Emilio Pettoruti: el gran pintor platense de renombre mundial
Edición Impresa | 2 de Marzo de 2025 | 00:09

El eximio pintor platense Emilio Pettoruti, el de mayor trascendencia de nuestra ciudad, irrumpió en la escena pictórica argentina causando lo que en la época se consideró un “escándalo” a partir de una exposición de vanguardia llevada a cabo en el ámbito porteño en 1924.
La muestra se basó en vanguardistas obras cubistas. Por aquella época, el primer cuarto del siglo XX, la ciudad de Buenos Aires se caracterizaba por un importante desarrollo artístico. Y así, la carrera de Pettoruti prosperó tempranamente cuando “Argentina fue testigo de una década de actividad artística dinámica; fue una era de euforia, una época en la que se desarrolló la definición de modernidad”, según una crónica periodística posterior a esos tiempos.
Si bien Emilio estuvo influenciado por el cubismo, el futurismo, el constructivismo y la abstracción, no afirmó pintar en ninguno de esos estilos en particular.
Emilio Pettoruti, durante una entrevista
Exponiendo en toda Europa y Argentina, es recordado como uno de los artistas plásticos más influyentes de nuestro país por su estilo y visión únicos, y todavía actualmente sus obras son buscadas por las principales galerías pictóricas internacionales.
Pese a haber forjado su arte de manera autodidáctica, al residir en Europa aprendió y pulió sus propios estilos de la mano de grandes pintores de distintos países del Viejo Continente, quienes lo alentaron siempre porque desde un primer momento vieron en él cualidades exquisitas y únicas, volcadas a una multiplicidad de obras llevadas a cabo con diversas técnicas.
PRIMEROS PASOS
El primero de octubre de 1892, cuando La Plata se aprestaba a celebrar pocas semanas después la primera década de vida, Pettoruti nació en nuestra ciudad, siendo el mayor de doce hermanos de una próspera familia de clase media de inmigrantes italianos que hacía poco tiempo se había radicado aquí.
Antes de cumplir cuatro años, comenzó a dibujar con gran talento y sin que nadie lo guiara; poco después se inició también en la pintura, y con tan solo once años pintó en una pared de la casa de su abuelo y de manera asombrosamente impecable, un mural de un imaginario y enorme canasto con coloridas flores.
La obra “La del abanico verde”, 1919
A los catorce años se inscribió en la Academia de Bellas Artes de La Plata, solo para abandonar esos estudios poco después porque consideró que podía aprender más por su cuenta.
Luego estudió con Emilio Coutaret, arquitecto y profesor de la Escuela de Dibujo del Museo de Historia Natural, donde desarrolló un estilo innovador en los retratos caricaturescos.
VIAJE DE ESTUDIOS A EUROPA
Fue una de estas caricaturas, la que le proporcionó los medios para estudiar en el extranjero, porque en 1913, recibió una beca del Congreso de la Nación para perfeccionar su arte en Italia, donde estudió a pintores renacentistas en Florencia, incluidos Fra Angelico, Masaccio y Giotto.
Por eso, estuvo fuertemente influenciado por el arte florentino del siglo XIV: “la inevitable influencia del arte y la arquitectura grecorromanos, su interés en la proporción geométrica de los artistas anónimos del mosaico medieval y el equilibrio de las pinturas del Renacimiento temprano que copió, inevitablemente encontraron su camino en su propia obra”, se dijo de él.
También en Florencia estudió pintura e historia del arte, pero más que nada se vinculó estrechamente a pintores futuristas como Marinetti, Balla, Carrá y Severini con quienes incluso organizó exposiciones conjuntas.
Poco tiempo después, comenzó a entablar relaciones con grandes pintores franceses y alemanes de la época, países en los que pudo llevar a cabo algunas exposiciones conjuntas con otros artistas, logrando en cada una de ellas, un fuerte aplauso por parte de la crítica especializada.
En 1916 realizó su primera exposición individual en la Galería Gonelli de Florencia, y un año después se radicó en Roma, en donde también participó con marcado éxito en diversas exposiciones colectivas e individuales, con obras ya enmarcadas en el estilo futurista.
En 1821 en Munich su primera muestra allí causó sensación entre sus pares y el público, lo que le valió para recibir una invitación especial de la exclusiva galería Der Sturm para exponer en Berlín.
Un muy joven Emilio Pettoruti
DE VUELTA EN ARGENTINA
En 1923 volvió a París como un plástico consagrado y tras realizar dos exposiciones más en la capital francesa, al año siguiente regresó a la Argentina ya con una incuestionable fama internacional; y a los pocos días de su arribo a Buenos Aires fue invitado a exponer, con todo suceso, en el prestigioso Salón Witcomb, pero también recibiendo algunas críticas de artistas conservadores.
Sobre esta muestra, su amigo Xul Solar escribió que “el público de Buenos Aires puede admirarlo o desdeñarlo. Pero todos reconocerán su arte como una gran fuerza estimulante y un punto de partida para nuestra propia evolución artística futura”.
