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Uno de los símbolos de la India, el tigre de Bengala, recupera poco a poco su esplendor gracias a un arduo plan de conservación de una especie legendaria, que iba camino de la extinción o de quedar relegada al papel de exótico personaje literario
Un tigre de bengala blanco en el nuevo zoo de Naypidaw, la capital de Birmania
El tan temido felino, cuya poderosa imagen ha exportado el país asiático al resto del planeta, es ahora mucho más que uno de los protagonistas de “El libro de la selva”, el malvado Shere Khan, o de “La vida de Pi”, el temible Richard Parker.
La leyenda que rodea al tigre de Bengala se pierde en la memoria de los tiempos y su mitología pasó hace siglos de Oriente a Grecia y Roma hasta llegar a nuestra era, como icono de fuerza, bravura o poder dentro del reino natural.
Un macho de esta especie puede llegar a medir tres metros de largo y pesar más de doscientos kilos, más que un tigre siberiano.
El hinduismo lo adoptó como símbolo de victoria sobre cualquier otra fuerza y muchos de los dioses de esta religión, nacida en la India, desde el creador Brahma al destructor Shiva, visten sus pieles, lo exhiben como trofeo o cabalgan sobre él para mostrar su poderío.
La tracción que despierta el felino más grande del mundo traspasó hace tiempo las fronteras de Asia: el nicaragüense Rubén Darío dedicó un poema a “La tigre de Bengala...” y el español Salvador Dalí también contribuyó a universalizar su imagen con un onírico cuadro protagonizado por dos imponentes ejemplares.
Pero esta admiración hacia el elegante porte, la penetrante mirada o los imponentes colmillos de este bello animal plasmada en obras literarias, cuadros famosos o películas taquilleras, no se correspondía con la realidad de una especie que, al término del siglo XX, estaba en claro declive.
El carnívoro, del que se tiene constancia en la Tierra desde la prehistoria, iba camino de quedar relegado a tatuajes de famosos, como uno que luce Neymar, el futbolista brasileño del Fútbol Club Barcelona, o sobrenombres de ídolos futboleros como el colombiano Radamel Falcao.
El Gobierno indio decidió, en 1973, emprender el Proyecto Tigre, un ambicioso plan de recuperación que, cuarenta años después, ha dado sus frutos para salvar de la extinción a la Panthera tigris tigris, denominación científica de un animal cuyo nombre procede del persa.
El programa se ha convertido en prototipo de los planes de conservación en un país que lucha por preservar sus especies emblemáticas, pese a la dificultad que ello conlleva en la segunda nación más poblada del mundo, con unos 1.250 millones de habitantes.
India tenía en 1973 prácticamente la mitad de población y apenas 1.800 especímenes del felino. El censo de 2006 no era nada halagüeño, con apenas 1.400 animales, pero el último de 2014 ha revelado una población de 2.226, aproximadamente la mitad de los alrededor de 4.500 tigres que viven en Asia.
El continente asiático es el último refugio de esta especie en estado salvaje en el planeta, en un área que va, de norte a sur de Siberia a Indonesia, y de este a oeste de China a India.
No obstante, en cautiverio se calcula que viven casi tres veces más tigres, muchos de ellos cruzados entre distintas subespecies, sobre todo en países como China y Estados Unidos, la mayoría en posesión de particulares y solo unos pocos en zoos.
La población india de este mamífero en libertad crece mientras “en el resto de países el felino experimenta un declive”, aseguró Prakash Yadav, responsable de la Autoridad Nacional para la Conservación del Tigre.
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En su momento hubo ocho subespecies de tigre, pero tres se extinguieron durante el siglo XX.
Una inversión ingente de recursos públicos y privados, unido a una lucha sin cuartel contra los furtivos, han sido las claves para que el rugido del tigre vuelva a sentirse en el gigante asiático.
Shera, del hindi “sher”, tigre, fue la mascota de los Juegos de la Commonwhealt que acogió Nueva Delhi en 2010, cuando el país contaba con unos 1.700 tigres de Bengala.
La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, en inglés) lo declaraba ese año en peligro de extinción.
El aumento del censo fue entonces de un 20% respecto a 2006, mientras que en el último recuento de 2014 ha sido del 30,5% en comparación con 2010.
Yadav atribuye estos datos esperanzadores a los buenos resultados de un plan de conservación “integral, que no solo protege al tigre, sino a todo su entorno e incluso genera servicios y empleo para comunidades locales”.
Solo en el último año se han gastado 27,5 millones de dólares para garantizar la protección del gran felino en 47 reservas por todo el país, en el marco de este programa que incluye patrullas contra los cazadores ilegales.
Los huesos de tigre son muy apreciados en la medicina tradicional de países como China, su piel es un trofeo codiciado más allá de Asia y su pene es un ingrediente de lujo para elaborar afrodisíacos.
En el caso de los ejemplares vivos, los más codiciados son los tigres blancos, que deben el color de su pelaje a una variación genética, pero no se trata de una subespecie.
