Verne en Buenos Aires: La vuelta al mundo

Por JORGE MONTELEONE

Para varias generaciones de jóvenes lectores o para intelectuales insoslayables como Michel Foucault, Italo Calvino o Roland Barthes, el gran Julio Verne (1828-1905) gozó de un amor incondicional a su múltiple genio literario. Esto lo creyó desde el comienzo su principal editor, Pierre-Jules Hetzel, que gestó su éxito y a la vez sostuvo una devoradora exigencia editorial para que el escritor produjera literatura juvenil con fines educativos. Imaginó una colección llamada "Viajes extraordinarios", que Verne completó con sesenta y cuatro títulos a razón de dos por año. Es difícil no pensar a Verne mismo como un personaje cuya imaginación superlativa se unía a la potencia creadora de la ciencia, para la cual la razón positivista se combinaba con la ficción. "A través de mis novelas, mi objetivo ha sido dar una imagen de la Tierra y no sólo de la Tierra en sí, sino del Universo" -declaró. Cierta vez, al preguntarle su opinión sobre las novelas de ciencia-ficción de H. G. Wells reaccionó diciendo "Pero_ ¡él inventa!". La deliciosa obra musical de Gerardo Hochman, escrita junto a Roberto de Bianchetti como una versión libre de la novela La vuelta al mundo en ochenta días (de 1873), entre sus muchos méritos, tiene la inteligencia de situar en primer plano el vínculo entre Verne y su editor Hetzel y ficcionalizarlo con rasgos fabulosos que, no obstante, tuvieron fundamentos reales.
Con economía narrativa y un rico despliegue teatral, Hochman recrea los pasajes fundamentales del viaje extraordinario de la novela de Verne


La acción comienza cuando Hetzel irrumpe en el estudio de Verne y le dice que firmó un contrato con el diario más popular de París, por el cual tiene que escribir una novela en apenas 8 días. Así, la pieza se desarrolla en dos planos que se entremezclan: el de Verne imaginando su propia novela contra-reloj; el de la acción novelesca, donde Phileas Fogg y su criado Jean Passepartout deben realizar también contra-reloj su vuelta al mundo en el tiempo estipulado para ganar una apuesta a los flemáticos miembros del Reform Club, de Londres. Perseguido a la vez por Fix, un inspector de policía que los cree culpable de un robo reciente. Con expresiva plasticidad se confunden las aventuras de los personajes con la ansiedad del autor por escribir sus peripecias, siempre abierto a las "nuevas tecnologías", como el pasaje de la pluma fuente a la máquina de escribir. Se transfiguran los elementos cotidianos en fabulosos elementos del viaje por el mundo y los rincones urbanos se abren a vastos paisajes. La puesta de Hochman mantiene la tensión y la magia con equilibrio, transfigurando el escenario en un espacio de transformaciones, que va del teatro al musical, del vodevil al circo, sostenido por un notable equipo de diez acróbatas, la compañía de circo "La arena". La escenografía formidable y sugerente de Alberto Negrin y el vestuario de Laura Molina, aportan una exquisita y colorida visualidad, que no omiten la estilización propia de ese imaginario novelesco del siglo XIX.

Con economía narrativa y un rico despliegue teatral, dinamizado por los acróbatas, la coreografía precisa de Gustavo Carrizo, la música de Mauro García Barbé y un bello diseño de luces, Hochman recrea los pasajes fundamentales del viaje extraordinario de la novela de Verne, el paso por Bombay, Calcuta, Hong-Kong, Japón, el cruce del Pacífico, San Francisco, New York, y hasta un vuelo en globo, además de la historia de amor entre el flemático Fogg y la princesa Aouda.

Para esta cuidada producción, Julio Verne debía ser representado por un actor tan carismático como Roberto Carnaghi, que actúa su personaje con una naturalidad y gracia tan previsibles como encantadoras. Ricardo Merkin, como el editor Hetzel, no desentona en su contrapunto. El criado Passepartout siempre es el artífice de la comedia y por ello debe ganarse la simpatía inmediata del público. Marcelo Savignone lo logra con oficio, soltura y un gran dinamismo escénico, aunque reincide en esa confusión que tuvieron las versiones de Hollywood: Passepartout era un francés, no un mexicano como Cantinflas ni un chino como Jackie Chan. Por momentos, este Passepartout aporteñado repite su "¡oh la lá!" con acento y gestualidad más cercanos a Barracas que al Boulevard Saint Michel. Paula Robles, buena bailarina en los cuadros coreográficos de la obra, tiene una figura muy adecuada a su personaje y una actuación con tan modestos recursos que la disminuye. Ernesto Claudio, tiene el perfil exacto para un Phileas Fogg distante y vagamente irónico. Tal vez las mejores actuaciones sean las de los personajes secundarios: Alfredo Allende, Daniel Campomenosi y Montenegro como los caricaturescos socios british del Reform Club, así como el obtuso Inspector Fix, interpretado por Daniel Toppino.

La puesta de La vuelta al mundo es tan convincente, festiva y vertiginosa, que estos detalles no afectan el conjunto: un generoso espectáculo, por completo disfrutable, y pensado para todas las edades, ya que no subestima jamás la poderosa imaginación de los chicos ni las fantasías evocadoras de los adultos.

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