El amor no necesita críticos

DOLORES FONZI Y RAFAEL SPREGELBURD EN UNA ESCENA DE “EL CRÍTICO”, ÓPERA PRIMA DE HERNÁN GUESRCHUNY QUE SE ESTRENÓ EL JUEVES EN LAS SALAS LOCALES

Por ALEJANDRO CASTAÑEDA

EL CRITICO, de Hernán Guerschuny.- Víctor es un crítico de cine pedante, huraño, neurótico, prejuicioso, cínico, medio amargón, un tipo que ama tanto a la Nouvelle Vague que hasta relata sus idas y vueltas en francés. Es de esos críticos (¿así seremos?) que se maneja con prejuicios, que descarta o consagra de antemano, que temen que les llegue a gustar algo comercial, un hombre que anda sin plata y sin grandes proyectos, que viene de un fracaso de pareja y que es conocido como un analista implacable, un cinéfilo enemigo de los estereotipos y los clises, sobre todo los de la comedia romántica, con su carga de casualidades, escenas melosas, comienzos accidentados y finales felices. Pero claro, se le cruza una linda viajera (la encantadora Dolores Fonzi), nada que ver con él, y el tipo hosco, negador, autosuficiente, se empezará a sentir incómodo con este vínculo que le mueve todas las estanterías, que le da vuelta los gustos, que le enseña que hay lugares comunes que valen la pena. Y Víctor, a regañadientes, comenzará a disfrutar la vida (y los filmes) desde otro lado y con otra mirada. Y sentirá distinto y escribirá distinto y terminará haciendo lo que hacían los personajes que tanto abominaba.

Rafael Spregelburd está bárbaro: con miradas, pequeños gestos y esa pose y esa voz arrogante, compone un Víctor estudiado y tambaleante. Dolores Fonzi tiene unos ojos que puede inquietar no sólo a los críticos. “El crítico” es una comedia bien hecha, inteligente, sin tonterías, con gente normal, interesante. La confrontación entre ficción y realidad, persona y personaje, escribir y sentir, está bien insinuada, con toques chispeantes, sin cargar las tintas. El crítico al final se dará cuenta que la vida y el amor no respetan géneros, que cualquier historia puede terminar en drama o comedia, y que nunca es tarde para aprender, aunque duela, que el amor no sabe de razonamientos y que hasta los intelectuales más estudiados y envarados (y Víctor es uno de ellos) puede caer en los brazos de una de esas muchachas diferentes, que un día se nos meten sin permiso en nuestra sala de exhibiciones para alegrarnos (o malograrnos) la gran función de nuestra vida. (*** ½).

CLIMA BRASILEÑO

RIO 2, de Joe Saldanha.- Cada uno es de cada lugar. Y la migración, aunque sea exitosa, siempre tiene sus riesgos. El hogar es clave y darle la espalda, duele. Sobre estas cosas aletean estos loros de “Rio 2”, secuela inevitable del simpático opus inicial, un filme que vuelve a a tener como protagonistas a esta pareja de guacamayos que ahora anda con cría. El planteo inicial es: ella quiere volver al Amazonas, donde quedaron los suyos; y el guacamayo macho se acostumbró tanto a las calles de Río que para volver a la selva se lleva un GPS. Son, como se sabe, los últimos ejemplares de una especie (¡otra!) en peligro de extinción. Y allá van, hacia la selva, que al final resulta tan peligrosa como la ciudad: hay cazadores, tipos que talan árboles y encima la interna de los pajarracos (azules contra colorados) es casi como la que conocemos. El filme enseña que el destino impone el rumbo y que el mejor lugar para ejercer de guacamayo es en medio de la naturaleza. Está bien, pero no agrega nada a un género con mejores exponentes. Sobran los números musicales y hay mucho colorido brasileño (música, paisaje, fútbol), aunque el mensaje ecológico y su moraleja a favor de la familia, están bien resueltas. (*** BUENA).

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