Uno de cada cinco argentinos que tienen empleo es pobre
Edición Impresa | 27 de Octubre de 2025 | 00:08
Tener empleo ya no alcanza para salir de la pobreza. Esa frase, que hace apenas una década sonaba como una advertencia lejana, se transformó en un diagnóstico inquietante de la economía argentina actual. Un estudio del Instituto de Estudios sobre la Realidad Argentina y Latinoamericana (IERAL), de la Fundación Mediterránea, confirma que el 21,6% de los trabajadores del país es pobre, lo que equivale a más de 4,5 millones de personas que, aun teniendo empleo, no logran cubrir el costo de la canasta básica total.
El informe, elaborado por los economistas Laura Caullo y Federico Belich, sostiene que la pobreza “es, en parte, un reflejo del mercado laboral”. Los autores advierten que el deterioro del poder adquisitivo, la informalidad y la baja productividad de buena parte de las actividades económicas conforman un círculo vicioso que empuja a millones de personas hacia la vulnerabilidad. “Tener trabajo tampoco exime de la pobreza, especialmente cuando se trata de ocupaciones precarias o de baja productividad”, remarcan.
EL EMPLEO, UNA CONDICIÓN NECESARIA PERO NO SUFICIENTE
La relación entre empleo y bienestar, tradicionalmente sólida, hoy se encuentra quebrada. En los años noventa, la pobreza estaba concentrada sobre todo entre los desocupados; hoy, en cambio, uno de cada cinco ocupados no logra superar la línea de pobreza.
“En los últimos años se amplió la brecha entre trabajadores calificados y no calificados”
Entre los desocupados, la incidencia trepa al 58,9%, un nivel que confirma el impacto directo de la falta de trabajo en la vulnerabilidad social. Pero el dato que más preocupa a los especialistas es que incluso dentro del mercado laboral se profundiza la desigualdad: los empleos formales ofrecen cierta protección, aunque cada vez más insuficiente, mientras que los informales o de baja productividad no logran garantizar ingresos dignos.
El estudio del IERAL distingue entre distintos tipos de trabajadores. Entre los independientes no registrados, el 40,5% vive por debajo de la línea de pobreza; entre los asalariados informales, el 37,5%. En cambio, los independientes registrados (monotributistas o autónomos) presentan una tasa del 12,3%, y los asalariados formales, del 9,7%. Las diferencias son contundentes: la formalidad protege, pero no inmuniza.
LOS SALARIOS, UN ESCUDO CADA VEZ MÁS DELGADO
Aun en el trabajo formal, la pérdida de poder adquisitivo golpea con fuerza. En sectores como el servicio doméstico, la gastronomía, la construcción o el comercio minorista, los salarios registrados se ubican apenas por encima de la canasta básica.
“En los últimos años se amplió la brecha entre los trabajadores calificados y los no calificados. Muchos empleados en relación de dependencia tienen recibo de sueldo, pero sus ingresos no les alcanzan para cubrir las necesidades básicas de una familia tipo”, apunta el informe.
La erosión del salario real es consecuencia directa de la inflación, que en la última década acumuló niveles inéditos en el mundo. Según estimaciones privadas, entre 2017 y 2025 el poder de compra promedio de los asalariados cayó cerca del 35%, un deterioro que repercute directamente en los indicadores de pobreza laboral.
EL MAPA DE LA DESIGUALDAD
La pobreza laboral también refleja la estructura del país. En las provincias del norte y noroeste —donde predomina el empleo rural, los oficios informales y la baja diversificación productiva—, las tasas son mucho más altas. Tucumán, San Juan, Salta, Santiago del Estero y Formosa encabezan la lista de las jurisdicciones más comprometidas, con más de la mitad de su empleo fuera del sistema formal.
En el otro extremo, distritos con mayor desarrollo industrial y servicios tecnológicos, como Buenos Aires, Córdoba o Santa Fe, presentan menores niveles de pobreza laboral, aunque la tendencia ascendente se repite en todo el país.
El problema no afecta solo a los adultos. Entre los menores de 14 años, la pobreza alcanza al 45,4%, según el informe. En este grupo, la Asignación Universal por Hijo (AUH) cumple un papel fundamental: llega a más de cuatro millones de niños y ayuda a reducir la indigencia, aunque no siempre logra sacar a los hogares de la pobreza.
Entre los inactivos —personas que no trabajan ni buscan trabajo por edad, estudios o desaliento— la pobreza llega al 35,2%. Este universo combina dos realidades opuestas: adultos mayores cubiertos por el sistema previsional y jóvenes que aún no lograron insertarse en el mercado laboral.
LOS LÍMITES DEL CRECIMIENTO SIN PRODUCTIVIDAD
El IERAL advierte que la creación de empleo, si no está acompañada de productividad, no garantiza mejoras sociales. “La expansión de puestos en sectores de baja productividad puede mejorar las estadísticas de ocupación, pero no resuelve el núcleo del problema, que son los ingresos laborales insuficientes”, señala el documento.
Los autores destacan que la calidad del empleo es tan importante como la cantidad. En los últimos años, buena parte de la recuperación del empleo se concentró en actividades informales o de escaso valor agregado. Esa tendencia explica por qué, incluso con leves mejoras macroeconómicas, la pobreza laboral sigue en niveles estructuralmente altos.
CAPACITACIÓN, FORMALIZACIÓN E INCENTIVOS
Para revertir esa dinámica, el informe propone fortalecer la formación técnica y profesional, promover la formalización de los trabajadores informales y fomentar la creación de empleos en sectores de mayor valor agregado. “Invertir en capacidades y generar incentivos a la contratación formal no solo mejora los ingresos, sino que reduce las brechas de vulnerabilidad”, subrayan Caullo y Belich.
Entre los menores de 14 años, la pobreza alcanza al 45,4%, según el informe
En esa línea, los economistas plantean la necesidad de articular políticas públicas con el sector privado. “La mejora del empleo requiere coordinación, estabilidad macroeconómica y marcos previsibles para la inversión. Sin esas condiciones, los avances tienden a ser efímeros”, advierten.
LA ASISTENCIA SOCIAL, UN PALIATIVO NECESARIO PERO INSUFICIENTE
El estudio del IERAL reconoce que los programas de transferencia de ingresos, como la AUH o el Potenciar Trabajo, cumplen un papel relevante en la reducción de la indigencia. Sin embargo, insiste en que erradicar la pobreza exige una estrategia integral. “El crecimiento económico debe transformarse en bienestar social, y eso requiere expandir el empleo formal, impulsar la productividad y fortalecer las trayectorias laborales”, concluye.
En otras palabras, la pobreza laboral es un problema estructural, que no se soluciona únicamente con asistencia, sino con empleos estables, salarios dignos y educación de calidad.
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