“Siddharta”: una travesía literaria hacia el alma
Edición Impresa | 3 de Agosto de 2025 | 03:45

En el corazón de “Siddhartha”, Hermann Hesse traza el derrotero de un joven brahmán que lo deja todo —familia, religión, certezas— para buscar lo esencial.
No se trata, sin embargo, de una historia de grandes hazañas exteriores, sino de una novela de aprendizaje espiritual, donde cada paso es una renuncia y cada encuentro, una lección en clave de sabiduría oriental.
Publicado en 1922, luego del trauma de la Primera Guerra Mundial y tras un viaje a la India que marcaría profundamente al autor, “Siddhartha” fue concebida como un “poema hindú”.
En sus páginas resuena un anhelo: el de encontrar, en medio del caos, una forma de armonía.
Recién hacia mediados del siglo XX, cuando el nombre de Hesse ya era sinónimo de literatura trascendental tras recibir el Premio Nobel en 1946, la novela ganó peso. Fueron sobre todo los jóvenes quienes hicieron de este texto una guía espiritual.
Entre la desilusión con el sistema y el deseo de plenitud, “Siddhartha” ofrecía una vía: la del autoconocimiento, la escucha, la calma.
La obra
La estructura de la novela sigue un itinerario vital, casi iniciático. Siddhartha, hijo de un brahmán, lo abandona todo para experimentar por sí mismo. Recorre los caminos del ascetismo con los Samanas, conoce a Buda (el Gotama histórico), pero decide no seguirlo: la verdad, intuye, no puede transmitirse, solo vivirse. Es una lección capital en el libro. La sabiduría no se hereda ni se enseña; se encarna.
Hesse elige una prosa simple, pero intensamente poética.
Cada frase tiene el ritmo del pensamiento lento, como si al escribir imitara el murmullo del río que, más adelante, será guía y símbolo.
A través de un narrador en tercera persona que se adentra en la interioridad del protagonista, la novela oscila entre lo narrativo y lo meditativo. Es una obra que fluye como el agua, pero que también se detiene, contempla, respira.
La lírica se entrelaza con momentos de crudeza: el paso de Siddhartha por la ciudad, su entrega a los placeres con Kamala, su adicción al dinero y al juego, revelan que el camino hacia el nirvana no está libre de barro.
Pero ahí está el gesto de Hesse: mostrar que también en el error, en lo bajo, puede anidar la sabiduría. “Aprender a esperar, aprender a escuchar, aprender a ser”, parece decirnos el río, que se convierte en maestro silencioso del protagonista.
La novela no juzga. Ni siquiera a Kamala, mujer de placer que, en manos de otro escritor, podría haber sido una caricatura.
Aquí, Hesse la trata con una dignidad y ternura inusuales. Ella también es maestra: del amor, del cuerpo, del deseo. Y luego, madre de un hijo que será el último obstáculo de Siddhartha antes de alcanzar la serenidad total.
Hay en “Siddhartha” una evolución notable: el joven rebelde se vuelve amante, luego padre, luego sabio. Pierde a su hijo, pierde a su amigo Vasudeva, y sin embargo gana algo mayor: la comprensión de que todo está unido.
El río no solo enseña que todo fluye, sino que no hay separación real entre dolor y gozo, entre vida y muerte.
Hacia el final, cuando se reencuentra con Govinda —su viejo amigo, el único que aún lo llama por su nombre original—, Siddhartha ya no necesita explicarse. No puede. Porque lo que ha aprendido no cabe en palabras. Solo puede sentirse. Y en ese acto final de silencio, la novela cierra su círculo.
La lectura
“Siddhartha” no es un libro para leer de un tirón. Es una obra para volver, para rumiar. Un texto que acompaña, que no ofrece fórmulas, pero sí un espejo: el de una vida que busca comprenderse, no a través de dogmas, sino del contacto íntimo con el mundo.
Cien años después de su publicación, la obra sigue hablándonos al oído como lo hace el río: con constancia, humildad y una verdad que no grita. Una novela que invita al lector no a mirar afuera, sino hacia adentro. Allí donde comienza, y quizá termina, toda búsqueda.
SIDDHARTHA
Hermann Hesse
Editorial: Debolsillo
Páginas: 224
Precio: $27.900
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