Perros azules: entre la ciencia y la leyenda de Chernóbil
Edición Impresa | 9 de Noviembre de 2025 | 03:45
En la zona donde el tiempo se detuvo el 26 de abril de 1986, cuando el reactor número 4 de la central nuclear de Chernóbil explotó y arrojó toneladas de material radiactivo al aire, algo volvió a alterar la quietud. Días atrás, los voluntarios de la organización “Dogs of Chernobyl” descubrieron un grupo de perros con el pelaje teñido de un azul brillante, un color que nunca antes había sido visto entre los animales que deambulan por la llamada zona de exclusión.
La noticia, difundida a través de las redes sociales de la organización, despertó sorpresa y preocupación. “No eran azules la semana pasada. No sabemos la razón y estamos intentando capturarlos para averiguar qué está ocurriendo”, escribieron los cuidadores. Las imágenes, donde los animales se ven correteando entre edificios derruidos y vegetación salvaje, parecen una escena de ciencia ficción: un destello de color en un paisaje dominado por el gris y el óxido.
Desde 2017, Dogs of Chernobyl alimenta y brinda atención veterinaria a más de 700 perros que viven en la zona. Son descendientes de las mascotas que los habitantes de Pripyat y alrededores se vieron obligados a dejar atrás durante la evacuación. Cuatro décadas después, esos animales sobreviven entre los restos de una tragedia humana, adaptándose a un entorno hostil donde los niveles de radiación superan seis veces los límites permitidos para los trabajadores nucleares.
HIPÓTESIS Y CERTEZAS
El hallazgo de los perros azules desató una oleada de teorías. ¿Una mutación? ¿Un efecto químico? ¿La radiación otra vez haciendo de las suyas? Pero la explicación, según los especialistas, está lejos de lo sobrenatural. “No, no se están volviendo azules debido a la radiación”, aclaró Jennifer Betz, directora veterinaria del programa.
La hipótesis más sólida apunta a una causa química. Todo indica que los perros se revolcaron en una sustancia azul, posiblemente un líquido sanitario proveniente de un antiguo baño portátil abandonado cerca de la planta. Estos productos suelen contener tintes azules brillantes y, salvo que sean ingeridos, no representan un riesgo grave para la salud. “Los animales parecen saludables, igual que el resto de los perros que viven en la zona”, explicó Betz.
El misterio, entonces, tiene menos que ver con la radiación y más con el azar de la supervivencia. En un territorio donde cada objeto abandonado puede contener residuos tóxicos, la frontera entre lo peligroso y lo inofensivo es difusa.
LOS HEREDEROS DEL DESASTRE
Los perros de Chernóbil son, de algún modo, las sombras vivas de la catástrofe. En 1986, cuando se evacuaron más de 100 mil personas, las autoridades prohibieron llevar mascotas. Muchos animales fueron sacrificados; otros escaparon o se escondieron. Los descendientes de aquellos sobrevivientes se multiplicaron en libertad, formando una población semisalvaje que aprendió a convivir con la radiación, la soledad y el invierno eterno del norte de Ucrania.
Su historia ha fascinado a científicos y ambientalistas. En 2023, un estudio de la Universidad de Columbia analizó muestras de sangre de 116 perros capturados en distintos puntos de la zona de exclusión. Los resultados, publicados en la revista “Canine Medicine and Genetics”, identificaron más de 400 loci genéticos atípicos y 52 genes asociados con la exposición prolongada a la contaminación ambiental. En otras palabras: estos animales han evolucionado.
Aunque no se puede hablar de “superpoderes” ni de inmunidad total, los investigadores sostienen que los perros han desarrollado mecanismos biológicos que les permiten tolerar niveles de radiación y metales pesados que serían letales para otros mamíferos. Es una adaptación extrema, producto de generaciones enteras nacidas bajo un cielo contaminado.
AZUL, COMO UNA ADVERTENCIA
El color azul de los perros —sea por un químico o por casualidad— tiene una carga simbólica que va más allá del laboratorio. En Chernóbil, cada anomalía se convierte en signo, cada rareza es leída como mensaje. Los animales teñidos parecen recordar que, a pesar de la belleza de la naturaleza que volvió a florecer entre ruinas, la contaminación persiste y muta de formas invisibles.
En cierto modo, los perros azules son una metáfora perfecta de lo que quedó después del desastre: vida que resiste, pero marcada. Son el eco de una tragedia que nunca terminó de apagarse, una presencia que mezcla ternura y desasosiego.
Hoy, mientras los voluntarios intentan determinar con precisión qué sustancia provocó el cambio de color, la historia sigue creciendo en las redes, alimentada por la fascinación humana hacia Chernóbil, ese escenario donde lo natural y lo nuclear se funden en un mismo paisaje.
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