Curiosidad “cara”: una vasija de 3500 años de antigüedad, destruida
Edición Impresa | 8 de Septiembre de 2024 | 07:25

La historia de una vasija antigua hecha añicos por la curiosidad de un niño resuena como una especie de metáfora de la fragilidad del tiempo y de los objetos que han resistido su embate. A fines de agosto, en el Museo Hecht de Haifa, una institución dedicada a preservar el pasado arqueológico de la región de Canaán, un pequeño acto de curiosidad desencadenó una cadena de eventos que resalta la relación, a menudo precaria, entre el hombre moderno y los vestigios de civilizaciones pasadas. El niño, de apenas cuatro años, estaba fascinado por la vasija de 3500 años de antigüedad, una pieza que, contra todo pronóstico, había llegado intacta hasta nuestros días. En un intento por descubrir qué podía contener ese misterioso objeto, tiró ligeramente de ella, lo que provocó que cayera de su soporte y se hiciera pedazos en el suelo del museo.
El incidente, por inesperado que fuera, plantea preguntas profundas sobre la manera en que las instituciones culturales y arqueológicas abordan la conservación de artefactos tan valiosos. El Museo Hecht, que suele exhibir sus piezas sin barreras físicas que las separen de los visitantes, ha mantenido una política de cercanía con los objetos que conserva, permitiendo que el público pueda estar lo más cerca posible de ellos. Esta aproximación busca conectar al espectador con el pasado, de manera que no solo observe a distancia, sino que se sienta partícipe de una historia más amplia. Sin embargo, ese enfoque conlleva ciertos riesgos, como ha quedado demostrado. Y aunque en este caso la acción del niño no fue intencionada, las consecuencias son reales: una pieza que sobrevivió milenios ahora deberá ser restaurada.
Este tipo de incidentes no es nuevo en el mundo de los museos. En diferentes lugares y circunstancias, visitantes han causado daños a obras de arte y objetos históricos. Desde una caída accidental sobre un Picasso en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, hasta la destrucción de esculturas en museos de Shanghái y Washington, las piezas expuestas están siempre en peligro de ser víctimas de la torpeza humana. En algunos casos, los daños son producto de un descuido; en otros, de un acto intencionado. Pero en todos ellos, la pregunta subyacente es la misma: ¿cómo proteger los objetos del pasado sin aislarlos del presente?
El incidente en el Museo Hecht ofrece una respuesta provisional a esta pregunta. La decisión de la institución de invitar a la familia del niño a regresar una vez que la vasija haya sido restaurada parece un gesto de reconciliación entre el pasado y el presente, un recordatorio de que la historia no está hecha solo de objetos inamovibles, sino también de las interacciones humanas que los rodean. Y en este caso, la curiosidad infantil ha puesto en primer plano la fragilidad de esa interacción.
La directora del museo, Inbal Rivlin, fue clara al subrayar que no hubo intención maliciosa en el incidente, lo cual distingue este caso de otros donde los daños son causados deliberadamente.
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