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Séptimo Día |PERSONAJES DE LA ARGENTINA

El hombre que hacía llover y los buscadores de agua

La máquina que inventó Baigorri Velar. Y la tarea de los rabdomantes, que encuentran napas valiosos en el territorio de nuestro país cada día más desértico

El hombre que hacía llover y los buscadores de agua

Archivo General de la Nación -

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

4 de Febrero de 2024 | 06:34
Edición impresa

Hace 72 años el gobierno de Perón dispuso enviar a un hombre a Caucete (provincia de San Juan) porque había en curso una sequía que llevaba más de dos años. El hombre se llamaba Juan Baigorri Velar y había inventado la “máquina de hacer llover”. Según decía su invento provocaba una “congestión atmosférica” que derivaba en diluvios.

Baigorri Velar, todo un personaje, tuvo gran fama durante algunos años en la Argentina. . Si los hermanos Cohen, directores de cine en Hollywood lo hubieran conocido, lo habrían incorporado como uno más en la maravillosa galería humana que presentaron en su película “La Balada de Buster Scrugg”, junto a buscadores de oro, adivinos sin piernas, cowboys de puntería infalible y dudosos buhoneros vendedores de baratijas.

Nacido en Concepción del Uruguay (Entre Ríos) en 1891, ya de joven le dedicaría mucho de su tiempo profesional a la meteorología. Y un buen día anunció que había creado “la máquina de hacer llover”, que era una caja de madera no demasiado grande habitada con un sistema de cables, fusibles, perillas y otros adminículos, que nunca dejó ver.

Lo cierto es que la probó en algunas localidades de su provincia y en Santiago del Estero. Y que, a poco de hacerlo, se descolgaron lluvias convincentes. Nació entonces su propia leyenda. A partir de allí le quedó el rótulo de “Mago de la lluvia”.

 

El invento de Baigorri Velar provocaba una “congestión atmosférica”

 

Fabián Cabrera, del diario de Cuyo, escribió hace dos años un artículo sobre Baigorri Velar en el que dijo que “la historia lo tiene entre esos personajes sin medias tintas: para unos fue un genio, para otros un simple embustero. Está vinculado a San Juan porque en enero de 1952, hace exactamente 70 años, las crónicas y los textos dicen que Baigorrí Velar llegó a la provincia por pedido del gobierno de Perón y con una misión: ponerle fin a una sequía en Caucete. Y acá, según los relatos, hizo llover durante tres días…”

Se recuerda también que al inicio de su lluviosa trayectoria, fue a las oficinas del Ferrocarril Central Argentino, para que conocieran y valoraran la máquina que había tramado. Entonces un directivo de la empresa ferroviaria la propuso que fuera a Santiago del Estero, en donde las lluvias no son habituales y que en ese momento atravesaba un largo período de sequía.

Baigorri aceptó, viajó con gente de la empresa ferroviaria, llegó a la localidad de Pinto. Allí encendió la máquina y la crónica periodística dice que ni bien arrancó, “el viento cambió de dirección, se nubló y doce horas después se produjo un leve chaparrón”. El gobernador de esa provincia lo convocó y le facilitó todo para que instara la máquina en la capital: “Tras 55 horas de funcionamiento, cayeron 60 milímetros de lluvia en la Ciudad”.

Demás decir que el éxito en Caucete, en Santiago y el derivado de otras lluvias obedientes que obtuvo en Córdoba y La Pampa lo lanzó al estrellato argentino que, como se sabe, suele ser inconstante y desconfiado. Además, se interesaron por el invento desde los Estados Unidos y él siempre se negó a mostrar o a patentar su máquina.

Enfrentó polémicas, como con la que sostuvo con el director del Servicio Meteorológico Nacional, Alfredo Galmarini, que lo calificó de farsante. “Lo que Baigorri hace es un atentado contra la ciencia”, dijo. Y Baigorri le contestó con un desafío que le formuló a través del diario Crítica, avisándole que iba a hacer llover en Buenos Aires el 3 de enero de 1939. Lo cierto es que ese día llovió y que Baigorri Velar le mandó a Galmarini un paraguas de regalo.

