Alergia en tiempos de ciudad: cómo la vida urbana altera las defensas

La contaminación, el encierro, la industria y el ritmo de las ciudades influyen cada vez más en la aparición de alergias

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En las grandes ciudades como Buenos Aires, Rosario o Córdoba, respirar hondo puede ser una acción riesgosa. Mientras las calles se llenan de autos, polvo y materiales industriales, las estadísticas de alergias siguen en aumento. Pero no se trata de una simple coincidencia: vivir en entornos urbanos —cerrados, contaminados y sobreestimulados— afecta directamente el comportamiento de nuestro sistema inmunológico.

La vida urbana altera el equilibrio con el que el cuerpo aprendió a convivir con su entorno.

Cada vez estamos más alejados de la naturaleza y más expuestos a alergenos artificiales o irritantes ambientales, lo que dispara respuestas inmunológicas anómalas, aseguran los profesionales

El aumento de cuadros como rinitis, asma o dermatitis atópica tiene múltiples causas, pero entre ellas sobresale una: la exposición constante a contaminantes como el dióxido de nitrógeno (NO2), el ozono troposférico y las partículas en suspensión que flotan en el aire urbano.

Estos compuestos no solo irritan las vías respiratorias, sino que además sensibilizan el organismo, facilitando la aparición de alergias incluso en personas sin antecedentes.

LOS ESPACIOS CERRADOS

A diferencia de lo que se creía décadas atrás, el mayor peligro no siempre está en la “calle”. En ciudades grandes, se estima que pasamos entre el 85% y el 90% del día en espacios cerrados: oficinas, transportes, departamentos. Y ahí, lejos de estar seguros, respiramos aire cargado de ácaros, moho, pelos de mascotas y compuestos químicos de muebles, pinturas o productos de limpieza.

El encierro permanente, sumado a sistemas de ventilación artificial mal mantenidos, crea un microambiente cargado de alergenos invisibles. Eso, en personas con predisposición genética, puede ser el detonante de una alergia persistente, afirman especialistas.

RITMO, ESTRÉS E INMUNIDAD

A todo esto se suma otro factor menos visible: el estrés. La vida urbana, con sus ritmos acelerados, sus jornadas laborales extensas y su desconexión con el entorno natural, debilita el sistema inmunológico. Varios estudios señalan que el estrés crónico puede agravar cuadros alérgicos y favorecer la aparición de nuevas sensibilidades.

Además, muchas ciudades tienen cada vez menos contacto con entornos rurales o naturales. Y eso no es menor. El llamado “hipótesis de la higiene” —formulada en los años 90— sostiene que la falta de exposición a microorganismos diversos durante la infancia puede impedir el desarrollo normal del sistema inmunológico. En crianzas demasiado limpias, esterilizadas y urbanas, el cuerpo “se aburre” y empieza a reaccionar frente a cosas inofensivas.

Ventilar los espacios diariamente, incluso en invierno, usar purificadores de aire con filtros HEPA si hay antecedentes alérgicos, limpiar con paños húmedos para no levantar polvo, evitar aerosoles y productos con fragancias artificiales intensas, son algunas de las medidas que se pueden llevar a cabo para combatir el smog de la urbe.

 

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