Pero pese al éxito del Proyecto Tigre, las asociaciones conservacionistas advierten de que la formación y los recursos de estas patrullas son escasos contra unos furtivos bien armados y equipados con las últimas tecnologías.
Estas asociaciones coinciden en que el éxito conlleva a su vez un nuevo reto, porque la expansión de la especie hace necesario protegerla también fuera de las reservas, donde el tigre queda a merced de una lacra que el programa no ha logrado erradicar: el furtivismo.
Los datos de furtivismo son pocos y muchos casos nunca se llegan a conocer, pero la Sociedad para la Protección de la Vida Salvaje en la India (WPSI, en inglés) estima que al menos 923 tigres fueron abatidos ilegalmente entre 1994 y 2010.
“Los furtivos son un gran problema, principalmente fuera de las reservas y ahora tenemos muchos más tigres que pueden ser su objetivo, que quedan desprotegidos si salen de su zona de seguridad”, declara a Efe el presidente de Wildlife SOS India, Kartick Satyanarayan.
Una de sus fundadoras, Geeta Seshamani, explica que un equipo de esta asociación se apoya “en una larga y compleja red de informadores que recoge información crucial sobre los criminales de la vida salvaje y el comercio ilegal de animales o de partes de sus cuerpos”.
“Este tipo de iniciativas aporta buena parte de la formación sobre el terreno de la que muchas veces carecen agentes forestales y policías”, afirma Seshamani.
Además de la caza furtiva, otro de los retos que plantea una especie en expansión es el mayor riesgo de conflictos con humanos en un país tan poblado como la India, donde son frecuentes ataques mortales de tigres, leopardos e incluso elefantes, a ganado y personas, sobre todo niños.
El año pasado se atribuyó a un tigre de los denominados “come hombres” la muerte de diez personas durante siete semanas en el estado norteño de Uttar Pradesh, el más poblado del gigante asiático, y a otro de estos predadores siete muertes en cinco meses hasta que fue abatido en Maharashtra, en el centro del país.
Rayas
Los tigres usan su característico pelaje para camuflarse (no hay dos tigres con las mismas rayas).
Nada comparado con la leyenda de Champawat, una tigresa a la que se atribuyen nada menos que 430 muertes entre Nepal e India, hasta que el no menos legendario cazador Jim Corbett, luego convertido en conservacionista, acabó con ella en 1907.
Corbett dio después nombre al primer parque nacional indio en el estado norteño de Uttarakhand, el primero en que comenzó a desarrollarse el Proyecto Tigre y donde se trabaja actualmente con una de las alternativas para reducir los conflictos entre felino y humanos: los corredores naturales.
“Una de las soluciones son estos corredores para animales en libertad, no solo para tigres”, que permitan en lo posible conectar las reservas, defiende Tito Joseph, de WPSI.
La conservación del gran mamífero “sigue siendo preocupante cuando sale de los espacios protegidos, ya que cada vez dispone de menos áreas forestales debido a la creciente urbanización del territorio”, subraya Joseph.
Proyectos mineros, construcción de presas, carreteras y ferrocarriles o deforestación para crear cultivos son algunas de las principales amenazas para el hábitat natural del felino.
Los 378.118 kilómetros cuadrados que suman las reservas cuentan con 9.735 cámaras de vigilancia contra el furtivismo y para evitar la intrusión de ejemplares en zonas habitadas.
Pero los tigres quedan a su suerte fuera de las áreas protegidas pese a su pelaje ideal para camuflarse: no hay dos ejemplares con las mismas rayas.
3 km
El rugido de un tigre se puede oír a 3 kilómetros de distancia.
Esta riqueza genética está en riesgo si la población confinada en una reserva no logra mezclarse con la de otra más o menos cercana.
Pese a esta problemática, los resultados del Proyecto Tigre son tan alentadores e India confía ahora de tal manera en mantener esta tendencia positiva, que su ministro de Medio Ambiente, Prakash Javadekar, ha propuesto a la comunidad internacional la donación de cachorros para preservar la especie en otros países.
Las tigresas pueden dar a luz entre uno y seis cachorros, aunque lo habitual es de dos a cuatro, que a los dos años se separan de la madre y a los cuatro o cinco alcanzan la madurez sexual.
De hecho, una de las medidas más aplaudidas de este plan es el trasvase de ejemplares de una reserva a otra con menor presencia de este cazador solitario capaz incluso de enfrentarse a un oso.
“Nuestras prácticas de éxito podrían ser adoptadas por la comunidad internacional” al haber adquirido el gigante asiático “un papel clave en la conservación mundial del tigre”, defendió el ministro cuando se presentó el esperanzador censo de 2014.
“Mi último tigre”, escribió el siglo pasado el argentino Jorge Luis Borges, pero el tesón de la India durante todos estos años ha logrado que este icono del país asiático no quede relegado a personajes de ficción.
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