En primera persona: historias de platenses que atravesaron un cáncer

El shock del diagnóstico. Los cambios en el cuerpo y la rutina que se pone en pausa. Los miedos, el rol de los afectos, la medicina y la psicooncología. El estigma de una palabra que ya no es sinónimo de muerte

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Alejandra Castillo

acastillo@eldia.com

Bulto, “la papa”, nódulo, larga y penosa enfermedad. Estos son algunos de los eufemismos que usamos para no llamar al cáncer por su nombre, lo que ayudaría a arrancarle el estigma de sentencia de muerte que los avances de la medicina le quitaron hace rato.

A propósito del Día Internacional del Cáncer que se conmemoró el 4 de febrero, la Liga Argentina de Lucha Contra el Cáncer (Lalcec) lanzó la campaña digital “Alza tu voz: nuestra mejor campaña es escucharte”, para que pacientes compartan sus historias sobre cómo atravesaron un diagnóstico de cáncer. En Argentina se detectan más de 130.000 casos por año, lo que la posiciona dentro de los países con incidencia de cáncer media-alta.

La vida de Silvia Mac (57) dio un vuelco en noviembre de 2017, cuando, en pleno reposo por un accidente de moto, se rascó un pecho y notó “algo”. A los 10 días volvió a hacerlo y lo encontró más rápido. No lo tomó demasiado en serio porque pocas semanas antes los estudios de control de rutina habían salido bien, pero consultó con su ginecóloga por las dudas, ella la revisó y “le cambió el semblante”, recuerda. A la ecografía mamaria la siguió una biopsia cuyos resultados demoraron dos larguísimos meses. Y aunque internamente Silvia supiera que “algo no andaba bien”, el diagnóstico de “un carcinoma triple negativo, un tipo de cáncer altamente invasivo”, resultó un shock.

“Lo primero que uno piensa es por qué me está pasando esto, si soy buena gente. Andaba llorando por los rincones, acomodando papeles porque creía que me iba a morir”, cuenta Silvia, cuyas hijas tenían entonces 9 y 19 años. Con metástasis en los ganglios axilares, la operaron, hizo quimioterapia, tratamiento con rayos y, a los tres años, le diagnosticaron otro tipo de cáncer en la mama izquierda. “Estoy mastectomizada, pero jamás tomé medicación ni hice terapia”, aclara, convencida de que lo que le cambió la vida fue reemplazar aquella primera pregunta por otra: “¿Por qué a mí no?

“Un domingo de enero, con 40 de térmica, se me cayó todo el pelo y toqué fondo. Dije todo lo que tenía que decir. Una amiga me trajo una pashmina y cuando me la apoyé en la cabeza pensé ‘esto es una sentencia de muerte’. Entonces me pinté los ojos, las cejas, me puse pestañas, mucho labial, lentes de sol y salí con mi bocha al aire. Y amé mi calva. Fue mi compañera. Transité el tratamiento con amor y respeto, acompañada de las personas que quiero” y en ese camino aprendí “a priorizarme y a decir que no”.

“Ya no le tengo miedo a la palabra cáncer. Empieza con ‘c’ de cariño, de compañía y de cambio”, dice esta mujer que fue maquilladora, estudia canto y decidió, en plena pelea contra el cáncer, que cumpliría con su sueño de pasar por una facultad: hoy cursa Diseño y Comunicación Visual.

“Esto no me iba a vencer”

En febrero del año pasado, Mora Ledesma (28) terminó en un consultorio médico por un dolor persistente en ambas rodillas. Le detectaron que tenía una rótula desviada y un tumor en el fémur, que requirió de tres biopsias para llegar al diagnóstico de sarcoma: así de poco frecuente era su cáncer de huesos. En agosto la operaron y le reconstruyeron gran parte del fémur con un implante cadavérico, por lo cual deberá usar muletas, por lo menos, durante dos meses más. Pero eso no fue lo peor. “Como era de alto grado, el 19 de octubre empecé quimioterapia y con esa noticia se me cayó el mundo. Tuve que hacer un tratamiento para criopreservar óvulos, porque quedé infértil, y se me vinieron mil preguntas a la cabeza. Me enojé, me angustié, pero siempre tuve en claro que esto no me iba a vencer”, promete Mora, mientras habla con EL DIA en lo que fue su última sesión de un tratamiento que la hizo pasar por “internaciones feas”, la descompuso, y la dejó sin potasio, sin magnesio y sin fuerzas.

