Menos natalidad y más envejecimiento

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Alejandro Castañeda

afcastab@gmail.com

La Universidad Austral advirtió que Argentina está atravesando una crisis demográfica sin precedentes, caracterizada por una baja tasa de natalidad, un envejecimiento acelerado de la población y un retroceso en la estructura familiar tradicional. Hay más solos y menos hogares. Más silencio y menos ruido a vida nueva. En su informe “Familia Argentina 2025”, el centro académico advierte que el país está entrando en una etapa de estancamiento poblacional que, de no revertirse, tendrá consecuencias profundas en el sistema económico, social y previsional. Según el estudio, realizado por el Observatorio del Desarrollo Humano y la Vulnerabilidad, “desde 2014, la tasa de natalidad cayó un 40%, una de las disminuciones más bruscas en América Latina”. Advierte el informe que el porcentaje de personas mayores de 85 años se duplicó en las últimas dos décadas. Y que esta transformación demográfica se manifiesta también en la estructura de los hogares: en 1991, sólo el 13% eran hogares unipersonales, mientras que en 2022 ya representaban el 25%. Y sigue creciendo.

Muchos viejos y pocos críos sería una conclusión simplificadora. Los solitarios abundan sobre todo en la franja femenina, porque ellas siempre saben durar más. La cigüeña cada vez está más remolona, porque aumenta el número de mujeres que eligen no ser madres, una preferencia que hasta hace poco era mal vista. Eric Klinenberg, sociólogo norteamericano, dice que “deberíamos distinguir entre estar solo y vivir solo”. Tenía razón el gran periodista italiano Indro Montanelli cuando dijo que “toda mi vida se contiene entre el aburrimiento de vivir con alguien y el miedo de vivir solo”.

Estamos viviendo el mito bárbaro tecnificado y presuroso de una juventud perpetua, encarnada en una dotación reciente de viejos que negocian placeres tardíos para seguir estando. Los caminos de la soledad conducen a varios destinos. Algunos la llevan bien, pero otros no soportan tener que andar por esas enormes ciudades sin alguien que los requiera. Lo indudable es que tras la bruma de la soledad puede agazaparse un desamparo sin retorno. En un contexto donde la natalidad retrocede y el envejecimiento avanza aceleradamente, los desafíos para la sostenibilidad de las soledades agotan ideas y presupuestos. Los especialistas coinciden que los desesperados son muchos y que los solitarios aislados pasan cada vez más tiempo sin nadie o en comunidades digitales. Están y no están. Como decía Paul Auster, son “como fantasmas tangibles, condenados a sobrevivir en un mundo al que ya no pertenecen”.

En la Argentina, según datos de hace dos años, hay seis millones de personas mayores de 60 años, y un 20 por ciento de ellas (1.200.000) viven solas. De ese grupo, sólo el 21,8% (unas 260.000) manifestaron sentirse solas, según consignó el Barómetro de la Deuda Social con las Personas Mayores. Explican que las urbanizaciones y el envejecimiento poblacional crearon contextos ingratos y generaron más hogares unipersonales de gente mayor. Lo indudable es que la soledad puede afectar o puede aliviar a cualquiera, sin importar su edad. Y que algunas parejas desavenidas sólo siguen juntas porque el corazón pide separarse pero el bolsillo no lo permite.

Kodokushi se llama en Japón ese fenómeno de muertes solitarias, cuando los cuerpos permanecen un largo período sin ser descubiertos. Para contrarrestarlo, un grupo de voluntarios visita mensualmente a los mayores para constatar que aún hablan, escuchan y respiran. En Japón también se contratan compañeros de llantos para no andar lagrimeando sin nadie al lado cuando la pena vieja no afloja. Un consuelo tercerizado, que cuesta y ayuda. Allí luchan contra ese universo de gente aislada que al final de sus días puede alcanzar una soledad perfecta: no solamente viven solos, también se marchan de este mundo sin que nadie se dé cuenta que estuvieron. Por eso, las oficinas de Inglaterra y Japón enseñan a enfrentar con serenidad un aislamiento que se hace más elocuente cuando se llega a la casa y no se encuentra esa voz deseada que, hasta cuando rezongaba, abrigaba y contenía.

Paul Valery tuvo razón: “Estar solo es la peor compañía”.

“Toda mi vida se contiene entre el aburrimiento de vivir con alguien y el miedo de vivir solo”

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