El disparate de las 18 listas en La Plata

La incapacidad de los platenses para conversar, acordar y proponer alternativas para potenciar a la Ciudad

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La crítica a la dirigencia política en general tiene fundamentos y más allá de los hechos de corrupción es necesario puntualizar la falta de voluntad y capacidad para hacer los acuerdos que el país necesita, porque para superar la crisis que lo envuelve no alcanza con un sólo partido. Pero en realidad debe reconocerse que esos vicios y defectos no son una exclusividad de los políticos, al contrario, en ello se expresa la ausencia de las actitudes que la democracia exige. En definitiva, los mismos defectos que se le adjudican a los partidos tradicionales parecen ser una característica generalizada y un ejemplo concreto de lo que ocurre en La Plata ante la elección de autoridades municipales y diputados provinciales. Se han presentado nada menos que 18 agrupaciones y eso significa que fueron imposibles los acuerdos para establecer coincidencias mínimas que sirvan para conjugar voluntades, a fin de generar un partido local integrado por personas que, por arriba de algunas discrepancias, coincidan en una visión general con la idea de formular un plan para superar los problemas que afectan a los platenses.

Aun cuando no se elija intendente, estos comicios tienen importancia porque de ellos era factible esperar que surgieran nuevas dirigencias que, con sentido común, reconozcan la necesidad de contar con más de un pequeño grupo para administrar la Municipalidad de una urbe con las complejidades de la ciudad de La Plata. Una nueva agrupación que lograra que un hombre de su seno fuera a desempeñarse como integrante del Concejo Deliberante debería hacerlo con los análisis y propuestas para los que se requieren aportes técnicos, que fundamenten cualquier iniciativa que podrían presentar. Es difícil de creer que haya 18 equipos en la Ciudad con la capacidad de hacerse cargo del gobierno de la misma. Sólo la incapacidad para el diálogo puede ser la causa de que 10 a 12 de las nuevas agrupaciones no hayan podido acordar propuestas y coincidir en la integración de equipos con especialistas, como requiere la administración de la Ciudad.

Es cierto que el peronismo y los libertarios, las dos fuerzas que hoy aparentemente lograrán los mayores apoyos electorales, han estado envueltos en rencillas internas en las que los enfrentamientos no tuvieran como base discrepancias sobre propuestas concretas para la Ciudad. El radicalismo platense, que proyectaba ser una expresión fundamentalmente localista, formalizó una alianza con partidos, sellos y hombres provenientes de otras fuerzas, terminó envuelto en lo que aparentemente fue el lanzamiento de un proyecto nacional de una coalición de partidos que en el pasado discreparon entre sí y de disidentes de otras fuerzas basadas en concepciones totalmente diferentes a las tradiciones propias del radicalismo. Cabe aclarar que entre los líderes peronistas, libertarios, radicales y en las nuevas agrupaciones hay hombres con vocación de servicio que se plantean con seriedad soluciones, como planificar el desarrollo futuro de la Ciudad, recuperar el trazado original y los espacios públicos, tratando además de lograr establecer las condiciones para la instalación de empresas en la Ciudad que generen los puestos de trabajo que con tanta urgencia se necesitan.

La atomización que de hecho produjeron las nuevas agrupaciones, condena a cada una de esas expresiones a constituir solamente un grupo que, en general, en el breve tiempo que transcurrió desde la convocatoria de las elecciones, difícilmente hayan podido lograr el concurso de los especialistas requeridos para formular un plan de transformación de la Ciudad. Si no se producen cambios, el desdoblamiento de las elecciones locales de las nacionales no tendría el efecto que era deseable.

Sin embargo están a tiempo de reunirse haciendo acuerdos, compartiendo equipos, porque en la Ciudad no hay 18 que puedan administrarla. Todavía tienen tiempo para intentar promover la creación de sólo dos o tres agrupaciones deponiendo ambiciones personales y sobreestimaciones de la capacidad de unos pocos para hacerse cargo de la pesada tarea de generar el consenso sobre cómo debe ser la Ciudad del futuro, sobre la base de un plan concreto.

 

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