La Masacre de Múnich 1972: el atentado que manchó de sangre a los Juegos Olímpicos
| 5 de Septiembre de 2025 | 07:41

El 5 de septiembre de 1972, la ciudad alemana de Múnich, que buscaba mostrarse como símbolo de paz y reconciliación tras la Segunda Guerra Mundial, fue escenario de uno de los episodios más oscuros en la historia del deporte y de la política internacional. Durante los Juegos Olímpicos, un comando del grupo palestino Septiembre Negro ingresó en la Villa Olímpica y secuestró a once atletas israelíes, desencadenando una crisis que culminaría en una masacre transmitida en directo ante millones de personas en todo el planeta.
La edición de 1972 había sido concebida como un evento cargado de simbolismo. Veintisiete años después del fin de la Segunda Guerra Mundial y del nazismo, Alemania buscaba mostrar al mundo una imagen democrática, pacífica y moderna, muy distinta a la de Berlín 1936, recordada como el escaparate propagandístico de Adolf Hitler.
Los Juegos de Múnich se habían inaugurado bajo el lema “Los Juegos Alegres”, con instalaciones modernas, un diseño colorido y un ambiente distendido. La organización evitó exhibir una fuerte presencia policial para no despertar recuerdos de la Alemania totalitaria. Ese enfoque, que apuntaba a proyectar una nación amable, terminó dejando vulnerabilidades en la seguridad de la Villa Olímpica.
El ingreso de Septiembre Negro
En la madrugada del 5 de septiembre, ocho hombres armados escalaron la verja de dos metros que rodeaba la Villa Olímpica. Vestidos con chándales deportivos y portando fusiles AK-47 ocultos en bolsas de gimnasia, se dirigieron hacia los apartamentos de la delegación israelí.
El comando, vinculado a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), asesinó en el acto al entrenador de lucha Moshe Weinberg y al levantador de pesas Yossef Romano, quien intentó resistir el ataque. Los demás atletas fueron tomados como rehenes. Entre ellos había entrenadores, árbitros y deportistas de diversas disciplinas.
Demandas y negociaciones
El grupo exigió la liberación de 234 prisioneros palestinos en cárceles israelíes, además de la liberación de dos militantes detenidos en Alemania y en Italia: Andreas Baader (líder de la Fracción del Ejército Rojo alemán) y Kōzō Okamoto (integrante del Ejército Rojo Japonés).
Durante más de 20 horas se mantuvieron tensas negociaciones con las autoridades alemanas. El canciller Willy Brandt y otros dirigentes rechazaron de plano liberar prisioneros, mientras que el primer ministro israelí Golda Meir se mostró inflexible: “Israel no negociará con terroristas”, sentenció.
La situación se volvió cada vez más desesperante, bajo la presión de una cobertura mediática que transmitía en vivo imágenes de los terroristas apostados en los balcones de la Villa Olímpica.
Finalmente, las autoridades alemanas organizaron un plan de rescate en el aeropuerto de Fürstenfeldbruck, adonde trasladaron a los rehenes y a los secuestradores con la promesa de un avión rumbo a El Cairo. Allí, un grupo de francotiradores aguardaba para abatir al comando.
La operación resultó un desastre: los policías carecían de experiencia, no tenían equipamiento especializado y no existía coordinación adecuada. A pesar de que había solo ocho terroristas, los alemanes enviaron apenas cinco francotiradores. La oscuridad y la falta de comunicación complicaron todo.
El desenlace fue sangriento: los once rehenes israelíes fueron asesinados, la mayoría de ellos por granadas arrojadas dentro del helicóptero en que estaban retenidos. También murió un oficial de policía alemán. Cinco de los ocho miembros de Septiembre Negro fueron abatidos y tres capturados.
Repercusiones inmediatas y polémicas
El Comité Olímpico Internacional (COI), presidido por Avery Brundage, decidió no suspender los Juegos Olímpicos. Tras un acto conmemorativo en el estadio olímpico en honor a las víctimas, las competencias se reanudaron al día siguiente. Para muchos, esta decisión resultó insensible y generó críticas internacionales.
En Israel, la indignación fue inmediata. La masacre de Múnich se convirtió en un punto de inflexión en la política de seguridad del país y en la relación de su gobierno con el terrorismo internacional.
La venganza: la Operación Cólera de Dios
Pocos días después del atentado, la primera ministra Golda Meir autorizó la creación de una misión secreta del Mossad para perseguir y eliminar a los responsables de la masacre. La operación fue conocida como “Cólera de Dios”.
Durante años, agentes israelíes rastrearon y ejecutaron en distintos países de Europa y Medio Oriente a integrantes de Septiembre Negro y a dirigentes de la OLP acusados de planificar o colaborar con el atentado. Uno de los episodios más notorios fue la Operación Primavera de Juventud (1973), en la que comandos israelíes atacaron casas en Beirut y mataron a altos cargos palestinos.
La campaña también tuvo errores: en 1973, en Lillehammer (Noruega), agentes del Mossad asesinaron por error a un camarero marroquí al confundirlo con un dirigente de Septiembre Negro, lo que generó un escándalo internacional.
Un legado trágico en el olimpismo
La Masacre de Múnich cambió para siempre la forma de organizar eventos deportivos internacionales. A partir de ese momento, la seguridad pasó a ser un eje central en cada edición de los Juegos Olímpicos. La memoria de los once atletas israelíes asesinados es recordada en cada conmemoración olímpica.
El atentado de Múnich no solo puso en evidencia la vulnerabilidad de un evento global de paz ante la violencia política, sino que también profundizó las tensiones en Medio Oriente y abrió un nuevo capítulo en la historia del terrorismo internacional.
Más de medio siglo después, aquel 5 de septiembre de 1972 continúa siendo una herida abierta en la memoria olímpica y un recordatorio de que ni siquiera el deporte, espacio concebido para unir a los pueblos, puede estar completamente aislado de los conflictos del mundo.
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