El trofeo intangible es haber conseguido el cariño unánime, sin grietas ni egoísmos
Edición Impresa | 16 de Julio de 2024 | 02:44

Por MARTIN MENDINUETA
Las estadísticas abruman. Los números empalagan. El repaso en cifras del ciclo que tiene la conducción de Lionel Scaloni conduce a un escenario de admiración plena. La obtención del título mundial en Qatar, flanqueada por dos celebraciones muy especiales en el torneo continental donde lidera la tabla de ganadores, ha generado un combo de éxito descomunal.
Si el poder de seducción pasara únicamente por testear el grado de eficacia en materia resultadista, no habría más nada por escribir.
Esta Selección (la que lidera Messi con un estilo nunca visto, sin bravuconadas ni gestos ampulosos) ha pagado con creces las deudas que supo tener y le sobra un dineral formidable. Sólo quedan rastros borroneados de aquellas derrotas hirientes.
El paso del tiempo ha sido muy generoso en satisfacciones y el panorama varió de un modo contundente. Pasó del “seguro que pierden en las instancias finales” a “será complicado, pero la estirpe de campeón va a surgir en el momento justo”.
La parte cinematográfica de este grupo de jugadores que se notan unidos se centra en los 77 partidos con 55 triunfos, 16 empates y apenas 6 derrotas. Los cuatros títulos (el obtenido frente a Italia en Wembley ofrece, claramente, una significación diferente por tratarse sólo de un partido) otorgan el inconfundible contorno de un proceso brillante y han generado una montaña de merecido reconocimiento. Pero ¿qué hay detrás de las copas levantadas en la escenografía más deseada? ¿Fueron solamente victorias emotivas o acaso han dejado en la piel social una marca que el paso de los almanaques no podrá borrar?
Fueron muchos los que vieron llorar a Messi y se sintieron tan frustrados como él. Empatía a pleno
Sin dudas, el giro hacia atrás de las distintas generaciones hará que se topen con un estilo admirado por varios aspectos.
Esta Selección, además de haber ganado a lo loco, se hizo querer. Exactamente allí radica su logro más valorado. Unió al pueblo. Cerró grietas. Anuló egoísmos. Erradicó miserias. Conquistó genuinamente la identificación popular. Y es un montón.
MULTIPLICÓ EL NÚMERO DE HINCHAS DE LA CAMISETA CELESTE Y BLANCA
Una época fue de César Luis Menotti para los defensores de “la nuestra”, los más líricos, que se autopercibían como guardianes de la esencia del juego nacional. Otra era, campeona y subcampeona del mundo, necesitó librar batallas encarnizadas para imponer, a fuerza de resultados contundentes, la idea que siempre sintió un universo de rechazo más o menos solapado, según los vaivenes. El tiempo de Carlos Salvador Bilardo abriga mil quinientas historias para contarles a los más chicos. La consagración en México 1986 y el segundo puesto en Italia 1990 regalaron momentos de altísima emoción, pero siempre convivió con quienes no se sentían a gusto.
El paso de los años trajo de todo un poco. La elevada aceptación en los años de Alfio Basile; los gestos duros con la excesiva rigidez de Daniel Passarella; el fenómeno Marcelo Bielsa, que pasó de la admiración al rechazo masivo; las muy buenas intenciones con un rasgo docente de José Pekerman; el error en la designación de Diego Maradona, el muy meritorio tiempo de Alejandro Sabella y el papelón por el desmanejo de Jorge Sampaoli. Hubo de todo. No faltaron matices por transitar.
NADIE VIO VENIR A SCALONI Y TRAÍA MUCHAS ALEGRÍAS MEMORABLES
El nacimiento de este tiempo estuvo envuelto en situaciones poco claras. Entregarle la responsabilidad al actual entrenador fue una decisión personal de “Chiqui” Tapia con la que casi nadie estuvo de acuerdo. ¡Quién lo hubiera dicho! Ninguno vio venir semejante cúmulo de episodios que hicieron historia.
Todo pasa. La masa olvidó el inicio del ciclo y ve en Scaloni a un DT tan valiente como equilibrado
Recordarlo hoy parece un ejercicio insalubre, pero así ocurrió. El anillo de Don Julio rezaba una gran verdad: Todo pasa. La masa, siempre necesitada de picos emotivos dulces, se fue enganchando con la receta de apostar por una nueva generación y una victoria trajo la otra.
Ahora, cuando juega la Selección se ven cientos de camisetas de diferentes equipos del país, aunque gobierna, por escándalo, la celeste y blanca con el diez en la espalda. Eso es mérito de Scaloni y de sus muchachos. Todos desean que les vaya bien, que sigan ganando y hasta compiten por quien hizo más viajes alentándolos en diferentes partes del mundo.
Es que el equipo es de todos. De grandes y de chicos. De adinerados y de los carenciados. Sea la original o una imitación económica, todos llevan puesta la camiseta con orgullo.
Esta película no terminó. Lío está grande y Fideo Di María anunció que se va, pero el hambre parece continuar intacto. La identificación que ha logrado el equipo (juegue quien juegue) con los argentinos en genera supera claramente la ligazón promedio.
Esta Selección suma títulos, pero su principal trofeo es intangible y, por eso, no tiene precio.
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