“Amores materialistas”: querer en la era del algoritmo
Edición Impresa | 28 de Julio de 2025 | 02:44

Por PEDRO GARAY
El problema con muchas comedias románticas es cuán a menudo se nos pide que convenientemente ignoremos nuestro conocimiento de las realidades de la vida. Particularmente las económicas: ¿cómo vive esta persona en un apartamento espacioso y lleno de luz cuando tiene un salario de principiante? (¡En Londres o Manhattan!) ¿Cómo pueden comprar ropa de diseñador chic o permitirse esos largos viajes en taxi?
Tan sólo por este aspecto, “Amores materialistas” de Celine Song es algo completamente diferente. Los personajes de Song nos dicen directamente cuál es su salario o cuánto cuesta su apartamento. La realidad económica, de hecho, impulsa la narrativa: una joven que trabaja como casamentera, haciendo ”match” entre clientes de alto poder adquisitivo, se encuentra atrapada ella misma entre su ex, un actor emergente que nunca emerge y vive sumido en la pobreza, y su nuevo pretendiente, un “unicornio”, millonario, bien parecido, amable. Ella, Lucy (Dakota Johnson), no se siente a la altura de su pretendiente (Pedro Pascal), y se lo dice, una y otra vez: él es un 10 en todos los aspectos, ella ya pasó sus 20 y tiene deudas. Pero tampoco parece lista para recaer en los brazos de su ex (Chris Evans) y aceptar una vida a la que le escapa.
Song, quien basó “Past Lives” en una experiencia que tuvo cuando fue contactada por un antiguo amor, está nuevamente escribiendo sobre lo que conoce: durante seis meses en Nueva York, mientras era una dramaturga en apuros, trabajó para una empresa de emparejamiento. Ahora, ¿el amor es solo una serie de números? ¿Somos reducibles a algoritmos, nos puede emparejar una casamentara con una planilla de Excel y conocimiento de nuestros bienes? Esa duda es el corazón de la película de Celine Song, la directora de “Past Lives”, película que fue una especie de diva del indie hace un par de años, con nominación al Oscar incluida: en “Amores materialistas”, Song quiere, por una vez poner en el centro de la escena los desafíos materiales, y de clase social, que conlleva estar en una relación.
MATERIALISMO Y DECONSTRUCCIÓN
A esta altura hay que decirlo: la deconstrucción del género que propone Song no es tal: hay decenas de comedias románticas donde los amantes se encuentran cruzados por cuestiones materiales. “Notting Hill”, “Bridget Jones”, “Mujer bonita”, todas presentan parejas de diferentes estratos sociales, con todo lo que ello conlleva, tratando de hacer que la cosa funciones. “Tienes un e-mail”, incluso, unen a dos que están destinados a odiarse, no solo porque uno es millonario y la otra no, sino porque el millonario está intentando dejar sin trabajo.
Song, en “Amores materialistas”, solo hace explícito y central lo que se contaba bajo la superficie en otras comedias románticas. En ese sentido, parece hija de nuestro tiempo de planillas de Excel y algoritmos, donde todo parece cuantificable y calculable, y eso, a través de mil apps de citas, ha dejado al amor desencantado, desmitificado. “Amores materialistas” es una comedia romántica materialista, como su título indica, aunque no necesariamente en el sentido consumista, sino, más bien, en el sentido marxista: la realidad material se impone, determina necesariamente la vida (y los amores) de los protagonistas. La protagonista y alter ego de la directora, la casamentera, es sumamente racional y fría, reduce el mundo a los números: su punto de vista, y el de sus clientes, convierte sus relaciones en una mera transacción material, y quizás siempre lo fueron, pero quizás sin el mito del romance no tenga demasiado sentido el esfuerzo del amor. Ese desencanto, sugiere Song, tal vez esté en el centro de la epidemia de soledad que atraviesa el mundo en tiempos donde, paradójicamente, conectar con otros, a través de aplicaciones que nos reducen a una serie de características, nunca fue más fácil: la conveniencia de contratar un servicio que te acerque una pareja que encaje con tus requisitos, la facilidad para “deslizar hacia la derecha” en una app, nada tienen que ver, sin embargo, con las luchas del amor, que son las que encienden, en definitiva, la pasión. Lo fácil no apasiona.
Entonces, ¿Song quiere volver a dotar de brío al romance, recuperar el mito del amor frente al avance del capitalismo tecnológico sobre las relaciones modernas? La gran virtud, y la ambigüedad, de su propuesta es que ni ella, la directora, sabe si su respuesta a estas preguntas, al final de la película, es definitiva, si su final feliz es una concesión al género o un desenlace verdaderamente esperanzador.
Pero nada, tampoco, es tan serio: en su primera incursión en el cine industrial, Song entrega una comedia romántica clásica, burbujeante incluso a pesar de cierta melancolía “indie”. Hasta previsible, con moño al final (que no adelantaremos): la realizadora vuelve a escribir sobre un triángulo de una mujer y dos hombres, cada uno merecedor de nuestra empatía y comprensión (aquí no hay un personaje villanesco), pero el amor de película, al final, triunfa sobre toda diferencia social.
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