Agustinos, una orden con mucha historia y misión
Edición Impresa | 9 de Mayo de 2025 | 01:26

La elección de León XIV como nuevo Papa volvió a poner en primer plano la espiritualidad agustiniana. Esto se debe a que Robert Francis Prevost ingresó joven a la Orden de San Agustín y fue misionero durante más de una década en Perú, antes de convertirse en obispo de Chiclayo, luego cardenal, y finalmente sucesor de Pedro.
Para comprender el entramado en el país, la presencia de los agustinos en lo que hoy es suelo argentino se remonta al siglo XVII, cuando frailes provenientes de la jurisdicción de Chile comenzaron a evangelizar en la región de Cuyo, con lo que fundaron las primeras casas religiosas en San Juan (1642) y Mendoza (1657). Durante el periodo colonial, la orden alcanzó gran relevancia, con figuras como Fray Melchor de Maldonado y Saavedra y Fray Nicolás Hurtado de Ulloa, ambos obispos de Córdoba del Tucumán. Sin embargo, la Ley de Reforma de los Regulares de 1823 provocó una fuerte secularización que casi extinguió su presencia.
Fue recién en 1900 cuando cuatro religiosos agustinos regresaron al país para restablecer la Orden primero en Buenos Aires y expandirla, luego, hacia Entre Ríos, Santa Fe, Mendoza, Rosario y otras ciudades. Desde entonces, la labor agustiniana no solo se centró en lo educativo y parroquial, sino también en la misión profunda, con especial énfasis en regiones rurales del noroeste del país, como lo demostró la creación en 1969 de la Prelatura de Cafayate (Salta), un territorio marcado por la diversidad cultural y las necesidades sociales.
Más allá de su obra concreta, los agustinos sostuvieron una espiritualidad singular, centrada en la interioridad, el trabajo comunitario y una vida compartida sin propiedad personal.
“San Agustín no entendía la pobreza como no tener, sino como no tener nada propio. Todo se comparte, y la búsqueda de Dios se hace juntos”, señaló el obispo agustino y auxiliar de La Plata, Alberto Bochatey. Asimismo, la forma de vida se tradujo en una gran cercanía con los pueblos originarios, la promoción de los derechos humanos y una apuesta por la educación como herramienta de transformación social. No se trata de una orden marcada por el dogmatismo o la rigidez, sino de una comunidad que, fiel a su fundador, busca a Dios “dentro de sí misma” y lo encuentra en la experiencia fraterna.
En 2002, con la unificación de las ramas regionales, nació el actual Vicariato San Alonso de Orozco de Argentina y Uruguay, que hoy anima a parroquias, colegios y misiones.
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