Familia de restauradores

Tienen más de 60 años en la construcción y conservación de obras de patrimonio edilicio monumental y continúan dejando sus huellas en los edificios más emblemáticos de la Ciudad. Fotos: Roberto Acosta Por MARÍA VIRGINIA BRUNO

Carlos José Zila tenía 15 años en 1949 y ayudaba a su padre, Don Francisco, en la construcción del Anfiteatro del Lago. Le encomendaron tallar el frente del escenario; ahí donde las cuerdas de las dos liras que decoran la guarda artesanal todavía permanecen firmes. Un día, una señora rubia con un elegante y prolijo rodete, se acercó a ver cómo estaba quedando la obra, acompañada por la esposa del por entonces gobernador Mercante y le dijo: "¿Eso lo hiciste vos? Tenés que trabajar en la República de los Niños". Carlitos, acongojado, le explicó que no podía dejar solo a su padre. La señora le dijo que le pidiera permiso y sacó de su cartera una libreta y escribió una carta de recomendación firmada por ella, María Eva Duarte de Perón. Así, comenzó la larga carrera artesanal de esta familia platense que ha dejado su marca en los bastiones de nuestro patrimonio arquitectónico local.

Ahora tiene 74, una bella señora y cinco hijos dotados todos con diferentes pinceladas artísticas que complementan la tarea familiar. Pero cuando construyó por su propia cuenta la Casita de Gobierno, aquellas cuatro fachadas por las que tardó casi dos años, sólo tenía quince. Con orgullo relata, sentado en una de las butacas descascaradas del anfiteatro "Martín Fierro" cómo fueron esas épocas en las que comenzó a delinear su camino profesional.

"En realidad empecé a los 10 años junto a mi padre y a mi tío Sustek. Los dos, con mi mamá, vinieron en barco desde Checoslovaquia. Yo iba con ellos y los ayudaba. Pero el primer trabajo en el que me dieron permiso para hacer algo por mi cuenta fue en éste; aquella guarda la hice yo solito subido arriba de un andamio", recuerda señalando las figuras sobre el escenario. "Mientras trabajaba en la República de los Niños seguía viniendo acá pero también me dieron otra obra: las fachadas del Jockey Club (48 entre 6 y 7 y 49 entre 6 y 7). Para ésa mi tío me prestó 20 frentistas y, a partir de ahí, me empezaron a reconocer y a darme más trabajos independientes".

Realizó el secundario en el Colegio Nacional y se recibió de Maestro Mayor de Obras en el "Albert Thomas". Pasó sus años de Servicio Militar a cargo de todas las obras del Batallón Geográfico de Magdalena. "La pileta de natación, la cancha de pelota a paleta, el soldado del casino, la guardia nueva, los puestos del camino".

A los 22 se casó con Blanca Macchia, una joven y autodidacta artista que todavía hoy se desempeña "con la misma pasión de hace años". Y después, fueron llegando los niños. Gustavo (48), Ana María (43), Juan Carlos (42), Guillermo (37) y Javier (26). El apellido "Zila" ya estaba instalado y, de a poco, se fue ganando un legítimo espacio como empresa familiar de la Ciudad.

El primero en subirse a un andamio fue Gustavo, el más bohemio de todos los hermanos. Le siguió Anita, la bella Anita, aportando sus dotes artísticos naturales y desempeñándose en la gestión de las obras a trabajar. Juan Carlos, con apenas seis años, recuerda sus inicios en los que, de noche, "daba luz". "A veces yo me dormía sentadito con el farol en la mano y mi viejo me gritaba n¡la luz, la luz!`. Y bueno, al otro día me llevaba a pescar; era lo que me prometía y siempre cumplía". Hoy, Carlitos, como le dicen en familia, se dedica a la cartelería, la que tanto lo vislumbró de chico en aquellos viajes en la "Estanciera" a la gran Capital.

Guillermo es artista plástico y fotógrafo. Tiene mucho de su madre, el pilar que los sostiene. Le gusta mucho trabajar en la conservación y así lo ha dejado sentado. Le gusta buscar, en la memoria viva, las historias que envuelven las obras en las que van a intervenir. Todo un artista, todo un soñador. Y después viene Javier, el nBenjamín`de la familia. Le faltan cuatro finales para recibirse de Diseñador Industrial en la UNLP. Sus fantásticos planos han hecho ganar más de un concurso a la empresa familiar. Entre el estudio y el trabajo, el más joven de los Zila tiene hoy en día la Dirección de la restauración del Club Español.