Sin embargo, rescata que “todo eso pasa y te sirve para que te puedas sentir mejor”. Con el apoyo incondicional de sus afectos y de su psicooncóloga, entendió que “la vida es movimiento y estar luchando también es vivir”. Cuenta que la aterraba “no poder con esto, pero no ves tu fortaleza hasta que te dicen ‘es lo que te va a curar’. Y así salís adelante”.

Técnica en meteorología y a pocos finales de terminar con la licenciatura, el cáncer puso en pausa sus planes y el trabajo en el grupo de pronóstico de la facultad. “En cuanto pueda retomaré todo, respetando mi cuerpo”, explica, consciente de que lo hará siendo una Mora distinta: “Ya no me enojo tanto como antes ni me hago mala sangre por cosas insignificantes. Nunca me voy a olvidar del primer mate que tomé después de estar internada por la operación y desde entonces disfruto cada vez que lo preparo; como salir y que el viento me pegue en la cara. Estuve viva muchos años, pero no estaba viviendo”. Ahora planea viajar al sur con su novio.

“La palabra cáncer tiene una connotación tan negativa que aún hoy muchas personas no pueden mencionarla, pero es una enfermedad más y con detección temprano tiene altos índices de curabilidad”, asegura Lía del Prado (51), una licenciada en psicopedagogía que a los 40 años notó algo molesto en una mama y terminó recibiendo un diagnóstico que le “frenó el mundo”.

“Sentís que te tiran de noche en el medio del océano. Te hundís o nadás”, recuerda. Ella no sólo salió a flote, sino que además impulsó la creación del grupo Remeras Rosas, surgido de un estudio médico de la Universidad de British Columbia de Canadá, donde un médico especialista en medicina del deporte, Donald Mackenzie, demostró que el remo, a través de los años, es muy bueno para recuperar la musculatura del superior y pectoral, luego de los post-quirúrgicos y mastectomías de cáncer de mama.

En noviembre de 2012, Lía pasó por el quirófano. Le siguieron nueve meses de quimioterapia y rayos. Y, en 2018, una mastectomía en la mama derecha. Aunque en su familia había muchos antecedentes de cáncer, Del Prado aclara que no estaba preparada ni imaginó que podía pasarle a ella. Su profesión la ayudó a anticiparse a sus propias emociones, tanto como “buscar información; la psicooncología y la red de contención familiar y emocional”. Aunque admite que no es un proceso fácil, con la caída del pelo y mutaciones de todo tipo, hoy puede hablar de las “satisfacciones que trajo a mi vida el haber transitado dos veces el cáncer de mama”. Una es aprender a “remar la enfermedad, los tratamientos y disfrutar”.

“Los recursos se quintuplican cada año”

“El miedo genera angustia porque es una emoción frente a un peligro real o imaginario, y el cáncer tiene un estigma social en todo el mundo, por estar igualado a la muerte”, explica Karina Zabaleta (MP 52524), licenciada en psicología y con formación en psicooncología, sin pasar por alto que “en torno a esta enfermedad hay muchos mitos y creencias” enraizados “en la ignorancia”. Si se habla de cánceres en plural, por la variedad de tipos y localización, vale distinguir que las reacciones de cada paciente y de sus entornos también son subjetivas.

“Hay familias que no suman por estar muy encima del paciente o con mucho miedo”, resalta la especialista, puntualizando que lo más importante es “compartir los momentos como lo hicieron siempre, incluso en silencio si la persona se quiere desahogar”.

El factor común tras el diagnóstico es la incertidumbre frente a la certeza de que no todo se puede controlar. “Una paciente me dijo hace poco que siente miedo a morirse porque no quiere perderse y perder lo que tiene”, cuenta Zabaleta, antes de destacar que “tener una clara comprensión de lo que está pasando ayuda a transitarlo de la mejor manera, con las herramientas y personalidad de cada uno”. Solo así se puede “atravesar la enfermedad sin ser atravesado por ella”, cierra.

