En un barrio de Romero hasta acarrean el agua
Edición Impresa | 30 de Octubre de 2025 | 03:06
“Somos los marginados de la ciudad”, es la contundente afirmación que se escucha en “El Molino”, un barrio de 20 manzanas y 200 familias situado a tan solo diez minutos del centro. En esta zona, que se desarrolló en el cuadrante que va de 161 a 167, entre 32 y 37, las catorce calles son, sin excepción, de tierra.
En la recorrida que realizó ayer este diario junto a un grupo de frentistas, se insistía en un diagnóstico, resumido en dos palabras: desprotección y descuido.
El Molino se pobló con familias atraídas por los amplios terrenos y las vistas abiertas, pero hoy enfrentan carencias básicas propias de una zona rural: no tienen gas, cloacas ni red de agua, y ninguna calle está asfaltada. Si bien poseen tendido eléctrico, las luminarias de noche están apagadas y en muchos postes faltan los focos. A la vez, la mayoría de las casas carece de perforación y bomba de agua.
En la larga lista de problemas, la mala condición de las calles es un dolor de cabeza. “No podemos pasar por la calle porque dejaron la construcción del puente por la mitad. Dejaron todo abandonado”, manifestó Oscar Fiorentino, dueño de un taller de herrería.
Señalan a la calle 161, que presenta una loma y montañas de áridos. Según los vecinos, son las señales de un puente sobre el Arroyo Del Gato que el Municipio planificó, pero que detuvo a mitad de camino en agosto del año pasado. La obra está a cargo de la constructora privada Hidraco SA, según le confirmó a este diario Simón Mirasso, delegado de Romero, quien sostuvo que “el plan está en marcha”.
La tensión escaló cuando un grupo de vecinos expuso estos reclamos en una visita al Palacio Municipal y regresó con una versión que los inquietó profundamente: “Nos dijeron que la calle 161 figura asfaltada”, detalló un frentista.
En ausencia de la obra, los vecinos armaron un paso precario con maderas. Este atajo peatonal e improvisado, sumado a las calles intransitables, provoca que al barrio no entren repartos, ambulancias, taxis, colectivos ni camiones de basura. “Los vecinos tiran la basura y la terminan quemando al costado de las casas”, manifestó Norma Coronel, de 61 años.
La calle 36, hasta 167, está cubierta de pasto. Mientras este diario dialogaba con los vecinos, dos mujeres asomaban con bidones de agua, reflejo de la escasez. Muchas familias que no tienen bomba se ven obligadas a abastecerse de una vecina con bomba sumergible, a quien deben pagar mil pesos por semana.
“No podemos pagar la bomba que sale un millón, tenemos que pedir a la vecina que tiene bomba y les pasa a cuatro vecinos”, dijo angustiada Romina Flores, de 38 años, ilustrando el drama cotidiano del acceso al servicio esencial.
Finalmente, la falta de luz hace que el barrio, según los testimonios, se convierta en un “corredor de ladrones”.
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