LAS OBRAS

Todos concuerdan en que los tiempos del arte no coinciden con los tiempos políticos. "Uno no sabe con lo que se puede encontrar mientras trabaja en la restauración de una fachada. Por ahí estás arreglando una cosa y te encontrás con otra que no estaba prevista", asegura Juan Carlos explicando un poco el porqué del alejamiento de su padre por un tiempo de las restauraciones. De todos modos, el trabajo siguió en el rubro de la construcción y fue ahí donde los chicos comenzaron a practicar el oficio.

Las obras que marcaron el regreso a la restauración artesanal fueron el pabellón de Ciencias Geofísicas del Observatorio Astronómico de la UNLP (1993), la fachada del edificio de 56 y 5, el frente neorrenacentista francés II Cortile de la calle 55 entre 10 y 11, el Deusche Bank en diagonal 74 y 47, el embellecimiento del edificio de Radio Provincia, entre otras. Pero es sin dudas la intervención en nuestra Catedral uno de los trabajos que más disfrutaron.

"Estuvimos en las dos etapas. La primera, en 1995, en donde trabajamos en las áreas de los pórticos y pilastras. Y en la segunda, en 1996, intervenimos en el rosetón. Fue una experiencia muy linda. Trabajar a tanta altura genera muchísima adrenalina. Teníamos un compañero que sufría de vértigo; entonces, como era barítono, se ponía a cantar para olvidarse de las alturas. Como no estaban los vitrales, la música sacra que cantaba se escuchaba en todo el templo y hasta le llamaron la atención. nLe canto a Dios`, decía mi amigo", recuerda Guillermo una de las tantas lindas anécdotas que flotan en su memoria.

El sello familiar también quedó impreso en los frentes del Centro Naval (1996) y del Congreso de La Nación (1997/1998) en la Ciudad de Buenos Aires. Para Carlos José su intervención en el Centro Naval es "la más importante a nivel artístico, la más completa del país". En esa oportunidad, en la que estuvieron a cargo de dos arquitectos, ganaron el premio mayor en Rehabilitación y Restauración de Edificios Antiguos.

Pero sería recién en el 2005 donde pudieron participar y dejar sus huellas en "la obra más importante a nivel espiritual": el Cristo de Tandil.

En 40 días tenían que revisar los anclajes que unen el Cristo a la Cruz, restaurar manos y pies, revisar el interior y el dorso y reciclar la Cruz . Pero lo hicieron en 28. "Los curas no nos querían ni ver porque pensaban que no íbamos a terminar antes de Semana Santa e iban a tener que hacer el Vía Crucis con los andamios tapando la obra. Pero mucho antes de lo previsto, lo terminamos", asegura el más grande de los Zila.

Instalados en un hotel, con un grupo de empleados que disfrutan de formar parte de esta empresa familiar, realizaron un trabajo de investigación concerniente a todos los detalles de la construcción del Cristo Crucificado: la última figura que se emplaza en Monte Calvario, en el que se recrea el camino que debió transitar Cristo hasta morir crucificado.

"Sin dudas es una de las obras que más nos ha gratificado. Sabemos que una vez por día, en Tandil, una guía turística nos nombra en el recorrido por el Monte, ya que de alguna manera formamos parte de la historia de esa obra tan importante y eso nos llena de orgullo", asegura Carlos recordando aquellos momentos en los que subidos en un andamio de unos 35 metros de altura disfrutaban en familia de una misma pasión.

Hoy en día, el más pequeño del clan familiar, tiene a su cargo la dirección de la restauración del tradicional Club Español de nuestra ciudad. Todos los hermanos supervisan la obra, al tiempo que capacitan a los trabajadores que siguen confiando en sus habilidades artísticas y humanas. "Yo ya me jubilé. Pero no me voy a quedar en la plaza dándole de comer a las palomas. Yo sigo presente apoyando y ayudando en lo que pueda. Voy a estar arriba de los andamios hasta que ya no pueda. Y cuando eso pase voy a estar tranquilo porque tengo la alegría de poder decir que mis hijos me han superado en todo y eso me llena de gratitud", se emociona Carlos José Zila, sentado en una butaca descascarada del Anfiteatro del Lago, una de las cuales él mismo le ayudó a realizar a su padre hace más de sesenta años atrás.

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