Minimalismo: el triunfo de la simpleza

Formas puras y colores neutros son los rasgos distintivos

La arquitectura minimalista tiene como objetivo destacar lo “mínimo”, una propuesta que se identifica con la consigna de “menos es más”.

Precisamente de allí deriva el término y la tendencia de conseguir mucho con lo mínimo indispensable; de reducir a lo esencial, sin elementos decorativos sobrantes, para sobresalir por su geometría y su simpleza, utilizando materiales puros, texturas simples y colores monocromáticos.

El minimalismo y su propuesta de la más extrema simplicidad de formas nació en Nueva York a finales de la década del `60.

Con el tiempo alcanzó su madurez y se popularizó en los años ochenta a tal punto que se expandió por el mundo.

Sin embargo para rastrear los orígenes de esta corriente, hay que remontarse a Europa y al manifiesto “Menos es más”, del arquitecto alemán Ludwig Mies Van Der Rohe, quien emigró durante la Segunda Guerra a Estados Unidos

FORMAS SIMPLES

Los elementos básicos del minimalismo incluyen la utilización de colores puros, asignarle importancia al todo sobre las partes, utilizar formas simples y geométricas realizadas con precisión mecánica, trabajar con materiales industriales de la manera más neutral posible y diseñar sobre superficies inmaculadas. El resultado que define este estilo en un concepto es la palabra “limpieza”.

El minimalismo le da gran importancia al espacio y a los materiales ecológicos. Centra su atención en las formas puras y simples.

Otro de los aspectos que definen esta corriente es su tendencia a la monocromía absoluta en los suelos, techos y paredes.

Al final son los accesorios los que le dan un toque de color al espacio.

En un planteo minimalista se destaca el color blanco y todos los matices que nos da su espectro. No hay que olvidar que el blanco tiene una amplia gama de subtonos.

También como elemento destacado del estilo en la decoración fue el uso de elementos como el cemento pulido, el vidrio, los alambres de acero.

En cuanto a los accesorios el minimalismo no utiliza telas estampadas en los sillones ni en los almohadones. Todos son colores puros, lo cual proyecta una sensación más contemporánea en contraposición al estilo barroco del siglo XIX.

Para el minimalismo todos los elementos deben combinar y formar una unidad. Esto se resume en el precepto minimalista de que “todo es parte de todo”.

El minimalismo se caracteriza por la extrema simplicidad de sus formas, líneas puras, espacios despejados y colores neutros, en un ambiente con equilibrio y armonía.

Ante todo se privilegian los espacios amplios, preferentemente altos, y libres.

ARMONIA

Un entorno armónico funcional, fuera del concepto de exceso, saturación y contaminación visual. Se evita también la cacofonía, la repetición y cualquier tipo de redundancia visual. Se podría considerar un “antibarroquismo” estético.

Todo debe ser suavidad, serenidad y orden, nada de elementos superfluos y barrocos, de excesos ni estridencias, muchas veces ajenos al mundo exterior. Sobriedad sin ornamentación.

La filosofía del minimalismo persigue construir cada espacio con el mínimo número de elementos posibles, de forma que se elimine o evite todo cuanto pueda resultar accesorio.

En el minimalismo todos los elementos deben combinar y formar una unidad, priorizando el todo sobre las partes. El espacio en sí es de gran importancia, nunca “eclipsado” por los elementos decorativos.

En este contexto, se da una clara primacía a las líneas puras y bajas, casi a ras de suelo, con monocromía absoluta en techos, pisos y paredes, complementándose con los muebles.

El contraste lo aportan algunos detalles ornamentales de los que, en ningún caso, hay que abusar.

El detalle de color, tal vez un rojo o pistacho, puede estar dado por una alfombra, un almohadón, o algún objeto único.

El minimalismo privilegia los espacios altos, bien iluminados y preferentemente sin cortinas.

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