“Como lo pronosticó Baigorri, hoy llovió”, fue el título principal de la portada de Crítica del 3 de enero de 1939. El subtítulo decía: “Consiguió que tres millones de personas dirijan sus miradas al cielo”.

Baigorri, el hombre que decía regalar lluvias, contó a Crítica que en 1936, mientras trabajaba en Bolivia buscando minerales, utilizando un aparato de su invención notó que “cuando lo conectaba y se ponía en funcionamiento, se producían lluvias ligeras que me impedían trabajar”. Allí pensó en una “congestión electromagnética”.

El cronista anónimo de Crítica describe la famosa “Máquina de hacer llover” en esta parrafada: “El aparato de las lluvias se conformaba por una caja del tamaño de un televisor de 14 pulgadas, una batería eléctrica y dos antenas de polo negativo y positivo. Estas antenas se encargaban de dirigir las emisiones electromagnéticas que ―según Baigorri― provocaban la «congestión atmosférica» y la lluvia”.

 

Los ojos de la pampa húmeda y del Litoral ven el agua, pero no perciben el territorio desértico

 

El éxito, siempre dulce, lo acarició a Baigorri y cuando estaba en esas alturas casi gloriosas, de pronto lo abandonó. La gente se olvidó de su invento. Su máquina de llover dejó de interesar y además el propio Baigorri se ocupó de que no quedara nada de ella, ni siquiera un boceto.

En la ciudad porteña, ya los chicos de los cien barrios dejaron de cantar aquella copla: “Que llueva, que llueva/ Baigorrí está en la cueva/ enchufa el aparato/ y llueve a cada rato”. De modo que el 24 de marzo de 1972, este argentino murió como uno más, categóricamente olvidado. Quedó enterrado en la Chacarita y casi nadie participó en el cortejo fúnebre. En ese día tuvo, sin saberlo, un homenaje póstumo: el de la lluvia que cayó sin haber sido convocada por ninguna máquina.

EL DESIERTO

Los ojos de la pampa húmeda y del Litoral ven fácilmente el agua, pero no perciben que el 70 por ciento del territorio argentino es desértico. Se trata de un verdadero drama, que puede acentuarse en los próximos años. Hay tierras en el Norte y en el sur patagónico consideradas “irrecuperables”.

Pero la desertificación avanza sobre territorios antes feraces. Y durante muchas décadas fueron –en algunos lugares lo siguen siendo-personajes de excelencia en la Argentina los “rabdomantes”, expertos en el arte de encontrar agua subterránea mediante la técnica ancestral de llevar una pequeña rama de sauce y percibir en sus manos la existencia de una napa de agua. Los rabdomantes fueron y son (quedan pocos) personas importantes en el interior.

Hasta casi la década del 50 la gente de Vialidad provincial utilizaba a rabdomantes para instalar obradores cuando la repartición mantenía la inmensa red de caminos de tierra. Y hacían la perforación, allí donde el experto les indicaba que había agua.

Blanca Ruggi, autora de un artículo titulado “El deslumbrante oficio de encontrar agua con una rama” cuenta que en la actualidad, en las sierras de Córdoba, “vive Don Britos, un hombre que a lo largo de su vida fue desarrollando esta particular habilidad. La rabdomancia lo convirtió en una especie de superhéroe, ya que su técnica para buscar agua debajo de la tierra roza lo paranormal para quienes no conocen este arte. Sin embargo, se trata de un oficio con miles de años de antigüedad”.

Domar los desiertos, llevarles canales de riego, crear diques, construir grandes reservorios de agua para usar durante los períodos de sequía, forman parte no sólo de la política impulsada por los principales estadistas y sabios que tuvo la Argentina, sino que, como ideas fuerza, se integran –desde la gauchesca y autores como Alberdi y Sarmiento- a la mejor literatura argentina.

Zahorí en acción, ilustración de la obra de Pierre Le Brun, Historia crítica de las prácticas supersticiosas, 1732. / Wikipedia

 

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