Cuando decir que no es de vida o muerte
Edición Impresa | 23 de Marzo de 2025 | 07:16

Por ALEJANDRO ALFONZO
El día que mi papá se enteró que tenía cáncer, negó tres veces: “No, no voy a hacer quimioterapia; no, no voy a dejar de trabajar; no, no me voy a morir”. Dos de los tres nones los cumplió casi hasta el final. Además de tristes, con mi mamá lo miramos incrédulos. Pero, en ningún momento, pensamos en convencerlo de atravesar un doloroso camino medicinal y que sea nuestro hasta el final de los días.
Leila Guerriero, quizás la cronista argentina más trascendente del momento, escribió decenas de perfiles y reflexiones descarnadas que reunió y publicó en 2009 bajó el nombre “Frutos Extraños”, un libro que volvió a publicarse en 2020 en una versión extendida. Al final de las páginas, casi desapercibido, aparece “El No es un peligro vivo”, un relato que leí una decena de veces y que, en cada una de ellas, me hizo recordar el “no” de mi papá.
Leila Guerriero, quizás la cronista argentina más trascendente del momento
En ese texto, la nacida en Junín exhibió cosas como esta: “Decir que no, allí donde todos dicen sí, conlleva un riesgo. Usada sin especulaciones, la palabra ‘no’ es irreversible y definitiva. Una declaración de principios. Una toma de posición que puede parecer la cúspide del egoísmo. Quizás por eso asusta”. O como esta: “Lo entendí para siempre: si estaba dispuesta a perderlo todo, si en verdad no me importaba, podía hacer lo que quisiera”.
A mi papá lo asustó -y mucho- decir que no, sobre todo cuando la enfermedad comenzó a avanzar con brutalidad. En ese momento -que duró meses- descubrió que todo parece estar bien hasta que, sin darte cuenta, deja de estarlo. Entonces, lo definitivo se tentó con ser una mentira transitoria. Aquel hallazgo hizo tambalear el “no” de mi papá y devino en una absurda y tardía búsqueda para salvarse.
“Me gusta decir que no porque eso implica una puerta que se cierra, una certeza, un camino”
Visitó a un brujo (sí, el reconocido Manuel), consumió yerbas medicinales, quiso hacer quimioterapia (era demasiado tarde) y hasta le rezó a un Dios al que le había dado la espalda durante toda su vida.
En la breve confesión de ideales, Guerriero dijo también: “Me gusta decir que no porque eso implica una puerta que se cierra, una certeza, un camino que sé que no voy a tomar. Me gusta elegir, dejar atrás, no llevar lastre. Estar ahí, parada y sola, y decidir que no. Se parece a saltar sin red. Se parece a tener coraje”.
Tras la catarata de intentos, volvió el “no” y con él, el coraje: ocurrió una mañana en la que mi papá se despertó hinchado pero sin dolores. Fue una sorpresa -porque hace días no comía- cuando me dijo: “¿Te hacés una asado?”
Leila, concluyó su declaración de principios explicando su modo de afirmar: “(…) Yo nunca digo que sí. La única forma del sí que yo conozco -la que prefiero- es: ¿y por qué no?”.
Mi viejo se murió un 29 de mayo a la madrugada, convencido de que aquella era la forma. Cada vez que recuerdo aquella mañana fría y llena de trámites, sólo pienso en la tranquilidad con la que fue al hospital, con la que se despidió, con la que dejó de ser. Ocho años después, sigo sin entenderlo. Pero, ¿hay que entender?
Editorial: Aguilar
Páginas: 400
Precio: $40.999
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