Murió Raúl Barboza, embajador mundial del chamamé

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Raúl Barboza, embajador mundial del chamamé, murió ayer en París, donde vivía desde 1987: el acordeonista emblemático tenía 87 años y una vida en el folclore que lo llevó por todo el mundo.

Músico extraordinario, poeta del acordeón, el Maestro combinó clasicismo y modernidad durante sus más de 70 años de trayectoria. Siempre abierto a las resonancias de cada época, fue a la vez un cultor de sus raíces litoraleñas y del chamamé: Barboza era porteño, pero, repetía, “hijo de papá y mamá de Curuzú Cuatiá”.

“Fue mi papá, músico, el que me introdujo muy tempranamente en la música en una niñez rodeado de paraguayos y correntinos. Yo era chico y me pasaba cantando y tarareando la música que se escuchaba en mi casa y un día se apareció mi papá con un acordeón apolillada de dos hileras que le había comprado a un vasco que andaban por la calle con las vacas vendiendo leche. Era negra y con un papagayo que era su marca y que todavía recuerdo con gran cariño. Y aprendí solo. Mirando, escuchando, intentando. Empecé a tocar profesionalmente a los 12 años y grabé entonces un chamamé de mi papá”, le contó Barboza a EL DIA.

A los 13 años accedió a un acordeón cromático, con todos los tonos. Con esa arma poderosa comenzó a crecer como ejecutante y hacerse de renombre entre los intérpretes legendarios de la música del litoral que lo convocaban y con los que recorrió todos los bailes de Buenos Aires y el Conurbano. “Nunca fui rechazado, todo lo contrario, pero me decían: vos no tocás como nosotros. Mi lenguaje no era el de los paisanos y mi música no era bien comprendida. Y lo entendí porque era yo el que hablaba un lenguaje diferente. Yo era hijo del asfalto”, relataba.

“Pero no quise dejar mis raíces, porque también estaban en mí. Y esas raíces empezaron a brotar y la gente empezó a bailar. Yo no quise cambiar pero mi música cambió y la empezaron a entender los paisanos, y también en Francia”, explicaba.

Barboza recorrió todos los escenarios de la región antes de viajar a París, donde se consagró en el recordado Trottoirs de Buenos Aires, un reducto tanguero de la bohemia parisina que había sido apadrinado por Cortázar. Grabó más de 30 álbumes y participó en 9 películas. Difundió e hizo populares varias canciones del cancionero popular de la música litoraleña como su versión de “Merceditas”. El Maestro vivía en Francia pero volvía habitualmente al país para tocar en nuestros escenarios: fue reconocido por los franceses como Caballero de las Artes y de las Letras y en Argentina fue nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional del Nordeste en 2024. También recibió el Grand Prix du disque Accademie Charles de Francia.

Raúl Barboza

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