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Lillian Hellman, creadora de su propio mito
Por LIZ SPETT
lizspett@gmail.com
Cada tanto necesito volver a frases y citas de Dorothy Parker; dan un relieve sabio a la realidad. Hoy rescato esa que dice: “El aburrimiento se cura con curiosidad, para la curiosidad no hay cura”. Es entonces cuando reviso la biografía de la Parker y descubro que Lillian Hellman fue nombrada su albacea literaria.
Cuando se conocieron estas dos esgrimistas de la palabra - una como escritora, guionista y todo lo que sirviera en el rubro para ganar unos dólares, la otra como dramaturga y novelista sin urgentes necesidades económicas - se odiaron. Y claro, a la Hellman que acompañaba a Dashiel Hammett, el autor de Cosecha Roja y El Halcón Maltés, como reciente noviecita, no le gustó el modo de acercarse a él de la Parker. Tal vez convendría recordar que los tres no le hacían asco al alcohol, aunque Lillian quedó un poco rezagada respecto de ellos dos. Con el tiempo se hicieron amigas. Las dos pertenecieron a esa hermandad no sólo dada por el género sino por sus ideas políticas de una izquierda norteamericana. Ambas estuvieron en las listas negras del Comité de Acciones Antinorteamericanas que quería a toda costa conocer nombres de comunistas conocidos y desconocidos, iban por el “give me names”. A ambas no les quedaba bien el traje de soplonas-delatoras. Aunque a la Parker, de quien me confieso admiradora, no le hubiese venido mal ser eliminada de las listas negras prohibidoras de trabajo que confeccionó el Comité, para comer; siempre vivió a los tumbos y mal. Cuando fue encontrada muerta a raíz de un ataque al corazón, vivía en un hotelucho de mala muerte. Nunca mejor aplicado el término de mala muerte. Lillian, en cambio, podía viajar y ver por sí misma qué era eso del gran mundo, más allá del Sur norteamericano donde dice haber nacido. Dorothy dependía de la jubilación y de la Seguridad Social para los remedios. El alcohol se lo gestionaba sola.
La gente es mala y conversa. Y cuando lo hace dice que Lillian, a pesar de ser razonablemente rica le gustaba acumular dinero a costa de no usarlo. Dicen que era un tanto avara. No se sabe si desde siempre o producto de la edad. Es por eso que a la muerte de Hammett, con quien vivió esa clase de pasión regada con más que suficiente scotch y a quien bancó financieramente, quiso obtener los derechos de autor del escritor. Tuvo problemas con las hijas de él, que no fueron las suyas. No tuvo hijos. Sí amantes y un gran empeño en rediseñar su historia. Construyó una biografía como le hubiera gustado que fuera su vida en realidad. Se dice que “la mentira para ella era algo natural”. Quien sabe mentir tiene infinitas chances de convertirse en un gran escritor, escritora en la ocasión. Sólo dos novelas, Mujer inacabada y Pentimento y dos obras de teatro la llevaron a ocupar un lugar internacional, que la pobre Dorothy no pudo, no quiso o no supo conseguir.
Sus obras teatrales fueron de esas que marcan hitos: La calumnia o Children’s House es esa tan mentada pieza llevada al cine en 1961 donde dos maestras son acusadas de mantener una relación sentimental. Hoy suena a objeto de museo, pero en 1934 dio que hablar. Miss Hellman sabía dónde y cuándo acelerar para ocupar un lugar en la intelectualidad de la época. El otro texto dramático Little Foxes – Zorritas - fue llevado al cine por la inefable Bette Davis.
Conocí a Miss Hellman. Es decir, vi una anciana que entraba acompañada de un actor a un restaurante en Nueva York. Una vez instalada, comenzó a brotar gente para saludarla. Doy fe, estaba allí cuando Diane Keaton y Mia Farrow daban saltitos de adolescentes al reconocerla, mientras se acercaban a su mesa. Era una celebrity viejita que supo construir su propia fama, su propio prestigio y su propio poder a fuerza de construir su propio mito.
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