“El diablo en la botella”: deseo y redención, atrapados en un envase

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Robert Louis Stevenson construye un relato breve e inquietante. Keawe, un joven de Hawái con ansias de aventura, llega a San Francisco y se topa con una casa espléndida habitada por un hombre triste. Aquella mansión no es fruto del milagro, sino de una botella que guarda un demonio dispuesto a conceder cualquier deseo, salvo alargar la vida. Sin embargo, el diablo bajo el cristal solo sirve a quien posee la botella, y el verdadero peligro está en el precio: quien muera con ella sin haberla traspasado —vendida por menos de lo que pagó— condenará su alma al fuego eterno.

Sediento de realización, Keawe adquiere la botella y desea una mansión en Kona: su anhelo se cumple a través de inesperadas muertes en la familia. Todo parece perfecto hasta que la lepra lo acecha y comprende que solo el frasco puede salvarlo. Pero al volver a adquirirlo por apenas un centavo, asume que no podrá venderlo jamás.

Junto a su esposa, planea eludir la maldición: viajan a una colonia leprosa donde la moneda es diferente. Allí, Kokua sacrifica su paz al comprar la botella por más centavos, solo para que Keawe pueda recomprarla de vuelta. En un giro poético del destino, un marinero borracho termina con la botella, despreocupado por el infierno, liberando finalmente a la pareja.

Stevenson retoma el pacto faustiano, pero lo reinventa en clave de fábula moral ambientada en el Pacífico: un objeto que otorga deseos, sí, mas su precio es el pecho de quien lo carga hasta el final.

 

 

Robert Louis Stevenson

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