En esos días Pettoruti realizó otras exposiciones y se convirtió prontamente en el artista plástico más requerido para entrevistas periodísticas.
Sin duda, era el máximo pintor del país ya en esa época, y por esa razón, en 1927 fue nombrado Director del Museo Provincial de Bellas Artes de La Plata, el mismo que actualmente y desde hace mucho lleva, precisamente, su nombre.
Al mismo tiempo que iba desarrollando sin pausa su prolífica obra pictórica, dictó conferencias en numerosos ámbitos artísticos de Buenos Aires, La Plata y varias ciudades del país.
En 1930 se casó con la crítica de arte chilena María Rosa González.
En 1944 el Committee for Inter American Artistic and Intellectual Relations de Estados Unidos lo invitó a dictar cursos y charlas durante poco menos de un año, al tiempo que expuso en el San Francisco Museum of Art y en otras importantes galerías de arte en ese país.
Con orientaciones más vanguardistas que entraban en franca oposición con la tendencia plástica conservadora del gobierno provincial, renunció a la dirección del Museo y con una fama que no paraba de crecer, el platense en 1952 viajó a Italia para exponer en Milán y Florencia, y al año siguiente en Roma.
Una de sus más recordadas muestras la realizó en 1954 en París, en conjunto con nada menos que Joan Miró y otros destacados artistas plásticos europeos.
En 1956 obtuvo el premio Continental Guggenheim de las Américas, lo que a su vez le acreditó el derecho a concursar por el Premio Mundial que se otorgaba en París, el que, inesperadamente se le concedió a Ben Nicholson.
Radicado en Francia, Pettoruti siguió exponiendo en las más famosas galerías de Londres, París y Estados Unidos.
También escribió, en 1966 el libro autobiográfico “Un pintor ante el espejo”.
Para 1971 el hombre había tomado la decisión de regresar en forma definitiva a la Argentina y residir en nuestra ciudad, pero unas semanas antes de viajar sufrió una infección hepática y renal que le causó la muerte en la capital gala, el 16 de octubre de 1971 a los 79 años de edad.
La obra “La del abanico verde”, 1919
PONDERADO ESTILO
La obra de Emilio Pettoruti fue “un prototipo del concepto moderno de armonía, de orden y de precisión geométrica, casi científica en su severidad, pero oscilando entre lo lírico y lo puramente espiritual. Preocupado por la técnica, la luz, el color y el movimiento, logró incluir la armonía en sus obras a lo largo de sus cambiantes etapas. Cada etapa de su desarrollo, incluso cada avance técnico, corresponde a una nueva etapa de su alma”, sostuvo Xul Solar.
El hombre extendió su talento artístico al vestuario teatral, diseños de escenografía y vidrieras. Se interesó en los mosaicos, explorando el potencial que estos podían tener en la expansión de sus ideas. Al no limitarse a un solo medio, incorporó varios materiales encontrados en vertederos de basura en su mosaico para agregar textura y captar la luz de diversas maneras.
En sus primeros años como artista, experimentó con “deconstruir” objetos ordinarios y cotidianos, reconstruyéndolos según sus propias reglas y luego proyectándolos en su propio universo artístico”. Este enfoque del arte se aplicó a todos sus medios, incluidos los mosaicos y la pintura.
La elección de los músicos como motivo recurrente en sus obras comenzó en Europa, pero continuó representándolos durante su regreso a nuestro país en 1924. Los músicos aparecen solos o en grupos, y sus ojos siempre están ocultos, y estaban “directamente asociados con el tango”.
Un ejemplo de este motivo en su pintura es Quinteto (1927), que representa a cinco músicos callejeros en el estilo cubista abstracto. En ese año también pasó a representar a los arlequines, que de manera similar siempre tenían los ojos cubiertos mientras miraban a través de máscaras.
Para Pettoruti, los arlequines eran un “recurso útil para representar la figura humana, pero como una forma anónima, remota y generalizada, no como un individuo”.
En sus primeras obras incluyó varios motivos similares, como botellas, vasos y, a menudo, instrumentos musicales. Luego pasó a su serie Copa, que era “casi abstracta”. Posteriormente puso el acento pictórico en la luz, incorporándola como un “elemento concreto del cuadro”, no simplemente incluyéndola para iluminar la escena.
En sus últimos años de vida, evolucionó hacia la abstracción absoluta. Después de regresar a Europa en 1952, su interés “en los efectos de los patrones y el diseño” se hizo evidente en su “dedicación a la geometría, con sus patrones construidos a partir de formas de bordes duros”.
Muchas de sus pinturas consistían en composiciones completamente geométricas, ya que “adoptaba una forma de pintura no objetiva que se concentraba en el poder comunicativo del color y la organización controlada de las formas”.
Bautizó estas obras abstractas con nombres muy romantizados, como “Invierno en París” (1955) y “Noche de verano” (1953).
Pettoruti trascendió las fronteras de la Ciudad y brilló a nivel internacional
Las noticias locales nunca fueron tan importantes
SUSCRIBITE