Después del sexo con un amigo
Edición Impresa | 17 de Agosto de 2025 | 04:51

Todavía me acuerdo de cómo caminamos por 7 y doblamos en 55, buscando un lugar abierto para tomar un café a esa hora absurda. Habíamos compartido tantas cosas antes —cervezas en el Paseo del Bosque, confidencias en la rambla de 51— que la idea de cruzar un límite parecía, a la vez, inevitable y absurda. Pasó. Nos reímos después, como si fuera una travesura de adolescentes tardíos.
Pero al otro día, la ciudad parecía distinta. No porque cambiara el paisaje —los jacarandás seguían siendo violetas, las veredas seguían quebradas— sino porque había algo nuevo entre nosotros. ¿Qué hacer después? ¿Hablarlo, dejarlo pasar, volver a la normalidad? Me di cuenta de que la respuesta no está en ningún manual. La amistad es un hilo frágil que a veces se tensa, a veces se rompe, y a veces se convierte en algo distinto.
Hoy, cuando lo cruzo en Plaza Moreno, todavía siento un nudo breve en el estómago. Aprendí que no hay que temerle al cambio: los vínculos son como La Plata después de una tormenta, llenos de charcos, pero igual transitables.
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