Charlie y Nito, los “refuerzos”, y el banderín del Pincha

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Diciembre de 1975. En las oficinas de la sede de Estudiantes, sobre la calle 54, se respiraba un aire distinto. Afuera, La Plata se preparaba para un verano convulsionado; adentro, entre el cuadro histórico de Los Profesores y un banderín con la “E” grande. Carlos Bilardo era el técnico del Pincha, “la Bruja” Verón volvía a calzarse la camiseta, y entre los pasillos resonaban los nombres de los nuevos refuerzos. Pero aquella tarde el protagonismo no estaba en la pelota.

Las copas y los canapés daban paso a una reunión inesperada: Alejandro De Michele, Miguel Ángel Eurasquin, Nito Mestre y un joven que se presentaba como “Charlie” García. No, no eran los dos centrales, el nueve y el arquero que había pedido el Narigón. Eran los genios que estaban a punto de encender con su música un estadio entero y dejar una huella que con los años se conocería como el Woodstock platense.

El retrato de “Los Profesores” de los años ’30 observaba en silencio, como testigo de la fusión de dos mundos que parecían distantes, pero que en esa jornada se abrazaron. El rock nacional, todavía llamado “música beat”, se abría paso entre banderines y copas de vino, con la misma rebeldía con que los equipos de Zubeldía habían cambiado la historia del fútbol.

Aquella visita previa al show en 1 y 55 no fue una anécdota más: fue el anticipo de una comunión cultural. Estudiantes ofrecía su casa, su identidad, su gente; Charly, Nito -ya sin ser Sui Géners- y compañía ponían la banda sonora de una época. Esa noche, cuando las guitarras y las voces inundaron la cancha, La Plata se convirtió en escenario de un hito.

Y así, entre la mística pincharrata y el nacimiento de un rock que ya pedía eternidad, quedó sellada una de esas historias que no aparecen en las estadísticas pero que laten, generación tras generación, en la memoria colectiva.

 

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