISMO

Más allá de que eso a algunos les ha dado resultado y a otros francamente no, en las 17 elecciones provinciales que se realizaron hasta el momento (13 generales, 3 Primarias, una legislativa de medio término) el rasgo distintivo fue el alto ausentismo: bastante más del 30% promedio del padrón no fue a votar. En algunas es mayor el porcentaje; en otras menos.

Un estudio difundido recientemente lo puso en números reales: son más de 5 millones de argentinos que no salieron de su casa para ir al cuarto oscuro, aún cuando el voto en Argentina es obligatorio.

El caso del comicio del último domingo en Córdoba capital, la segunda ciudad más importante del país y altamente politizada, es casi paradigmático: sólo votó para elegir al intendente el 58% del electorado. Cuatro años antes, había concurrido el 72%.

Es verdad que, apenas semanas antes, se habían realizado las elecciones para elegir al nuevo gobernador y tal vez existió una saturación de fechas electorales. Pero en Santa Fe, siete días antes de lo de Córdoba, concurrió a votar sólo el 60% del padrón; en las PASO de Chaco, el 62%; en las de Mendoza, el 66%; y en Corrientes (allí sólo se votó legisladores porque tiene corrido el año en que se elige al mandatario provincial) asistió un 56%.

Si se lo compara con los comicios de 2019, estas elecciones que se vienen dando han tenido un promedio de 5 puntos porcentuales menos de participación. Ya en 2021 se había registrado el nivel más bajo de concurrencia, en relación al padrón, desde 1983.

¿Cómo debe leerse este “no compromiso”? En un artículo publicado recientemente, el politólogo Lucas Romero, de la consultora Synopsis, lo diagnostica así: “Se evidencian síntomas de apatía cívica y desafección política, motivados por un cuadro de crisis económica profunda y persistente que viene afectando la calidad de vida de la gente. La desafección política es un suerte de estado de desconfianza, desinterés o desencanto por parte de los ciudadanos hacia el sistema político, la política o los representantes gubernamentales en una democracia”.

Es, digamos, la desconexión entre los votantes y el proceso político. ¿Motivos? Tal vez la falta de respuestas de los líderes a los problemas comunes de la gente: el no llegar a fin de mes, el robo constante en cada esquina, los precios exorbitantes de todo... y la lista es interminable. Se trata, en definitiva, de la relativización del concepto ampliamente difundido por los que suelen ser candidatos respecto a que “la política es el vehículo para mejorar la vida de la gente”. La impresión general, acaso con estatus de desilusión, sería que eso no estaría sucediendo.

LO QUE MUCHOS QUIEREN ESCUCHAR

Tal vez esto explique la irrupción meteórica de líderes explosivos, algo disruptivos, con discursos cuasi extremos e ideas-fuerza simples, contundentes y populistas. Algo así como lo que la gente quiere escuchar, llevado al paroxismo. De un puñado de postulantes que se presenta en esta elección, algunos con perfiles hasta bizarros, el libertario Javier Milei asoma por ahora como el depositario de buena parte de esa desilusión. El distinto en un mar de recurrentes. No es un político profesional y por eso mismo, luego de ciertos resbalones que evidencia su espacio -denuncias aberrantes incluidas- no queda claro si sabrá aprovecharlo.

¿Se replicará esta tendencia que viene mostrando el país en las PASO de agosto primero y en las generales después? ¿Habrá un voto bronca o un alto ausentismo como expresión del enojo?

En el mundo político, sobre el ausentismo suele decirse que, en todos los niveles, pero sobre todo en provincias y municipios, beneficia a aquel que maneja el mayor “aparato”, entendido como recursos y gente para movilizar el día de la elección. En cierta forma, esto termina resultando una trampa para el que expresa su disconformidad con la indiferencia de no ir a su mesa el día del comicio: consagra el “loop” de los mismos de siempre.

En tiempos en que los líderes políticos que se calzan el traje de candidatos no generan, a grandes rasgos, nada demasiado visceral (como el Alfonsín de los 80, el primer Menem o la Cristina del 52%), y cuando aún persiste en mucha gente esa sensación, injusta como toda generalización, de que los políticos en general “sólo aparecen en campaña”, resultará interesante contemplar quién estará a la altura; develar cuál de todos tendrá la capacidad de leer este descontento con el sistema y plantearse el desafío de revertirlo desde adentro del mismo.

 

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