Francisco Oleastro es un médico dedicado a la oncología y psicoonlogía, que formó parte casi desde el arranque del Centro Oncológico de Excelencia (COE) de la Fundación Mainetti, en Gonnet, en una época en que “lo único que existía para el cáncer era la cirugía”, recuerda. El panorama actual es totalmente distinto.

“Cada año que pasa se calcula que los recursos contra el cáncer se quintuplican, muchas veces con descubrimientos de nuevos efectos de viejas drogas”, asegura Oleastro, y destaca que, “tomado a tiempo, con controles periódicos, drogas específicas y con cirugías conservadoras, podemos hablar de cronificación y de curación de la enfermedad”.

Oleastro puede hablar como médico y como paciente. El 24 de diciembre de 1996 le diagnosticaron un cáncer “muy avanzado, con una expectativa de vida que no llegaba a los 15 días en dos por mil de los casos. Tuve la bendición de ser atendido por un equipo de eminencias, operamos algo que no estaba indicado y un tratamiento que, en ese momento, solo hacíamos dos personas en el mundo”, recuerda.

“Con la noticia te sentís en un túnel, pero se puede y se sale adelante para vivir, que es lo más hermoso”

Mora, 28 años

Oleastro se hizo la misma pregunta que casi todos, sólo que la dio vuelta: ¿Por qué no a mí? Y se impuso un desafío: “Lo tomé como un posgrado”, cuenta, convencido de que, si “podía zafar y era inteligente, iba a aprender”. Arregló entonces los papeles y se dispuso a darle pelea a una enfermedad que lo hizo batallar contra metástasis en pulmones, costillas, ganglios e hígado, antes de descubrir que el tumor primario estaba en un testículo. En el proceso, dice, “se fueron prendiendo lamparitas de cómo optimizar el tratamiento”, para sí y para el resto, hasta llegar a la “curación total y absoluta, con secuelas, pero vivo”.

“No soy el mismo tipo que era antes de la enfermedad. Aunque el cáncer me arruinó física y económicamente, he mejorado mi calidad de vida. Por algo me enfermé y para algo me curé”, reflexiona, seguro de que, después de todo, “las prioridades no son tantas”.

Desde su experiencia personal y profesional, Oleastro está convencido de que hay que terminar con “un sistema médico ortodoxo y determinista que, por suerte, casi no queda. Hay que hablarle al oncólogo en el idioma que entiende, para que le hable al paciente del modo en que el paciente le diga. Y para eso tiene que escucharlo, acompañarlo y trabajar sin reloj”.

“Las tasas de curabilidad de los cánceres más comunes son apabullantes, pero sigue faltando concientización sobre la necesidad de hacer estudios tontos, como un tacto rectal”. Destaca la importancia del apoyo emocional al paciente en el resultado final del tratamiento. Y promueve también que el médico “sea pesimista. Si se equivoca, sea por eso”.

“La meta es que nadie vuelva a ser aquel que llegó a tener un cáncer”, concluye el médico.

Silvia Curi (66) tuvo cáncer tres veces: a los 25 años, de cuello de útero; a los 48, de mama; y, a los 63, en plena pandemia, de recto.

Atravesó cirugías, una mastectomía, sesiones de quimioterapia, cirugías reparadoras, cambios corporales cruentos, ocho meses con morfina y la imposibilidad de volver a quedar embarazada siendo muy joven, aunque ya tenía dos hijos.

“La palabra cáncer en el primer diagnóstico tuvo otro impacto porque además yo era muy joven; los otros no me sacudieron tanto. En la lotería de la vida me tocó tenerlo otra vez. Lo importante es hablar de la enfermedad por su nombre y no asociarla con la muerte, porque cuanto más temprano sea el diagnostico, mejor se la puede transitar y salir adelante. Se cura”.

El rey
Hace menos de una semana el rey Carlos III fue diagnosticado con cáncer. Tiene 75 años. El Palacio de Buckingham anunció que se alejará de los compromisos públicos mientras recibe tratamiento, lo que marca un cambio en el enfoque histórico de la información que se revelaba sobre la salud del monarca

 

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