“El amo del jardín”: un maestro zen cascarrabias

En el cine Eco Select se verá el documental sobre Yasuo Inomata, el creador de los jardines japoneses de Escobar y Palermo

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Por PEDRO GARAY

pgaray@eldia.com

Hosco, cascarrabias, un menudo hombre japonés de rostro arrugado aparece en la pantalla. Habla un castellano difícil de seguir, que aparece subtitulado en la pantalla. Y habla poco: es Yasuo Inomata, el paisajista más importante del protagonista del país, creador de los jardines japoneses de Escobar y Palermo. Y, en el documental “El amo del jardín”, dedicado a su figura y dirigido Fernando Krapp, aparece como una figura trágica: ha dejado de trabajar, su trabajo ha sido modificado, el mundo ha cambiado, parece haberlo dejado atrás, o quizás él ha dejado atrás esa modernidad.

Krapp siguió a Inomata durante varios años, y, de a poco, se revela otro personaje. Inomata, reacio a ser filmado, reacio al punto de que tira a la basura viejos planos y no parece tener interés en hablar, se va abriendo, y aparece el genio, el artista que “combina en su trabajo fuerza física, manejo de grupo, inteligencia”, y que es “una especie de maestro zen, también un poco rockstar: la gente lo aplaude de pie”, dice Krapp, en diálogo con EL DIA. En el Malba, donde la película lleva tres meses proyectándose (en La Plata se verá hoy y mañana, a las 18 en el Eco Select del Centro Cultural Islas Malvinas), “lo aplauden de pie”.

Krapp conoció a Inomata investigando a la colectividad japonesa en Argentina para su libro “Una isla artificial”. El cineasta había querido filmar una película sobre el tema, sin éxito, cuando Leila Guerriero le ofreció escribir un libro sobre la comunidad: en ese camino, “conocí a Inomata y el conflicto interno que hay en el Jardín Japonés de Buenos Aires: eso ocupó el corazón del libro”.

Es que el Jardín Japonés de Palermo, el más emblemático de los jardines japoneses del país, no es para Inomata, el creador original del diseño, un jardín japonés. El paisajista fue convocado para la creación del espacio que debía servir para financiar un hospital de la comunidad, pero a mitad de camino una interna en la organización desplazó a quienes encabezaban el proyecto: Inomata perdió el control de su creación, que se transformó entonces en un espacio orientado a lucrar, con souvenires y un restorán de sushi. La primera vez que Inomata rompe su estoicismo en la película de Krapp es para estallar de furia contra la forma que terminó tomando su creación.

 

“A Inomata le calzás la cámara cerca y tiene una expresión muy interesante, regia, como un monje zen”

Fernando Krapp,
director de “El amo del jardín”

 

Krapp terminó encontrando en Inomata una historia que “agrupa las problemáticas que tienen que ver con la identidad de los inmigrantes japoneses”, y, además, “me interesaba la cuestión de los jardines, que no habían sido tratados en un documental, y que muestran una concepción distinta de lo que es el paisaje, el paisajismo, en las miradas de Oriente y Latinoamérica”.

Pero, sobre todo, Inomata “es un personaje fuera de serie. Nuestra primera película fue sobre Aurora Venturini (‘Beatriz Portinari’): se ve que me quedó la cuestión de trabajar con personajes fuertes, complejos. Y además, personajes con edad: Aurora tenía 90 cuando grabamos, Inomata 83”.

“Y ambos casos”, sigue el cineasta, “funcionaban muy bien en cámara: a Inomata le calzás la cámara cerca y su cara tiene una expresión muy interesante, regia, como un monje zen, su rostro funciona en cámara. Y está su cuestión performática: es un tipo que no tiene filtros, habla en este español enredado pero se dirige a la gente que trabaja con él sin ningún tapujo, dice lo que piensa… Eso generaba atractivo, plantar eso frente a la cámara. Por supuesto, son personajes que se te pueden dar vuelta, que son difíciles de manejar: hubo que diseñar una puesta que funcionara alrededor de él. Básicamente, había que seguirlo, porque se escapaba. Algo más parecido al cinema verité, distinto a lo que hicimos con Aurora, donde era todo más fijo”.

El documental sobre la gran escritora platense, de hecho, terminó “en un intento de juicio contra nosotros, según me enteré leyendo la biografía de Liliana Viola. Aunque tampoco sé si es cierto, con Aurora nunca se sabe qué es cierto y qué no”, se ríe Krapp. Lo cierto es que a mitad de filmación Aurora se bajó de nuestra película: “Nosotros éramos muy jóvenes, yo tenía 27 años, era mi primera película, la de varios, éramos muy novatos, ella tenía 90, había salido del accidente. Entonces estaba muy vulnerable, y creo que se dio un choque generacional. Y tuvimos un problema con el productor, que frenó el rodaje, eso no se lo contamos y ella se enojó. Pero hay algo que funciona en la película porque ella está tensa”.

Inomata también está tenso al comienzo de “El amo del jardín”. Pero “el personaje se va abriendo: arranca muy cerrado, él es huraño, y encima está la barrera idiomática, la barrera cultural, y cuando viajamos a Japón, e Inomata termina de conectarse con su universo, con su lengua, el personaje se termina de abrir. Al principio estaba muy pendiente de la cámara, de nosotros, y cuando llegamos a Japón se soltó: uno va viendo en la película, y lo fuimos viendo mientras montábamos la película, cómo Inomata se transforma, va bajando la guardia, se abre, aparece un tipo diferente al del comienzo, un tipo culto, muy consciente de su trabajo, de su técnica, de la poética que quiere imprimirle a lo que hace”.

EL DOCUMENTALISTA EN ARGENTINA

Ese viaje a Japón resultó entonces clave. Pero también muy costoso. “Fue un poco una gesta: nos quedamos sin plata y tomamos la decisión de ir a Japón, la peor decisión posible”, cuenta Krapp.

La película comenzó a filmarse con un subsidio de audiencia media del INCAA, pero ese presupuesto inicial, mediano, sufrió devaluación tras devaluación: los salarios y los costos subían, pero no la partida. Sumaron otros aportes, de Mecenazgo y el Fondo Nacional de las Artes, pero cuando surgió la necesidad de viajar a Japón, “hubo que buscar fondos privados, productores asociados, aporté yo, mis viejos me dieron plata. Yo no cobré un peso. Y estoy en rojo. En una época hasta podías cobrar un pequeño sueldo: hoy en día hacer un documental implica una vocación muy grande.Filmar un documental es un berretín”.

El viaje se hizo, además, con lo puesto: “Las traductoras y encargadas de la grilla en Japón no cobraron. Viajábamos pobres, con una sola cámara pequeña, nos invitaban a comer, compartíamos habitaciones…”. Pero, dice Krapp, “fue lindo, fue un viaje, y en medio de esas condiciones Inomata se terminó se sentir a gusto con nosotros. Fue un caos, pero fue bastante lindo”

Y en ese sentido, dice, “me hubiera gustado ir con mejores equipos, pero si vas con equipos más grandes perdés intimidad. Si tenés contingencias, tenés que ver la forma que la contingencia sea un recurso más, y no una imposibilidad”.

Después de la odisea, y de un proceso de montaje donde Krapp reconoce que “estaba perdido, no sabía ya qué historia quería contar”, “El amo del jardín” se ha transformado en un pequeño suceso. En las funciones que cada semana se presentan en el cine del Malba porteño desde junio “hubo gente que se coló”, se ríe Krapp. “Ver después de todo que la película funciona es gratificante”.

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