Revanchas y consuelos

OPINION Por ALEJANDRO CASTANEDA Fue la primera fecha de un nuevo torneo y sin embargo tuvo sabor de revanchas: con figuras consagradas que retornaron a la casa familiar después de una marcha triunfal por el viejo mundo; y con goleadores doloridos que apelaron al fútbol para que la desdicha suene -al menos por un rato- un poco más lejana.Los aplausos con que fue recibido el referee Horacio Elizondo en la cancha de Lanús, deben ser leídos como un gesto de reconocimiento. Acaso fugaz, porque así deben ser las amabilidades con los arbitrajes, pero un paréntesis saludable que marca al menos una verdad que pocos olvidan: para la tribuna, los que cuentan son los triunfadores, más allá de signos y camisetas. De los otros, la hinchada no se hace cargo. Elizondo habrá sonreído por este inesperado desquite después de una interminable cosecha de insultos y silbidos.   Pero en esta suerte de dulces revanchas domingueras, reluce lo de Martín Palermo, que le pidió al fútbol un poco de consuelo para intentar sobreponerse -al menos por un rato- a la tarjeta roja que le sacó el destino. Arrullado por millares de gargantas amigas, el dolor se fue un ratito al banco para que el goleador haga un alto en su tristeza. Fue por supuesto la nota emotiva más alta de un combate personal que el artillero lo jugó en varias canchas. Martín habrá sentido que este domingo iba a pelear contra adversarios de otra catadura que le exigirían un sobre esfuerzo de corazón y músculo para poder cachetearse con la fatalidad. Y por eso esta vez, su par de goles arrancados a la zozobra casera mezclaron el júbilo con el llanto y aportaron tres puntos para Boca y diez más para casa.   El fútbol siempre da revanchas. Y a veces ni hay que esperar otra fecha.

OPINION
Por ALEJANDRO CASTANEDA

Fue la primera fecha de un nuevo torneo y sin embargo tuvo sabor de revanchas: con figuras consagradas que retornaron a la casa familiar después de una marcha triunfal por el viejo mundo; y con goleadores doloridos que apelaron al fútbol para que la desdicha suene -al menos por un rato- un poco más lejana.

Los aplausos con que fue recibido el referee Horacio Elizondo en la cancha de Lanús, deben ser leídos como un gesto de reconocimiento. Acaso fugaz, porque así deben ser las amabilidades con los arbitrajes, pero un paréntesis saludable que marca al menos una verdad que pocos olvidan: para la tribuna, los que cuentan son los triunfadores, más allá de signos y camisetas. De los otros, la hinchada no se hace cargo. Elizondo habrá sonreído por este inesperado desquite después de una interminable cosecha de insultos y silbidos.

   Pero en esta suerte de dulces revanchas domingueras, reluce lo de Martín Palermo, que le pidió al fútbol un poco de consuelo para intentar sobreponerse -al menos por un rato- a la tarjeta roja que le sacó el destino. Arrullado por millares de gargantas amigas, el dolor se fue un ratito al banco para que el goleador haga un alto en su tristeza. Fue por supuesto la nota emotiva más alta de un combate personal que el artillero lo jugó en varias canchas. Martín habrá sentido que este domingo iba a pelear contra adversarios de otra catadura que le exigirían un sobre esfuerzo de corazón y músculo para poder cachetearse con la fatalidad. Y por eso esta vez, su par de goles arrancados a la zozobra casera mezclaron el júbilo con el llanto y aportaron tres puntos para Boca y diez más para casa.

   El fútbol siempre da revanchas. Y a veces ni hay que esperar otra fecha.

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