Oasis, Los Piojos, Cris Morena: ¿Por qué todos vuelven y todo vuelve?

Dos bandas emblemáticas anunciaron esta semana la vuelta, desatando festejos ¿de una generación atrapada en el pasado?

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Por PEDRO GARAY

pgaray@eldia.com

Todo vuelve, todos vuelven. Habitamos una época, en el mundo del entretenimiento (y, tal vez, más allá también), del eterno retorno: claro que lo que regresa son los fantasmas del pasado, y no ese pasado que vivimos, jóvenes y rozagantes. Y sin embargo caemos en la trampa, compraremos boletos para Oasis, también para Los Piojos, compraremos entradas para Tan Biónica, para “Nueve Reinas”, para la remake de tal o cual clásico, para la película que celebra algún ícono del pasado, para la última “Star Wars”, incluso a pesar de la devaluación de la marca, incluso a pesar nuestro. El imán de la nostalgia es poderoso seductor.

En una semana se anunciaron los retornos de Oasis y Los Piojos, dos de los regresos más esperados por la generación criada entre los 90 y los 2000: los años del estallido estuvieron muy bien musicalizados, pero, claro, todo adolescente imagina que su generación es la mejor musicalizada. Eran años de rebusque, de sentir las primeras angustias para muchos, de ver padres en la lona o sentir por primera vez lo que era no llegar a fin de mes, pero como éramos jóvenes, todo tiene una pátina épica en la memoria, que repite la película (de ficción) de aquellos años de noches de largas caminatas en gastadas zapatillas Topper hacia ninguna parte (no había plata para entrar a demasiados lugares y, tras Cromañón, tampoco había tanto para hacer) con música de fondo que incluye, casi inexorablemente, los himnos de la banda de El Palomar y también de los manchurianos.

Los dos se separaron hace 15 años, cuando, en rigor, aquellos años mozos ya habían quedado atrás para esa juventud, ya había empezado otra cosa, otra movida musical. ¿Por qué vuelven justo ahora? ¿Por qué todo vuelve, todos vuelven, Abba, los Guns, las Spice Girls, Cris Morena, Bandana, justo ahora?

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Simon Reynolds vio hace algunos años este giro retro en las industrias del entretenimiento y le puso nombre: “retromanía”, el afán de consumo del pasado. Por familiaridad, por confort, dicen algunas explicaciones: consumir lo conocido, lo que no sorprende, lo que ofrece el calor de lo conocido, despojado el desafío de lo nuevo. “La vanguardia es ahora la retaguardia”, escribía Reynolds.

La de Reynolds y sus explicaciones son hipótesis críticas, desde ya, de la cultura contemporánea, críticas de generaciones, las nuestras, que no se reconocen adultos, que no quieren soltar lo viejo, atrapados en la patria, en la trampa, de la infancia. Hernán Casciari decía en la mesa de Mirtha, este año, que para él nunca había llegado la adultez, un sentimiento de época, al menos para cierta clase social.

El anhelo del pasado puede ser explicado desde lo individual y lo social: cualquier analista puede explicar que no querer vivir como adultos es no querer cortar el cordón umbilical, no querer hacerse cargo de las decisiones en un mundo horrible, sin futuro, sin perspectiva de casa propia, de ascenso social y demás, como sí existió en el siglo pasado, al menos en algún momento, al menos como mito. Una generación de Peter Panes, para introducir otra idea en boga para explicarnos, es una generación creativamente impotente, que cree que no puede construir nada nuevo, que solo puede repetir lo viejo.

El mercado facilita la droga de elección de ese consumidor. También reacciona: si solo hay deseo de pasado, producirá pasado con sus máquinas. Habrá menos espacio para expresiones nuevas, serán menos redituables, se escucharán menos. Habrá mucho lugar para lo retro: una infantilización de la cultura que ya denuncia cualquier cinéfilo harto de ver cine de superhéroes.

Una cultura conservadora: “¿Está la nostalgia frenando la habilidad de nuestra cultura para saltar hacia delante, o somos nostálgicos precisamente porque nuestra cultura ha dejado de moverse hacia delante y tenemos que mirar inevitablemente hacia atrás en busca de tiempos más trascendentales y dinámicos?”, se preguntaba Reynolds.

Cuando éramos chicos, una banda vieja volvía era una gira de viejos carcamanes, con viejos carcamanes en las tribunas, todos conscientes, con cierta vergüenza, de que esto era solo un acto nostálgico por un puñado de dólares. Hoy estos regresos son los principales eventos musicales y cinematográficos en el mundo.

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La tentación es pensar entonces que todo tiempo pasado fue mejor, que hay pocas expresiones nuevas, pocas movidas que revitalizan la cultura. Sería, desde ya, la conclusión de un adulto todavía atrapado en su juventud. Lo que está claro es que lo original no estará en el lineup del Lollapalooza, que salvo Billie Eilish hace rato no trae headliners jóvenes (en el marco, desde ya, de una crisis general que hace difícil traer a las figuras más convocantes). Tampoco en el Quilmes Rock o en los conciertos de Los Piojos, de Oasis, dad-rock para padres sin hijos, o con hijos-mascotas: ¿otro signo de una generación impotente es la tasa de natalidad en baja en todo el mundo?

Todas estas conclusiones están cargadas de pesadumbre, de esa impotencia, rodeadas de ese vórtice vicioso de la muerte del mundo propio y el nacimiento, todavía incipiente, de lo otro: si lo nuevo asoma monstruoso, quizás estamos viejos. O quizás no. Quizás tengamos razón y no quede otra que refugiarse en los fantasmas del pasado.

Los hermanos se han unido: oasis volverá a los escenarios a 15 años de su separación. Los manchurianos se amigaron y escucharon el clamor popular

 

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