Caseros versus procesados: mitos y realidades al elegir los alimentos

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¿Qué significa realmente que un producto sea “sin conservantes”, “100% casero” o “libre de aditivos”? Los envases de muchos alimentos parecen hablar un lenguaje diseñado para seducir al consumidor, pero detrás de esas promesas aparecen dudas cada vez más frecuentes: ¿son más saludables los productos “caseros” que los industrializados?

El tema no es menor. En un escenario en el que crece la conciencia sobre la alimentación y se multiplican las advertencias contra los llamados “ultraprocesados”, un sector de nutricionistas advierte que no todo lo que lleva un proceso industrial es negativo para la salud. El punto, sostienen, está en comprender qué tipo de procesamiento se hace, con qué fin y cuál es el aporte nutricional de cada alimento.

“El problema no es el procesamiento en sí, sino el exceso de nutrientes críticos como azúcares agregados, sodio o grasas saturadas que pueden encontrarse tanto en productos industrializados como en preparaciones caseras”, remarcan desde PROFENI, entidad que reúne a profesionales dedicados al estudio de la nutrición infantil.

“Hoy muchas veces se confunde procesamiento con mala calidad nutricional”, agregan en torno una situación de la que abundan ejemplos: una torta hecha en casa puede tener tanta azúcar o manteca como una galletita industrial. En cambio, un yogur, un queso o una leche pasteurizada son alimentos procesados que aportan proteínas, calcio y otros nutrientes clave.

“No podemos comparar un yogur con una golosina: sus aportes son radicalmente diferentes”, explica María Soledad Cabreriso, especialista en nutrición maternoinfantil

Una de las clasificaciones más difundidas en la actualidad grupa a los ultraprocesados como productos con ingredientes industriales orientados a dar sabor, textura o mayor duración. Sin embargo, algunos investigadores cuestionan este esquema por considerarlo poco preciso.

“No es lo mismo un pan negro que una gaseosa azucarada, aunque ambos puedan encuadrarse como ultraprocesados”, advierte la nutricionista pediátrica Mariana Raspini, para quien la mirada debería correrse del rótulo y enfocarse en la calidad nutricional real de cada alimento.

Otro de los grandes temores -reconocen desde PROFENI- gira en torno a los aditivos: estabilizantes y conservantes suelen generar desconfianza, aunque su uso está estrictamente regulado por agencias de control sanitario como la ANMAT.

“Los aditivos no están para engañar al consumidor, sino para garantizar la seguridad y estabilidad de los productos”. La pasteurización de la leche o la fermentación de los yogures, por ejemplo, son procesos que permiten consumirlos sin riesgos y con un valor nutricional intacto, aclaran desde la entidad.

PRESTAR ATENCIÓN AL CONJUNTO

En este escenario de sobreinformación, una de las propuestas más difundidas en pediatría y nutrición es la llamada alimentación perceptiva y consciente. Se trata de dejar de lado el miedo a los ingredientes aislados y prestar atención al conjunto: qué comemos, cómo lo hacemos y en qué contexto.

“La idea de que lo casero siempre es mejor no se sostiene en todos los casos. Una bebida vegetal preparada en casa sin control microbiológico puede ser riesgosa, mientras que un producto industrial elaborado bajo normas de calidad puede ser seguro y nutritivo”, advierte la doctora Andrea González, jefa del Departamento de Alimentación del Hospital de Gastroenterología Udaondo.

Además, la falta de tiempo que enfrentan muchas familias obliga a repensar las soluciones prácticas. En este sentido, alimentos procesados como legumbres enlatadas, pescados conservados, yogures o quesos pueden convertirse en aliados para una dieta variada y equilibrada.

“Demonizar a los alimentos por su nivel de procesamiento es un error que puede llevarnos a perder opciones valiosas”, sostiene el especialista Alberto Arribas, presidente de la Asociación Civil Supersaludable. A su entender, “la clave es evaluar la frecuencia de consumo, el tamaño de la porción y la calidad nutricional de lo que elegimos”.

Los especialistas coinciden en que los mensajes simplificados que circulan en redes sociales o en campañas de marketing pueden desorientar al consumidor. Una alimentación saludable no se construye sobre prohibiciones tajantes, sino sobre elecciones informadas, variadas y sostenibles.

En tiempos de “infoxicación”, el desafío no es sólo leer etiquetas, sino entender el rol que cada alimento puede cumplir como parte de una alimentación equilibrada e integral.

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