Vecinos indefensos ante la delincuencia, que va ganando las calles de la Región

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Cada jornada la gente del centro de La Plata, de los barrios, de las localidades vecinas se acostumbró a vivir el día con temor y a dormir de noche con un ojo abierto, por la inseguridad reinante. Cualquier ruido extraño puede ser el prólogo de un drama en sus domicilios. En cada esquina, en cada vereda, puede esperar un robo, violento o no.

Al inicio de cada día el temor se traslada a las paradas de micros, a tomar cuidados al salir de casa hacia los trabajos, a caminar mirando si vienen motochorros u aparece algún otro tipo de la variada gama de asaltantes.

También la gente debe realizar diversas maniobras “distractivas” para entrar o salir del garaje con sus vehículos, a montar junto a los vecinos alarmas colectivas y, si dan los bolsillos, a tener las propias. Sin olvidar, claro está, las rejas, las trancas, los rollos de alambre de púa o todo lo que pueda servir para frenar a los delincuentes. No se dice, pero mucha gente decidió armarse.

La inseguridad obligó a modificar costumbre. Ya no se pueden disfrutar las veredas en charlas con los vecinos o permitirles a los chicos salir a jugar en el frente de las viviendas o en las plazas cercanas. Porque ahora pareciera que nada alcanza frente a una delincuencia, a pie o en moto, descontrolada y violenta.

En las varias páginas policiales de la edición de ayer, EL DIA publicó noticias sobre distintos episodios relacionados a la inseguridad, ocurridos en las últimas horas: “Una trama de balas, víctimas y espanto”, decía una de ellas. “Dos horas de puro miedo para una jubilada en su casa de Barrio Norte”, otra. Una tercera informó; “Comerciantes platenses en manos de nadie; otro asalto al filo de la tragedia”.

En las páginas también se lee: “Crece el pánico por el accionar de los motochorros”. Al costado, otra que dice “Golpes, ataduras y ojos encintados en un atraco”. Una noticia que podría calificarse como parcialmente buena señalaba que “detuvieron al delincuente que apuñaló a un taxista”. Claro, no hace falta seguir. Los títulos de las crónicas policiales lo dicen casi todo.

Lo que debería señalarse es que a los vecinos de la Región se los ha obligado a abandonar una calidad de vida, en donde las relaciones humanas se manejaban con entera tranquilidad, exentas de temor.

Ahora hubo que alzar la guardia, desconfiar todo el tiempo. A la población se le niega vivir en forma civilizada, defendida entre otros valores cívicos por la acción de una policía eficaz, compenetrada con la gente, temida por la delincuencia.

Está claro que, lamentablemente, ocurre lo contrario. En lugar de que los organismos de Seguridad, provinciales y federales, se ocupen de combatir a los ladrones, es la sociedad la que tiene que replegarse, dejar sus actividades lícitas, perder su dinero, sus documentos, sus celulares, sus bienes más preciados en manos de delincuentes que no trepidan hasta la posibilidad de matar a sus víctimas.

Es mucha la gente pacífica que debió abandonar sus actividades licitas y productivas, dejar de mantener fuentes laborales y cerrar sus emprendimientos por culpa de esta inseguridad que pareciera no tener fin.

Debe insistirse en que solo una mayor presencia policial en la vía pública, con patrulleros realizando rondas y con una actitud más diligente de las fuerzas de seguridad , permitirá frenar el descontrol delictivo.

Lo que también está en juego es el principio de autoridad, que el Estado fue perdiendo desde hace mucho y que debe recuperar en plenitud.

 

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