Golpear a los médicos

Por JOSE MARIA TAU (*)

El médico y filósofo José Alberto Mainetti, ejemplificaba la concepción tradicional de la relación médico-paciente, con algo que solía ocurrir cuando un profesional de cierto prestigio terminaba la revisión de los enfermos en el pase de sala, seguido por el séquito de alumnos. Si el familiar de un recién examinado le preguntaba: ¿“cómo está él, doctor?” no era infrecuente oír como respuesta: “está en muy buenas manos”, para luego dar media vuelta y seguir su camino.

¿Qué ocurrió, en la concepción de esa relación, para que tal contestación sea hoy inaceptable? Entre otras cosas, la bioética.

NACE LA BIOETICA

Concebida como puente entre ciencia y conciencia y desplegada como saber interdisciplinario y dialógico en la conflictividad propia de la investigación y la asistencia médicas, desde su origen la Bioética enarboló el respeto por la persona del paciente como principio básico.

En materia de investigación, fueron claves las revelaciones de los juicios de Nürenberg. Si habían sido posibles esas atrocidades con los prisioneros, fue porque ciencia y conciencia habían estado horrendamente disociadas. Según el bioeticista Diego Gracia, al quedar patente que no sólo podían curar, cuidar o consolar, como se suponía desde la tradición hipocrática, sino también hacer el mal, en Nürenberg “los médicos fueron expulsados del paraíso”.

En el ámbito asistencial, habían sido puestos bajo sospecha años antes. Cuando Mary Schloendorff acudió al Hospital de Beneficencia de New York por una protuberancia, autorizó que la estudien, pero no que la operen. Al estudiarla bajo éter, los médicos detectaron un tumor y, desoyendo su voluntad, lo extirparon. Salvaron su vida, pero tras la cirugía padeció una gangrena que motivó que le amputen varios dedos de una mano. Mary demandó al Hospital y en 1914 la Corte estatal lo eximió de responsabilidad pero concluyó que los médicos habían incurrido en “asalto”, figura contemplada en el Código Penal local. Sentó allí como criterio que lo importante no era el resultado de la intervención médica en sí misma, sino que nadie podía ser sometido a exámenes ni intervenciones médicas sin su expreso consentimiento y, quien lo hacía, debía responder por los daños. El paciente no sólo “padece”, sino también decide.

El asentimiento del paciente comenzó a plasmarse entre nosotros con las leyes de ejercicio de la Medicina, que salvo inconsciencia, alienación o urgencia, exigían “respetar la negativa del paciente a tratarse o internarse”. Pero su incumplimiento no llegaba a viciar jurídicamente la atención en sí misma, sino que constituía una falta de carácter deontológico.

El consentimiento informado, regla de aplicación de aquél principio de respeto que, en lo asistencial, se denominó “de autonomía”, en Argentina es legislado a finales de los 60, como obligación para los médicos trasplantólogos. Por influencia de la reflexión bioética, la jurisprudencia comenzó a extender ese recaudo a otras situaciones.

En 2009, la Ley de Derechos de los pacientes generalizó la exigencia del consentimiento previo, libre, informado y documentado (por escrito en caso de internación) para todo el ámbito sanitario. Implica un cambio de actitud dentro de la relación médico-paciente que podrá ir afianzándose con el tiempo, o terminar deformándose. Algunos -particularmente médicos-, lamentaron que la ley contemplara sólo derechos y no también deberes.

Llevando a su culminación esas tendencias del siglo XX, el Código Civil vigente desde el 1º de agosto incorporó definitivamente el consentimiento informado entre los derechos y actos personalísimos, tanto en investigación (artículo 58º) como en asistencia médicas (59º). El tiempo permitirá discernir si algunas formalidades, bastante estrictas y taxativas, son desmesuradas para nuestra realidad.

DECIDIR EN CONTEXTO

Aludir a la Medicina exige distinguir hoy a qué nos referimos. Vivimos la utopía de la salud y el médico presta muchos servicios que exceden lo “asistencial” o curativo. La propia expresión “derecho a la salud”, sin contextualizar, resulta lógicamente insostenible.

La Bioética va dejando atrás la época en que, aventada por cierta antimedicina, denostaba cualquier “paternalismo médico”. Aún con Internet, es importante la orientación de un profesional de confianza; y la empatía es lo mejor que nos puede pasar cuando nos sentimos realmente enfermos. Ni hablar de un médico afectuoso que, respetando nuestras preferencias, nos ayude a decidir. Pero la figura social del médico está cada vez más devaluada.

El estado de algunos hospitales (escribo esto con dolor) es francamente deplorable y la atención deja mucho que desear en calidad y oportunidad. Pero las agresiones físicas y verbales que están sufriendo médicos y otros integrantes del equipo de salud son inadmisibles.

Y requieren un profundo análisis que, dejando de lado la crispación social, falta de educación, o violencia de algunos usuarios de servicios hospitalarios, nos permita discernir en qué medida podrían incidir también ciertos discursos descontextualizados sobre el paciente y sus derechos, sin deberes.

 

(*) Abogado. Vicepresidente de la Asoc. Arg. de Bioética Jurídica

Bioética Jurídica
Código Civil
Código Penal
José Alberto Mainetti
José María Tau
New York

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