El día del crespón negro

POR
ESTEBAN PEREZ FERNANDEZ

Especial para EL DIA
Madrid despertó de la pesadilla con una lluvia persistente, tan intensa como el dolor que la embarga. Nadie quería empezar un nuevo día sabiendo que debía enfrentarse a una ciudad en lágrimas. Pero Madrid fue recobrando lentamente el ritmo. Aún apenada sin disimulo, la gente volvió a salir a la calle. Y allí la esperaba el crespón negro, símbolo del luto y la lucha antiterrorista, multiplicado por millones en vidrieras y balcones, solapas de trajes y camperas y hasta edificios enteros. Fue la expresión más nítida, además de los rostros cruzados por la impotencia y la tristeza, del dolor, en una ciudad que se movía en silencio.
Ayer todos pudieron llegar a sus trabajos pero nuevamente tarde. Por la mañana las rutas de acceso a la ciudad se atascaron otra vez de autos. Es que aunque los servicios públicos funcionaban a pleno, pocos se animaron a subirse a un tren o un subte. Así, a media mañana la ciudad se fue poblando. Las conversaciones eran pocas y en voz baja.
A las 12 en todo el país se hicieron 15 minutos de silencio en honor a las víctimas. Los españoles salieron a la calle a mostrar sin gestos su dolor. Este acto, sentido y multiplicado en todas las ciudades de la península, se vio alterado sin embargo en Atocha por una amenaza de bomba que desató el pánico y obligó a evacuar la estación. Dos horas más tarde le tocó al subte. El servicio quedó cortado durante una hora. Era otra falsa alarma.
La estación de Atocha, el lugar elegido por los terroristas, abrió sus puertas como todos los días a las 5 de la mañana. Sin rasgos visibles de los atentados, funcionó como el resto de la ciudad: con miedo, a ritmo lento y con poco movimiento de gente. La mitad de los locales comerciales no levantó sus cortinas metálicas en todo el día. E imnumerable cantidad de reservas de pasajes de tren fueron canceladas, según confirmaron a este cronista en forma extraoficial empleados de la empresa ferroviaria.
En la estación la circulación de personas fue un 80% menor a la de cualquier viernes, un día clave en el movimiento de pasajeros. Ayer, en la explanada de taxis que da a la avenida Méndez Alvaro -que bordea Atocha en su costado oeste- sólo había a las tres de la tarde cinco autos, cuando la cantidad habitual es de no menos de 80 coches.
La gente entraba a la estación con el miedo marcado en el rostro. Una capilla ardiente se armó espontáneamente en el descanso de una escalera mecánica. Cientos de velas encendidas, crespones, flores, cartas y algún poema. Gente rezando, pegando carteles en las paredes de acceso con consignas: "No a ETA", "Queremos paz", "No más sangre", se concentraba allí, en medio de pasillos semivacíos que los viajeros cruzaban mirando a los costados.
El miedo, sin embargo, perdió la batalla con los madrileños cuando cayó la noche. Dos millones de personas lo enfrentaron en la movilización más impresionante que haya vivido esta ciudad.

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