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Lo que queda de Bergman y Antonioni

Por AMÍLCAR MORETTI

Lo que queda de Bergman y Antonioni

Ingmar Bergman. Michellangelo Antonioni.

5 de Agosto de 2007 | 00:00
El mismo día que se informó de la muerte de Bergman no pudo dejar de enfatizarse que las películas más vistas fueron (son) "Los Simpsons" y "Harry Potter". La diferencia entre el "deber ser" y lo que es, entre lo deseable (para cada vez menos público) y lo adoptado y aceptado (por cada vez más público). La esfera que se rasga las vestiduras por la pérdida del sueco y el italiano alienta y forma parte de la cultura massmediática, del espectáculo, el entretenimiento y la superficialidad, con la televisión a la cabeza. Esto mismo fue lo que subrayó en "Elsa y Fred", ya en 1985, otro grande de la misma generación de los desaparecidos, Fellini, muerto en 1993. No era nostalgia, ni siquiera melancolía por el pasado sin retorno. Eso es cosa de viejos prisioneros del pasado, anacronismo, desfase. Porque repetir que Bergman y Antonioni fueron representantes de una época, el bobo lugar común, implica sin explicitarla la subestimación indicadora de que dicha época ya no es ni será de nuestro tiempo, que ya no resulta riesgosa ni tensa, que importa a casi nadie y no incide demasiado. En fin, que es una época muerta. Y advierte que hoy las preocupaciones, las predilecciones, los consumos y las adicciones culturales son otros. Sólo queda Resnais y, diez años menores, Godard y Chabrol. El portugués de Oliveira, aunque casi centenario y en actividad, ha sido menos influyente. Los asiáticos gerontes vivos, estuvieron aún más circunscriptos.

Obviedad, redundancia: las muertes de Bergman y Antonioni marcan el fin de una época. ¡¿Qué duda cabe?! Una época que se acabó antes que sus vidas. Y ambos lo sabían. Fin de época en lo visual y mediático, pero también en lo cultural, lo político, social y económico. Hoy hay menos cine y más entretenimiento; menos cineastas y (en el cine) más animadores de espectáculos. Más ruido y destellos y menos imágenes y música (la música de la cadencia interna y concatenación de las imágenes). No es una queja; es una observación. Lo importante no es lamentarse sino lo que hacemos con la evidencia. Si se pregunta a los menores de 40 años cuántas películas de Bergman vieron quedan en aprietos. Mucho más con Antonioni: la cifra en su caso es cero. En cuanto a los menores de 30 años, bueno, pertenecen a otra cultura, tabicada, minuciosa y planificadamente ajena y extraña a los cruciales años 60 y 79. Pasa aún con muchos cinéfilos actuales jóvenes: no registran a Antonioni, un poco más a Bergman. En literatura ocurre lo mismo con los nuevos conocedores: mucho Martin Amis, Ian McEwan y Paul Auster pero nada de nada de Faulkner. La novela del siglo XX no se entiende sin "El sonido y la furia" o "Santuario". Pero claro, el siglo XX es el siglo pasado. Hay como un quiebre, un hueco, una amnesia y una ausencia, una interrupción de la herencia. No es saludable, aunque las transmisiones a veces van por abajo, son inasibles e inconscientes (desconfío decir "genética", me refiere a eugenesia, a laboratorio del Dr. Mengele) y hacen su aparición en la tercera generación. Se saltea a los hijos y aparece, como síntoma nuevo, en los nietos. Esto, de ser así, sí es saludable, esperanzador.

¿Qué los cultivadores de la lentitud y el aburrimiento en el cine -Bergman y sobre todo Antonioni- no cuentan historias, según se reprocha igual hoy a algunos epígonos? Entonces, ¿cuáles son las historias contadas por los ruidos y fulgores? No pasa por el asunto de las historias la cuestión. Pasa porque se gastó la máquina industrial de relatos. Y esto es lo que habían descubierto, hace cincuenta años, Bergman y Antonioni, junto a Bresson, Rossellini, Yasujiro Ozu, ya muertos, y Resnais y Godard. Por ese lado hay que buscar el valor singular de cada una de sus filmografías. Muchos cineastas jóvenes -por ejemplo los del ya dado por muerto Nuevo Cine Argentino- rechazan por inservible la máquina industrial de relatos, convertida en una máquina de hacer dinero, mientras prueban y ensayan con otras máquinas que aún no funcionan del todo bien pero exploran en novedosos caminos. Esto de ahora -lo que se hizo evidente después de 1989 ó el 2001-, no se cuenta con los viejos lenguajes. Bergman y Antonioni, también Godard, de ahí su genialidad, lo percibieron en los años 50 y 60. Sabían que lo que estaba por venir, aún desconociéndolo, era diferente de raíz. Es el olfato, el inconsciente poético (no la genética) de los poetas. Por eso Bergman y Antonioni, marcadores del "fin de una época", son más modernos que otros que ahora se dicen nuevos. Que pocos hoy los entiendan y menos aún gusten de sus películas, muestra que lo que ellos anunciaban, el adelanto de otra época, era cierto. Si nadie (o casi) los entiende es porque hoy "no se entiende", y resulta muy difícil entenderse. No hay bloques, hay fragmentación; no hay cánones, hay gustos particulares; no hay referencias, hay consumos; no hay intelectuales ni pensadores, hay expertos; no hay certidumbres, hay perplejidad y aturdimiento (en cine, de ruidos y colores). En el reino del todo se compra y todo está en venta, todo vale. Y todo da casi lo mismo. Y todo se confunde y se mezcla. Y en la confusión la publicidad y el marketing dictaminan que es más caro y qué es más lindo. Lo lindo se confunde con lo bello y el arte con el entretenimiento. Y la belleza se pone en cuestión.

De los dos maestros, Bergman fue más grande. Pero Antonioni dejó herencia. Los dos hicieron cine para cineastas. Si se quiere aprender cine, saber lo que es el cine, hay que mirar Bergman y Antonioni. No hace falta entenderlos, entender lo que quisieron decir: eso es una tarea inacabable y por eso son los mejores. Bergman no tiene herederos, no al menos en Occidente. Bergman fue (es) más grande por más profundo, intenso y claro, pero no hizo escuela. No hay hoy quien haga ni vea cine como el de él. En cambio, hay muchos en el mundo que, tal vez sin saberlo, hacen (o intentan hacer) cine como Antonioni, aunque pocos, muy pocos, vean esas películas. Antonioni, navegando en la grandeza, con caídas y naufragios, fue más definitorio que Bergman para los que vinieron después. La autonomía estética de Bergman funciona sin fallas. Cerrada en sí misma, no dejó hijos. Antonioni tiene sucesores. Los "tiempos muertos" y espacios mudos de Antonioni, bien o mal, mejor o peor, por lo que se observa desde acá, están en China, en Japón, en Méjico o en Argentina. Sin Antonioni no se entienden Tsai Ming-Liang ("¿Y allí qué hora es?"), el japonés Nabujiro Suwa ("Una pareja perfecta"), el mejicano Reygadas ("Batalla en el cielo") o los argentinos Lisandro Alonso ("La libertad", "Los muertos"), Ezequiel Acuña ("Nadar solo", "Como un avión estrellado") o Juan Villegas ("Sábado", "Los suicidas").

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