Quiero renunciar a mi trabajo lo antes posible

Edición Impresa

Por FACUNDO

Los Hornos

Escribo porque ya no sé dónde poner el cansancio. Mi trabajo no me destruye de golpe: me desarma de a poquito, como humedad en pared vieja. Llego antes que el sol y salgo cuando la ciudad empieza a pensar en otra cosa que no sea sobrevivir al día. Creí que la adultez era esto: aguantar, hacer café, meterle garra. Pero nadie te avisa que “poner el cuerpo” también es perderlo, que naturalizar el agobio es la forma más moderna de esconder el derrumbe.

Quiero renunciar, pero me da miedo la palabra. Renunciar suena a rendirse, pero lo que busco es lo opuesto: recuperar algo mío. No pido un manual de escapatoria heroica; pido permiso para dejar de fingir que el jadeo es normal.

Me gustaría trabajar con la espalda menos encorvada, dormir sin la alarma incrustada en el tímpano, sentir que el tiempo vuelve a tener huecos propios.

Tal vez alguien más se reconoce en esta miniatura de desastre cotidiano. Tal vez renunciar no es fallar, sino ordenar el daño para que no sea definitivo.

 

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