Sin barreras para una violencia que debe ser erradicada
Edición Impresa | 10 de Agosto de 2025 | 02:45

La página policial de ayer de este diario reflejó una serie de episodios registrados en las últimas jornadas, representativos de la espiral de violencia que atraviesa nuestra zona, pero que también ocurre en muchos otros lugares del país. Allí se detalló que un solo error o una respuesta equivocada pueden desembocar en una tragedia y que los incontables hechos de tensión –algunos de ellos, claro está, de naturaleza delictiva- pueden originar los peores desenlaces.
Lo cierto es que hace ya muchos años -seguramente, demasiados- que las columnas de este diario vienen marcando el crecimiento de una cultura violenta en distintos sectores de la población de nuestro país, que se refleja en el “vale todo”, en la falta de respeto a los demás, en la escasa o nula educación que exhiben muchos comportamientos, en estilos de vida regidos por una hostilidad difusa y sistemática, en las riñas callejeras y reacciones desmedidas ante cualquier mínimo incidente.
El mal trato a las personas mayores, la agresividad que suele desplegarse en los boliches, el auge de la violencia de género, las riñas que se derivan de incidentes viales por menores que sean, las agresiones callejeras de patotas a mujeres o a parejas –tal como se registró en uno de los hechos incluidos en la reseña de la edición de la víspera-, la inexplicable violencia ejercida por ladrones ante jubilados o adultos mayores, el ensañamiento de los vándalos con las escuelas o clubes que roban: el inventario es nutrido, pródigo en alternativas.
Tal como se dijo en la edición de ayer, las crónicas diarias de la prensa reflejan esta situación, que se presenta en todo el país. Abarca en mayor o menor medida a todos los estratos sociales y se vuelve especialmente riesgosa en los casos policiales –asaltos a mano armada, intrusiones a las viviendas, robos callejeros, riñas, homicidios- en donde se suele hacer uso de una saña nunca antes empleadas, inclusive contra víctimas indefensas, incapaces de oponer una mínima defensa. Como alternativa extrema, como la peor de las resultantes, vinieron apareciendo casos de “justicia por mano propia”.
Incidentes de esta naturaleza se reiteran con frecuencia en estos días y quedan registrados por la tarea de alguien que los graba con un teléfono celular, para después llevar el video a las redes sociales y así ganar seguidores. La víctima no importa nada, ni a nadie. Las víctimas forman parte de un segundo plano en esta cultura de la violencia que está ganando.
Hace ya décadas que los jueces penales, los sociólogos y otros especialistas en el tema, advertían sobre un ostensible avance de la violencia en la población, que se reflejaba en un crecimiento imparable, año tras año, de las estadísticas penales.
La irrupción de la droga y del narcotráfico agravó un panorama que, además, se nutrió con la demagogia de no pocos funcionarios y dirigentes, que relativizaron el cumplimiento de las leyes, votaron normas procesales permisivas y asentaron criterios que fueron despojando a la sociedad de convicciones firmes acerca de las obligaciones que toda persona debe cumplir para vivir en sociedad.
Tal como también se dijo en este diario con mucha frecuencia, la realidad viene marcando que el consumo de alcohol y las drogas tiene una implicancia directa en la situación de descontrol que se vive en las calles, pero también la creciente falta de educación y, sobre todo, de prevención de las fuerzas de seguridad. El primer paso a dar, entonces, es controlar las calles y, llegado el caso, detener a quienes suponen que en la vida de convivencia no hay barreras que deban ser respetadas.
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